Desde Sevilla: ”Kali yuga» y «Qué frio es tu espejo», dos relatos de David Crauley

El primer relato "Kali Yuga" de David Crauley describe la vida en una ciudad del mismo nombre, también conocida como "Gran Puta". Los personajes masculinos están desilusionados y frustrados por su vida, y buscan desesperadamente sexo en un mundo que se siente vacío y sin sentido. A pesar de sus esfuerzos, no pueden escapar de las malas sensaciónes.  

El segundo relato de Crauley "Qué frío es tu espejo" es un texto oscuro y melancolico que narra la historia de un hombre que se siente atrapado en su propia soledad. El protagonista se dirige a alguien, pero no está claro si se trata de una persona real o imaginaria, o incluso si se refiere a sí mismo. A lo largo del texto, el narrador reflexiona sobre el dolor, la angustia y la locura, y se aferra a la idea de que el amor y el deseo son fuerzas feroces que pueden herir desproporcionadamente. 


Kali yuga 

Kali Yuga: así se llamaba el siglo, también era el nombre de la ciudad. También se la conocía por la Gran Puta, pero nadie la llamaba así, simplemente solían decir: así es la vida, ¿qué demonios podemos hacer nosotros? 
Sí, ¿qué demonios podíamos hacer nosotros? Intentar echar un polvo en un portal. Aparentar que éramos unos tíos cojonudos y desear que ellas no se dieran cuenta de que éramos cadáveres malogrados a un lado del camino de una guerra que ni siquiera habíamos peleado.
Porque pensábamos que eran algo distinto. Pero estaban atrapadas en la misma ciénaga que nosotros. Soñando con ser más delgadas, más monas, más risueñas, más reales que los recortes de la prensa que coleccionaban con esmero. 
Era el Kali Yuga y nadie comprendía muy bien lo que tenía en la cabeza. Todo iba y venía sin que te dieras cuenta; olía mal, sabía mal, te sentaba mal, pero deseabas más tan sólo para no sentirte jodidamente solo, en un punto intermedio, que no te había explicado como habías llegado, ni si tenía sentido proseguir. Te tocaba a ti resolver la cuestión; hacerlo sin miedo, hacerlo sin equivocarse: pero era difícil. 
Recuerdo que, pese a todo, ellas eran mágicas. Eran hermosas, incluso, sin serlo en absoluto, a veces. Lo eran todo donde había de todo, pero nada que te hiciera bailar en la punta de una aguja sin desequilibrarte y caer. Ellas eran mágicas. Te sostenían en plena caída por un instante que era el tiempo que fue y el tiempo por venir y, mientras, te preguntabas como demonios lograste meterte entre sus piernas. No lo comprendías a la primera, porque ellas parecían más fuertes, más reales, más veloces y, sin duda, se daban perfecta cuenta de que tú eras sólo un trozo de algo roto, hundiéndose en un pozo sin deseos, ni sueños, ni esperanzas.
Pero ellas también estaban rotas y, en el momento que comprendías que estaban tan atrapadas como tú, sentías que Dios te había traicionado. El muy hijo de puta lo había estropeado todo. La vida era todavía más trágica porque la magia era doliente y estaba rota por dentro. Y giraba, sin sentido, dentro de una casa de muñecas que se había vuelto demasiado estrecha, como una trinchera a la que asomarse a la otra cara de la vida con amargura. 
Recuerdo que empecé a interesarme por las mujeres en el mismo instante en que empecé a detestar a mi madre. Aunque no era animadversión, realmente, era más que eso: era una hierogamia invertida y mil dramas más, de la carne y el espíritu, tan arcaicos e incomprensibles como veraces. 
Tenía que ocurrir, era lo que me decía, en algún momento tendría que odiarla y desterrarla y asesinarla. Mi propia supervivencia, mi propia cordura, estaba en juego, pendiendo de un hilo. Como si me hallara cautivo entre su matriz y el mundo de abajo que me engullía vorazmente. Un mundo abajo, que hedía y hería, por mucho que adornase mis alas con las luces privilegiadas de las bóvedas más elevadas de ese extraño cruce de caminos donde la locura era la compañía más razonable y creativa. Podía deambular noches y días enteros por los techos del caos primordial y gentil de deidades atronadoras y crueles, como una araña recién nacida, siempre hambriento de nuevos colores, voces, minutos, olores, pensamientos, estribillos, espejismos y, sin embargo, siempre me hallaba dividido, arraigado en las tripas de mi madre y proyectándome, al mismo tiempo, en las fauces tortuosas de una creación diabólica, postrada abajo, que me envilecía por dentro. 
Y cuanto más crecía la rabia, cuanto más descendía peldaños y peldaños de pureza y espíritu, en aquella vorágine detestable de dolores y horrores, más ansías sentía de aniquilar a mi propia madre. Y cuanto más fantaseaba con destruir a mi progenitora, cuanto más me distanciaba de ella, más me acercaba a las demás mujeres. 
Era el Kali Yuga y yo, desde luego, no comprendía lo que tenía en la cabeza. Como todos, sin siquiera intentarlo conscientemente, supongo que también terminé por aprender a decir: así es la vida, ¿qué demonios puedo hacer?



Qué frio es tu espejo 

Una noche más desperdiciada en tu espejo. Estaba impresionado contigo hasta que me caí al suelo. Aunque, no es verdad, fui más allá, caí donde tú no estabas. Qué frío es tu suelo. Una noche más he desperdiciado mi esperma en tus tacones. Qué frío es tu espejo. Siempre te veo desde el suelo. 
Soy un necio: otra vela encendida para nada. Tanta cera derramada y otra bala desperdiciada. Toda esa multitud nunca está viva. Dispara, una y otra vez, y verás que esa multitud nunca estuvo viva: qué más da si mueren otra noche más. Algún día harán algo al respecto. Ese día tendremos algo que decirles. Hasta entonces, nuestros designios serán estrellas ardientes en su paladar, y puñaladas donde Dios no está y ninguno de ellos es tan real como para que el diablo se los tome en serio. Nuestro amor es feroz, no razonaremos con ellos. Nuestro amor es una cosa que les herirá las tripas heladas, no jugaremos con ellos. 
Espejo y suelo: el amor tiene muchas caras, no ames solo dos de sus amaneceres, aún quedan muchas noches más. No temas y entra, porque mi corazón es real. Sangre y vísceras. Mi sangre, deseo y locura, es real como esa canción que no aprendiste a bailar. Solo por eso aún la recuerdas. Nunca sabrás que es la melodía de un baile de máscaras para ti sola.
Un poco más lejos, ya se acerca, amor mío, como el relincho de un caballo de batalla en el infierno de los santos penitentes. Hombres, del fuego y del suplicio, cuyo amor no tiene vísceras: es ciego y torpe, ama a un dios que antes asesinó sin dudar.
 ¿Has escuchado mi nombre? La voz es un hechizo, un mandato, un conjuro, un sello mágico. La voz lo es todo. Las palabras vibran y viven y encienden hogueras en el espíritu, porque son el cuerpo de los espíritus; su sombra, su huella, su vuelo, su aquí y su más allá. Y todos estamos ya más allá de lo posible y de lo soñado y de lo vivido. Somos muertos ocres en el espejo de Dios. Su amor no tiene caras, ni espejo ni suelo, ni alas ni valor. No hagas caso a lo que dicen por ahí: Dios es un embustero y un traidor. Su Palabra es herrumbre en el paladar. Un consuelo para los mezquinos y los inquisidores. 
Mi esperma en tu piel siempre me da sabor. Dulce esperma de tus labios y de tus pechos. Ayer derroté al demonio entre tus piernas. El hijo puta pretendía enseñarme a aguantar, tan solo, dos o tres días sin mirarme en tu espejo como tú te miras. Y a maquillarme como tú te maquillas y a vestirme como tú te vistes y a follarme como tú te follas. ¡Qué tontería! 
Me dijo que temiese su infierno. ¡Qué tontería! El infierno es no tener donde mirar, ni nada que amar, ni una oportunidad de verdad. El infierno es un día y después otro intentando buscarle un sentido, un brillo, un latido. Pero el mundo es redondo, precisamente, porque es un día, y después otro. Ni principio ni fin, ni ayer ni hoy, solo el aquí, exacto y preciso, del dolor, de la angustia y de la locura. 
Prefiero la frialdad de tu espejo o que una puta me cuente lo desgraciada que es en el amor. Nadie la ha querido, creo que ni siquiera nadie la ha parido. Estamos solos y rotos en una habitación, pequeña y mal iluminada, y se lamenta, y yo pienso en tu espejo porque, yo mismo, soy solo el reflejo de todas las cosas que veo, pero a mí nadie me ve: creo que podría engullirlos a todos, porque soy eterno y cruel. 
Finalmente se desnuda. Finalmente me besa con una lengua de cenizas y esperma rancio del día. Su axila huele, su coño huele, ella huele y yo pienso: 15.000 millones de años hasta este momento exacto y preciso, ¿qué se supone que debo hacer con él? ¿A quién se supone que debo culpar? 
15000 mil millones de años, ¡vaya locura!, ¿no crees? Pero ella no sabe de lo que hablo, ni siquiera lo intenta. Es desgraciada en el amor e intenta engañarme con su lengua una vez más. Una lengua exhausta, sedienta de algo que ni siquiera Dios podría dárselo. El ya creó el mundo redondo desde el principio: un dolor y después otro, sin principio ni fin, y después se olvidó de lo que hizo. 
¡Pobre loco! ¡Viejo cobarde y loco! ¡Yo soy El y El es yo! Y no hay nada que yo no sea que Él no haya sido incontables eras. Yo soy eterno. Yo soy un dolor y después otro y ninguno de mis crímenes es injusto. He muerto por amor en la Cruz; amo a todas las mujeres, las sucias y las justas, las amo a todas, pero no pienso perdonarles ninguno de sus pecados. Porque soy un dios celoso en el espejo de una mazmorra apurando la copa del delito, abriéndome heridas para ti en mi carne porque hoy te encaprichaste de un muñeco, ridículo y roto en un escaparate, que imaginaste masturbándote con sus dedos de plástico. 
¿Lo ves? El amor tiene muchas caras, pero si no se derrama como la sangre es porque es un juego, un truco, tal vez un matrimonio feliz y tres críos en el sótano, pero no es amor. Qué va, es una majadería, un polvo bajo el edredón después de una peli de fantasía en el televisor discutiendo de las facturas por venir al siguiente día y, después, pensar que no fue una buena idea. No, no fue una buena idea: ahora sueña, sueña con algo que te haga sentir algo de verdad.
Yo soy real y sangro y me hielo en tu espejo y me masturbo con los dientes de tiburones blancos embalsamados. Soy tan real que no discuto mi destino con el diablo, ni le hago caso a los ángeles que me piden arrepentimiento. ¡Qué tontería!
Tu coño es mi osario. Y ya me he enterrado en esa tierra ocre y no pienso volver al mundo, frívolo, de lo redondo y estúpidamente ensimismado con su estupidez por mucho que allí haya un Dios-Juez que perdone todos mis pecados.
¡Qué frio es tu espejo! Ya no me impresionas, pero siempre tengo una buena razón para no romperlo. Supongo que te amo del modo que solo se puede amar una obra de arte o un pensamiento de lucidez en el momento exacto del éxtasis, del ascenso, de la revelación. ¡Quiero más! 
Enséñame una vez más a lamer mi propio esperma de tus nalgas. No me importa el frío. Quiero una muerte y después otra solo por el placer de ver brillar. La Cruz, el Árbol del Mundo, la vida entre la muerte, la muerte despierta en cada reflejo de la vida se halla entre tus piernas y no deseo que termine. Dentro, muy dentro, soy un volador sobre mis huesos y espíritus antiguos se congregan a mi alrededor. 
¡Maldita zorra! ¡Qué frío es tu espejo! 



David Crauley. Nacido en Sevilla (España) en la primavera del año 1976. Residente en Sevilla. Licenciado en Ciencias Políticas. Diseñador Gráfico de profesión en la actualidad. Ha publicado varios de sus relatos cortos en diversas publicaciones literarias de España y Latinoamérica. Email: rogercrauley@gmail.com - Twitter: @DCrauley

📚 Lee otros textos de David Crauley (en Herederos del Kaos): Del infierno del amor • Gozosos y sufrientes • Alas 


Portada: 13. imagen generada por Juan Carlos Vásquez a través de Midjourney Al - Al Art Dalle (AI Art de Illusion).

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