"Simone Weil: Reflexiones en sus Cuadernos (1941 - 1943)"


Cuadernos (1941-1943)
[editados póstumamente a partir de 1950]
Estrellas y árboles frutales en flor. La completa permanencia y la extrema fragilidad proporcionan por igual el sentimiento de lo eterno.


El prójimo. Ver a cada ser humano (imagen de uno mismo) como una prisión en la que habita un prisionero con todo el universo a su alrededor.

Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura.


Enfermedades que, curadas de una forma, reaparecen de otra (Hipócrates). Idea de gran calado. Que vale también para el alma. Y vale para los obstáculos de una doctrina o de una ciencia. Y para la sociedad. Y para el arte. Sustituimos una palabra, una imagen o un verso por otro, y se produce la misma imperfección. ¿Cómo lograr que no sea así, cómo conseguir un tránsito a mejor?


Virtud simbólica del agua: su tendencia natural al equilibrio.



El tiempo nos conduce —siempre— adonde no queremos ir. Amemos el tiempo.


El infierno como un paraíso ilusorio. No otra cosa es la voluptuosidad. La de «paraísos artificiales», es una expresión excelente. La voluptuosidad (pero no el placer puro) constituye una dicha ilusoria. En su lugar, el placer puro puede acompañar a la dicha, pero no encierra una ilusión. No parece infinito; tiene una apariencia de limitado. / Algunos buscan el reino de Dios como si se tratara de un paraíso artificial, aunque sea el mejor de los paraísos artificiales.


Llega un punto en la desgracia en el que ya no somos capaces de soportar ni que continúe ni que se nos libere de ella.


Pedagogía. Debería enseñársele a los niños de primaria la lista de las cosas que la ciencia no está en absoluto en condiciones de explicar.


El objeto de mi estudio no es lo sobrenatural, sino este mundo. Lo sobrenatural es la luz. Si nos atreviéramos a hacer de ello un objeto de estudio, lo menoscabaríamos.


Los únicos esfuerzos puros son los esfuerzos sin finalidad, pero son humanamente imposibles.


El sufrimiento y el goce como fuentes de saber. La serpiente ofreció el conocimiento a Adán y Eva. Las sirenas ofrecieron el conocimiento a Ulises. Estas historias ponen de manifiesto que el alma se pierde al poner el conocimiento en el placer. ¿Por qué? El placer es quizá inocente, siempre que no se busque en él el conocimiento. Este solo está permitido buscarlo en el sufrimiento.


Goza con el desapego. En cuanto a los bienes, la prueba del desapego es la alegría.


Sin el mal, este mundo sería irreconocible.


No es el hombre quien debe ir hacia Dios; es Dios quien va hacia el hombre. Este solo debe mirar y esperar.


Dios nos ha vestido con una personalidad —lo que somos— con objeto de que nos la quitemos.


Si mi salvación eterna se hallara en esta mesa bajo la forma de objeto, y no tuviera más que alargar la mano para cogerla, no lo haría sin haber recibido la orden.


El racionalismo: si el racionalismo consiste en pensar que la razón es el único instrumento, está bien; si consiste en pensar que puede ser un instrumento suficiente, es una tontería.


Maya, la ilusión. Es muy real (a su modo), pues cuesta mucho trabajo salir de ella. Pero su realidad consiste en ser ilusión.


La vida humana es imposible. Pero solo la desgracia logra que lo sintamos.


Nada poseemos en el mundo —porque el azar puede quitárnoslo todo—, salvo el poder de decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea, destruir. No hay en absoluto ningún acto libre que nos esté permitido, salvo la destrucción del yo.


Dios solo puede estar presente en la creación en forma de ausencia.


Zen. Contemplar la Estrella Polar mirando al Sur.


No creer en la inmortalidad del alma, sino contemplar la vida entera como algo destinado a preparar el instante de la muerte; no creer en Dios, sino amar siempre el universo como a una patria, incluso desde la angustia del sufrimiento; ese es el camino de la fe por la vía del ateísmo. Esa fe es la misma que resplandece en las imágenes religiosas. Sin embargo, cuando se llega a ella por ese otro camino, las imágenes sobran.


Definir lo real. Nada hay tan importante como eso.


No hay cosa más opuesta a la unión de los contrarios que «el justo medio».


Dos encarcelados en celdas vecinas que se comunican dando golpes en la pared. La pared es lo que los separa, pero también lo que les permite comunicarse. Igual que nosotros y Dios. Toda separación es un vínculo.


El cuerpo humano es la balanza en la que lo sobrenatural y la naturaleza hacen de contrapeso.


Concebir la posibilidad de que los contrarios se unan es lo propio de la parte divina del alma.


Uno de los placeres más deliciosos del amor humano, servir al ser amado sin que lo sepa, no es posible en el amor a Dios más que por el ateísmo.


Axioma: todo lo que me pertenece carece de valor, pues, por esencia, hay incompatibilidad entre el valor verdadero y la propiedad.


Vivimos aquí abajo en una mezcla de tiempo y eternidad. La alegría corresponde a un crecimiento del factor eternidad; el dolor, a un predominio del factor tiempo. ¿Por qué, pues, el paso por el dolor hace más sensible a la belleza?


El fin de la vida humana es construir una arquitectura en el alma.


Si el cielo fuese como lo pintan, seríamos allí más desdichados que en la tierra; pues en la tierra se puede tener la esperanza de avanzar hacia cualquier grado de perfección, mientras que en el cielo, tal como lo describen, aunque unos valgan menos que otros, y en consecuencia todos menos de lo que es posible valer, no hay nunca ningún progreso. ¿Cuánto habrá envenenado el imperio romano al cristianismo para que describan el paraíso como la corte de un soberano?


Solo lo universal es verdadero, y el hombre no puede prestar atención más que a lo particular. Esta dificultad es el origen de la idolatría.


¿Por qué la reunión de dos o tres cristianos en el nombre de Cristo no cuenta como un sacramento?


En la Biblia, se dice siempre: Haréis huir a vuestros enemigos, los masacraréis, etcétera, para que se sepa quién es vuestro Dios. Jamás: mandaréis trigo allí donde hay hambre, etcétera, para que se sepa...


Si actualmente un hombre se vendiera como esclavo a otro, la convención sería jurídicamente nula, pues la libertad es inalienable por el hecho de ser sagrada. / Colocando la propiedad junto con la libertad entre las cosas sagradas, las gentes de 1789 —si las palabras tienen algún sentido— la declaraban inalienable y la sustraían al tráfico. Pero los hechos han mostrado que las palabras no tienen sentido.


La humildad es ante todo una cualidad de la atención.


Algo misterioso en este universo es cómplice de aquellos que no aman más que el bien.


* No te dejes encarcelar por ningún afecto. Preserva tu soledad. Si alguna vez ocurre que se te ofrezca un afecto verdadero, aquel día no hallarás oposición entre la soledad interior y la amistad, sino al contrario. Precisamente lo reconocerás por ese indicio infalible. Los demás afectos deben someterse a una disciplina severa.


* La pureza es nuestra capacidad para contemplar la mancha.


Renuncia. Renunciar a los bienes materiales. ¿Pero no son estos acaso condición de algunos bienes espirituales? ¿Acaso se piensa igual cuando se padece hambre, o se está agotado físicamente o se siente uno humillado y sin consideración? Por tanto, hay que renunciar también a esos bienes espirituales. ¿Qué es lo que queda cuando se ha renunciado a todo lo que tiene una dependencia del exterior? ¿Tal vez nada? Esa es la verdadera renuncia a uno mismo. Yo soy nada. Yo soy todo.

* El poder —y el dinero, esa llave maestra del poder— es el medio puro. Precisamente por eso, es también el fin supremo de todos aquellos que no han comprendido nada.


* Belleza: una fruta a la que se mira sin alargar la mano. Semejante a una desgracia a la que se mira sin retroceder.

* Fragmentos de SW acotados por Gustave Thibon, editor de La gravedad y la gracia (1947), antología de sus Cuadernos.



Albert Camus (1951): «Ya en 1934, Simone Weil describió esta era de tecnócratas de una forma que puede considerarse completa. A las dos formas tradicionales de opresión que ha conocido la humanidad —por medio de las armas y por medio del dinero—, añade una tercera: la opresión mediante la función. "Se puede suprimir la oposición entre comprador y vendedor —decía— sin suprimir la oposición entre quienes disponen de la máquina y aquellos de quienes dispone la máquina"».

Emile Cioran (1970): «Larga conversación con el poeta húngaro Pildusky sobre Simone Weil, a la que considera una santa. Le digo que yo también la admiro, pero que no era una santa, que había en ella demasiado de esa pasión e intolerancia que detestaba en el Antiguo Testamento. Lo que destaca en ella es la voluntad de imponer a toda costa la aceptación de su punto de vista, atropellando, incluso violentando al interlocutor».

Flannery O'Connor (1955): «La vida de Simone Weil es una mezcla casi perfecta de lo cómico y lo terrible, y ambas cosas pueden considerarse como las dos caras de una misma moneda».











Simone Weil nace en el seno de una familia judía intelectual y laica: su padre era un médico renombrado y su hermano mayor, André Weil, un matemático reputado.

Estudia filosofía y literatura clásica, es alumna de Alain (Émile Chartier). A los 19 años ingresa, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París. Se gradúa a los 22 años y comienza su carrera docente en diversos liceos.

En uno de sus escritos autobiográficos, Simone de Beauvoir comenta sobre ella: “Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dotes como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero”.

Al comienzo de los años treinta parte por algunas semanas a Alemania y a su regreso escribe algunos artículos donde expresa con lucidez hacia dónde se dirige Alemania. A los 23 años es transferida del liceo donde trabajaba por encabezar una manifestación de obreros cesantes. Los problemas con los superiores de los liceos se suceden, por cuestiones políticas y de metodología docente, lo que significa que una y otra vez será transferida de liceo.

Conoce a León Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin, y la doctrina marxista.

A los 25 años, abandona provisionalmente su carrera docente, para huir de París y durante los años 1934 y 1935, trabaja como obrera en Renault: "Allí recibí la marca del esclavo", dirá. En 1941, ya en Marsella, trabaja como obrera agrícola. Piensa que el trabajo manual debe considerarse como el centro de la cultura y sostiene que la separación creciente a lo largo de la historia entre la actividad manual y la actividad intelectual ha sido la causa de la relación de dominio y poder que ejercen los que manejan la palabra sobre los que se ocupan de las cosas.

Pacifista radical, luego sindicalista revolucionaria, finalmente llegará a pensar que sólo es posible un reformismo revolucionario: los pobres están tan explotados que no tienen la fuerza de alzarse contra la opresión y, sin embargo, es absolutamente imprescindible que ellos mismos tomen la responsabilidad de su revolución. Por eso es necesario crear condiciones menos opresivas mediante avances reformistas para facilitar una revolución responsable, menos precipitada y violenta.

Sindicalista de la educación, se muestra a favor de la unificación sindical y escribe en la revista La escuela enmancipada. Antiestalinista, participa desde 1932 en el Círculo comunista democrático de Boris Souvarine a quien ha conocido por intermedio de Nicolás Lazarévitch. Participa en la huelga general de 1936. Milita apasionadamente por un pacifismo intransigente pero, al mismo tiempo, se compromete en la columna anarquista Durruti en España que lucha contra Francisco Franco dentro del bando republicano español. Es periodista voluntaria en Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón. Allí aprende a usar el fusil pero nunca se atreve a dispararlo. De esta cruda experiencia, le queda el amargo sentimiento de la brutalidad y del sinsentido de la guerra.

Lúcida sobre lo que está sucediendo en Europa nunca tuvo demasiadas ilusiones de las amenazas que desde el comienzo de la guerra se cernían sobre ella y su familia. Su familia estaba en grave peligro de ser clasificada como no-aria, con las consecuencias del caso. Irónicamente, Weil no tuvo formación judía alguna. Sus escritos religiosos son netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos. Su posición frente al judaísmo y a la identidad comunitaria judía es de rechazo explícito y total, lo cual ha resultado en que haya sido acusada de "auto-odio" por algunos autores.

Cuando en 1940 es obligada a huir de París y refugiarse en Marsella, escribe permanentemente para exponer una filosofía que se quiere proyecto de reconciliación (siempre dolorosa) entre la modernidad y la tradición cristiana, tomando como brújula el humanismo griego.

En 1942, visita a sus padres y hermano en Estados Unidos, pero rechaza para ella ese estatuto que siente como demasiado confortable en tiempos tempestuosos. Parte hacia Inglaterra para incorporarse a la resistencia pero sólo consigue trabajar como redactora en los servicios de Francia Libre, liderada por el General Charles de Gaulle. En julio de 1943 deja de pertenecer a esta organización.

Es en este período final de su breve vida que encuentra el mensaje evangélico de Jesús de Nazareth. Es un descubrimiento como el de San Pablo en el camino de Damasco o el de Blas Pascal la noche del Memorial. Sin embargo, permanecerá a las puertas de la Iglesia, en la orilla. Es una cristiana que plantea preguntas embarazosas a los cristianos y será rechazada por los teóricos de la Iglesia, que la acusan de no haber comprendido bien la historia de la misma.

Esta dimensión de rechazo de la fuerza que asimila con la violencia es una constante de su pensamiento. Y si tuvo al comienzo una percepción moderada sobre la no-violencia preconizada por Gandhi –que ella juzgaba más reformista que revolucionaria- se encontrará muchas veces con Lanza del Vasto.

Enferma de tuberculosis, se dice que se deja morir en el sanatorio de Ashford en 1943. Deseosa de compartir las condiciones de vida de la Francia ocupada por la Alemania nazi, es posible que no se haya alimentado lo suficiente, lo que podría haber agravado su enfermedad.

Todas sus obras aparecieron después de su muerte, editadas por sus amigos. Desde entonces, ha atraído la atención creciente de literatos, filósofos, teólogos, sociólogos y lectores corrientes por su ética de la autenticidad y la rara combinación de lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual de su escritura.

Albert Camus, uno de sus editores y enamorado amigo admiró su obra como una de las más importantes del fin de la guerra. T.S. Eliot dijo que la obra de Simone Weil pertenecía a ese género de “prolegómenos de la política, libros que los políticos rara vez leen, y que tampoco podrían comprender y aplicar”. Consideraba que debían ser leídos por los jóvenes antes de que las propagandas políticas anularan su capacidad de pensamiento.


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