Explorando la sociedad del espectáculo: Fragmentos reveladores de Guy Debord

Foto de David Geib

La alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado (que es el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa así: cuanto más contempla menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad menos comprende su propia existencia y su propio deseo. La exterioridad del espectáculo respecto del hombre activo se manifiesta en que sus propios gestos ya no son suyos, sino de otro que lo representa. Por eso el espectador no encuentra su lugar en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas. (30)

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Éste es el principio del fetichismo de la mercancía, la dominación de la sociedad por «cosas suprasensibles aunque sensibles» que se cumple de modo absoluto en el espectáculo, donde el mundo sensible se encuentra reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él y que al mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo sensible por excelencia.

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Sin duda, la seudo-necesidad impuesta en el consumo moderno no puede contrastarse con ninguna necesidad o deseo auténtico que no esté él mismo conformado por la sociedad y su historia. Pero la mercancía abundante está allí como la ruptura absoluta de un desarrollo orgánico de las necesidades sociales. Su acumulación mecánica libera un artificial ilimitado, ante el que el deseo viviente queda desarmado. La potencia acumulativa de un artificial independiente lleva consigo por todas partes la falsificación de la vida social.

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Hegel ya no tuvo que interpretar el mundo, sino la transformación del mundo. Al interpretar solamente la transformación Hegel no es sino la conclusión filosófica de la filosofía. Quiere comprender un mundo que se hace a sí mismo. Este pensamiento histórico no es todavía sino la conciencia que siempre llega demasiado tarde y que enuncia la justificación post festum. De modo que no supera la separación más que en el pensamiento. La paradoja que consiste en suspender el sentido de toda realidad en su consumación histórica y en revelar al mismo tiempo este sentido constituyéndose en consumación de la historia se desprende del simple hecho de que el pensador de las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII no buscó en su filosofía más que la reconciliación con el resultado de éstas.

«Del mismo modo como filosofía de la revolución burguesa no expresa todo el proceso de esta revolución, sino solamente su conclusión última. En este sentido, ésta no es una filosofía de la revolución, sino de la restauración». (Karl Korsch. Tesis sobre Hegel y la revolución). Hegel hizo por última vez el trabajo del filósofo, la «glorificación de lo que existe»; pero aquello que existía para él ya no podía ser sino la totalidad del movimiento histórico. La posición exterior del pensamiento, que en realidad se mantenía, sólo podía ser enmascarada mediante su identificación con un proyecto previo del Espíritu, héroe absoluto que ha hecho lo que ha querido y ha querido lo que ha hecho, y cuya realización coincide con el presente. Así, la filosofía que muere en el pensamiento de la historia no puede ya glorificar su mundo más que renegando de él, pues para tomar la palabra es preciso suponer concluida esta historia total allí donde ella condujo todo; y cerrar la sesión del único tribunal donde puede ser dictada la sentencia de la verdad.

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Tras la desaparición de las condiciones localmente favorables que habían conocido las comunidades griegas la regresión del pensamiento histórico occidental no ha ido acompañada de una reconstitución de las antiguas organizaciones míticas. Con el choque entre los pueblos del Mediterráneo en la formación y el hundimiento del Estado romano aparecieron religiones semi-históricas que pasaban a ser los factores fundamentales de la nueva conciencia del tiempo y la nueva armadura del poder separado.

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El espectáculo es la ideología por excelencia porque expone y manifiesta en su plenitud la esencia de todo sistema ideológico: el empobrecimiento, el sometimiento y la negación de la vida real. El espectáculo es materialmente la «expresión de la separación y el alejamiento entre el hombre y el hombre». La «nueva dominación del engaño» concentrada allí tiene su base en esta producción, por cuyo intermedio «con la masa de objetos crece… el nuevo dominio de seres extraños a los que se halla sometido el hombre». Es el estadio supremo de una expansión que ha vuelto la necesidad contra la vida. «La necesidad del dinero es pues la verdadera necesidad producida por la economía política, y la única necesidad que ella produce» (Manuscritos económico-filosóficos). El espectáculo extiende a toda la vida social el principio que Hegel en la Realfilosofía de Iena concibe como el del dinero; es «la vida de lo que está muerto, moviéndose en sí misma».

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«En los cuadros clínicos de la esquizofrenia», dice Gabel, «la decadencia de la dialéctica de la totalidad (con la disociación como forma extrema) y la decadencia de la dialéctica del devenir (con la catatonia como forma extrema) parecen muy solidarias». La conciencia espectacular, prisionera en un universo degradado, reducido por la pantalla del espectáculo detrás de la cual ha sido deportada su propia vida, no conoce más que los interlocutores ficticios que le hablan unilateralmente de su mercancía y de la política de su mercancía. El espectáculo en toda su extensión es su «indicio en el espejo». Aquí se pone en escena la falsa salida de un autismo generalizado.

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Emanciparse de las bases materiales de la verdad invertida, he aquí en qué consiste la autoemancipación de nuestra época. Esta «misión histórica de instaurar la verdad en el mundo» no pueden cumplirla ni el individuo aislado ni la muchedumbre automatizada y sometida a las manipulaciones, sino ahora y siempre la clase que es capaz de ser la disolución de todas las clases devolviendo todo el poder a la forma desalienante de la democracia realizada, el Consejo, en el cual la teoría práctica se controla a sí misma y ve su acción. Únicamente allí donde los individuos están «directamente ligados a la historia universal»; únicamente allí donde el diálogo se ha armado para hacer vencer sus propias condiciones.





GUY DEBORD. Inició estudios de Derecho en La Sorbona, que abandonó para integrarse en el Grupo Letrista, que más tarde se convertiría en la Internacional Letrista cuya ideología, la fusión de poesía y música, se canalizó a través de la revista Potlatch. Posteriormente se erigió en líder de la Internacional Situacionista, organización de agitación cultural, que influyó en los sucesos de Mayo del 68 en París. Tras su disolución se dedicó un periodo al cine, colaborando en diversas revistas. Se suicidó de un tiro en el corazón. De pensamiento marxista, fue un pensador y filósofo, reflejando su pensamiento en su más conocida obra, La sociedad del espectáculo, en la que explica la mutación que el capitalismo hace del pensamiento a través del espectáculo (la apariencia, la imagen), como sustrato ideológico de dominación.

Fragmentos del libro "La sociedad del espectáculo, de Guy Debord".

Foto de David Geib: pexels-public domain.

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