Paraíso mínimo de Berna Píriz Macías

Paraíso mínimo irrumpe salvaje, te saca del letargo y te lleva desde una experiencia íntima y reveladora hacia una visión genuina de la contemporaneidad cargada de crudeza y sensibilidad. Poemario con una propuesta valiente desde el inicio, rápido percibe el lector que ha de valerse de una inteligencia lírica para transitar junto a Berna el paraíso.
Nos han robado el sentimiento poético, caminamos sin belleza hasta que una canción, un cuadro o en este caso un libro te resucitan y eres más tú que nunca. ¿Cuál es tu paraíso mínimo que reivindicar? ¿Cuál tu línea roja que no permitirás sobrepasar?

Podría el autor haber comenzado con lo concreto, con la evidencia de lo que nos hace vulnerables, pero nos reta desde los primeros compases con la imaginación. Nos eleva e invita a su vuelo surrealista: un deleite para los sentidos sin una sola imagen estéril. Todo misterio esconde un significado y cuando lo desvelas a través de estos versos cunde una fascinación más allá del mero entretenimiento. Un éxtasis placentero.

Paraíso mínimo poco a poco va virando hacia la atroz concreción del punto de mira de un francotirador, hacia la crueldad del destino con los que han sido humillados o hacia la decadencia implacable de lo efímero. La vida sin el erotismo y ritual del comienzo. Una vez mostradas las dos caras, que pese a todo tienen elementos comunes, el poeta las funde y nos brinda en los últimos poemas una realidad maravillosa donde se entabla un diálogo sensual hasta con la propia muerte. Un final estimulante para una obra arrebatadora repleta de musicalidad y simbolismo.



Testamento

Hierven mis pestañas sobre el folio con mis versos cosidos por estigmas de la tinta que mana sin cesar
una herida que no nos pertenece ni siquiera nos posee.

Desearía soltarme caerme desprenderme
de este vuelo que consume
¡De esta carne!
Fundir mis alas ante la inmensidad de cualquier océano
y que el fuego no yerre en su misión
hacia la emancipación redentora de la culpa por querer y haber nacido
por sentirme de este cuerpo apenas verbo
soledad
y espíritu.

Basta la levedad de un instante en mis pupilas para que mis ojos dibujen
corazones desbocados como cuadras de gigantes que galopan salvajes
con sus crines de sangre derramada sobre el perfil cristalino de la aurora
tras la coronación mineral del pensamiento en el rostro anunciado
de un nuevo amanecer.

El gallo vestido de laureles
canta un sueño de siglos que despiertan entre flores de jara y elixires de seda donde mis hermanos juegan

en la plenitud frugal del bosque.
Cuando la arena apague el reloj de esta batalla y el sol abra con sus llaves la gran puerta mostraré a mi madre las cicatrices
de cuantos rayos me atravesaron en la tormenta y susurraré callado a mi padre:
“ lo recordé todo
yo soy”


Renacer cotidiano

A veces sucede
cuando menos lo esperas un huracán te azota
impacta su rabia en tu pecho
como un francotirador desesperado que afina desde el tejado
otra muerte a quemarropa y hace de tu cuerpo
un amasijo de huesos
y carne
a la deriva.


Caminar se convierte
en una ceremonia estremecedora náuseas, vértigos, calambres
la visión paranoica y desconcertante de un mañana desolado
dibuja en tus ojos de iguana
el espanto infame de la pesadilla y convierte el suelo que pisas
en un precipicio infranqueable como un edificio en llamas donde nadie quiere habitar.

A veces es necesaria la tragedia darse al baile de las sombras

y preparar nuestros sentidos
hacia aquello que se descubre más allá de la apariencia cotidiana de las cosas.

 

Ausencias

No he estado en Damasco
ni en Bagdag recogiendo cadáveres que yacen inertes, apilados, olvidados sin loas de réquiem que troven
su gloria y sus hazañas.
Así de cruel es el destino
con aquellos que han sido derrotados serán humillados y desterrados
para siempre de la memoria como si con ellos
nada hubiera pasado.

No he vuelto a transitar por las viejas avenidas del México más colonial y decadente
donde los niños donde las niñas
juegan con sus ojos inundados en pegamento y sus frentes marcadas
por el signo diabólico de la barbarie.

Esta vez no hubo puerto africano al que arribar en estampida
para amotinarme con los negros que se niegan a ser vendidos
y rompen con la furia de sus dientes
las cadenas que los convierten en esclavos.

Esta vez no hubo desierto alguno en el que saciar mi sed
ni selva tropical de ceibas milenarias
en la que admirar el equilibrio parsimonioso del guacamayo y la tarántula.

Ha sido solo, en la aldea
entre el trigo amarillo del verano
y las atalayas derruidas de mi infancia donde he aliviado el escozor de mis heridas.
Nadie me prestó sus ojos para llorar conmigo.
He construido de mis pedazos
un bravo velero para abordar el oleaje una armadura de marfil
y un catalejo de huesos para avistar al enemigo.

Arrojaré mi cuerpo desnudo
a la patria dorada y última de las ballenas con la esperanza de que los vientos y la sal abandonen mis pies descalzos
en las playas paradisiacas de aquellas islas
que tantas veces habité en sueños.

Al sur, rumbo al sur siempre al sur
en la frontera.


Éxtasis

Si un cuchillo te anudara la garganta y se abriera ante tus ojos
un sinfín de melodías que conducen todas a un mismo lugar repleto de diamantes y esmeraldas
sería esta una bella historia para escribir un poema
o hacer 
con ella otra manida canción al desamor.

Si ese cuchillo
comienza a derramar sangre y tus ojos se pierden
en un torbellino incontrolable
de recuerdos ese poema
o esa canción
se irán contigo para siempre porque allá donde vas no hay verso posible ni canto más hermoso
que la balada sublime de la muerte.

 


Biografía del autor 

Ilustración de portada: Sonia Sanz


Instagram: @notempoediciones

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