¡Carolina!: Un cuento de Fátima Chong - ¡Soy psicótica!, he reído a carcajada abierta llenando el sanatorio de horror

Fátima Chong

Antes de ingresar a este hospital, escuché las voces que me hablaban extasiadas, me decían que no temiera, que ella era mi hija, quizá cambió un poco, yo la identifiqué, esos ojos sólo podían ser los de Carolina, bellos y pueriles, era cuestión de tiempo para hacerla recordar que yo era su madre, ella me olvidó, pero reconocería su habitación, las canciones de cuna que aún le canto. ¡Yo sería incapaz de robarme, de secuestrar, de hacer sufrir a una niña inocente! Es mentira que padezco psicosis, lo único que me ocurrió es que estuve triste por la ausencia de mi hija, Carolina lo es todo para mí. 

Ahora estoy cautiva, atada de brazos, hablándole a la luna, la enfermera que parece carcelera viene para inyectarme, se ha dado cuenta que no me trago las pastillas, no lo efectúo, me aletargan y no me permiten conversar con mi pequeña, cuando todos se ausentan ella se aparece y me consuela, en ocasiones jugamos, la luna nos presta sus rayos que en la obscuridad nos consienten hacer sombras en la pared, reímos en nuestro paraíso, la enfermera es perversa ya que al dormirme arrebata a mi niña de entre mis brazos y me coloca una almohada, yo les aseguro que ese objeto en la penumbra es mi hija. 

Hoy tengo visita del médico, el psiquiatra no me comprende, la ocasión pasada le robé sus anotaciones y me diagnosticó con psicosis, ¡soy psicótica!, he reído a carcajada abierta llenando el sanatorio de horror, según él, quise atacarlo haciendo filoso cono con sus apuntes dispuesta a sacarle los ojos, la verdad iba a inspeccionar qué tiene en sus globos oculares que no le permiten observarme. Si mil veces le he relatado mi historia. 

¿Tú quieres escucharla? Te cuento: Aquella ocasión caminábamos Carolina y yo, decidí marchar por la lobreguez, platicábamos, ella me sugería cómo quería su pastel el día de su cumpleaños próximo a ser el sexto. Yo en mi mente revisaba mis finanzas, dispuesta a concretar su deseo, entonces; esos malvivientes nos hallaron ¡malditos sucios influyentes!, no la pude defender, se la llevaron. Al alba, entre mucha gente la buscamos, yo la encontré cerca de un arroyo, mutilada, nadie lo sabe, ella me dijo que no la abandonara, el médico forense citó la palabra “muerta”. 

Los meses sucesivos a su supuesto “deceso” fueron los más grises de mi trivial existencia, murmuraban que residía loca, loquísima, porque adquiría muñecas parecidas a Carolina, de hecho, sí organicé la fiesta para ella y presenté como festejada a una muñequilla con el alma de mi hija, los invitados se retiraron, nos dejaron solas, no importó, abrimos muchos regalos. 

No obstante, esa Carolina plástica no sonreía, la repudié. Las voces me aludieron para que fijara mi vista en otra niña de carne y hueso que pernoctaba fuera de la iglesia vendiendo golosinas, ésta sí era mi nena, eran sus ojos, asomaban su esencia; según yo, y la tomé de la mano, se resistió, la amagué, gimoteaba, lo que sucedió es que no se acordaba de su hogar. Esa Carolina no me amaba tampoco, no me nombraba mamá y su resistencia sangraba mi corazón ¿por qué no me reconocía? La última vez que discutimos decidí disciplinarla, ella se asustó, mi expresión fue demoniaca y ella saltó por el balcón, la niña se rompió como frágil porcelana. ¡No la iba a dañar! Mi voluntad se doblegó. ¡Todas se hacían añicos! El psiquiatra expone que mi caso empeora. Pero… ¡Soy feliz! Mi hija perdura conmigo, explican que, en mi cabeza, nuestro lenguaje es genuino, ella me dice que no es locura, es amor recíproco. 

Ya no merodeo por las calles arrastrando niñas a mi morada, no me lo permitieron, el gobierno de esta ciudad no invierte en personas pobres como yo, las deja pudrirse en el encierro, pese a los avances médicos, ¡soy una loca criminal!, mi imagen prorrumpió los periódicos en señal de peligro, ¡estoy tranquila, vegetaré mi desvarío en este sistema de trastornados! Me retiro, es la hora de jugar con mi retoño, ella a intervalos es un remolino de alegría y otros teme a las fieras inhumanas que nos provocaron vivir en este extraño idilio. 

¡Sonríeme Carolina, dime que no estás rota!


Fátima Chong S. Nacida en Chihuahua México. Es Licenciada en educación, ha incursionado estudios de posgrado en evaluación y planeación educativa, actualmente es estudiante de la Licenciatura en derecho. Ha publicado en varias revistas impresas y digitales en México y Latinoamérica, en algunas páginas literarias de España; también ha sido antologada en libros de habla hispana. Tiene su propio libro titulado: “Cuentos grises y niñas rotas”. Siempre ha amado las letras y su afición por crear cuentos, microcuentos y poesía representa su mayor gusto, tiene especial inclinación por el terror, horror, suspenso y relato oscuro, para la autora; escribir es su aliciente y forma de crecimiento humano. 

📝 Lee otro texto de Fátima Chong S. (en Herederos del Kaos): Una inocente broma

Ilustración: la imagen de portada ha sido remitida por la autora de la obra.


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