La vuelta de siempre: un relato del escritor uruguayo Adrián "fino" Sosa

¿Que carajo estoy haciendo por acá, caminando en estas calles gastadas, vencidas e imposibles de recuperar? Está claro que no es suficiente con la nostalgia, con los recuerdos. Estas calles ya no son aquellas. No guardan casi nada de lo que me hicieron amarlas, son mucho más tristes, más viejas y borroneadas. Ya fue. Tengo que avisarle a mis estupideces que paren de mandar mala información a mi cerebro cenagoso. Ya fue. Doblo en la esquina con una puteada en la boca y con el cansancio acalambrándome las piernas y el alma. Esto de caminar por el barrio viejo ya no sana ni alivia ¿Que vengo a buscar? ¿Que quiero encontrar? Acá no hay nada que me salve. Mis amigos se fueron hace cientos de años, otros murieron hace siglos y muchos de los sueños están crucificados sin esperanza de resurrección. Como siempre, me dejé llevar por el latido tuerto del corazón, por los fantasmas felices del pasado. Cuanta tristeza y que lejos estoy de aquellos años, aunque puedo reconocer entre tanta niebla, el aroma a glicinas en el patio de Roberto, el crujir de las baldosas del porche de Alejandro, la palmera junto a la ventana del Topo y el camino retorcido que lleva a la casa del Gitano. Ahora no hay nadie pero, en mi, esos dinosaurios no se han extinguido. Allá en la mitad de la cuadra, se mantiene en formól la cantina del viejo Larrosa, que ya no es del viejo Larrosa, ni se llama así, pero por algún misterioso enroque de los dioses del Olimpo el tugurio muere y lucha. Sin el viejo, sin el nombre, está ahí, con los mismos cuadros sepia y pegoteados, con el casin de paño verde roñoso y las mismas mesas de chapa oxidada. Ese tiempo esta colgado en este tiempo y en las mismas telas de araña que nos vieron perderlo. Para seguir con la tortura que hace solo quince minutos prometí y juré no repetir, entro de cabeza en el túnel del destiempo y me acomodo en la única silla sana de la mesa junto a la ventana. Ventana baja y alargada, de vidrios sucios, que para tener el panorama completo de la calle hay que pegar la mandíbula en la mesa. 

Pido en voz alta una cerveza fría ¿Que haces chiquilín? ¿Paseando por el barrio? hace tiempo que no te veía el pelo, el loco Carlo me recibe con su voz ronca de tabaco ahumado en el infierno. Si, mucho tiempo, pero viste como es, cada tanto una vueltita hay que darse. El se acerca a la mesa y su trapo húmedo desparrama el polvo sobre mi mesa de lata en un espiral asqueroso, vueltas y vueltas ensuciando de manera casi perfecta toda la superficie redonda. Ya te traigo chiquilín ¿Patricia, no? Si claro, la más fría que tengas. Quedate tranquilo que justo ayer me arreglaron la heladera, no sabes como anda ahora, esta para guardar algún finado hasta que lo puedan cremar o lo vayan a reconocer, ja, ja, ja, dijo entreverando la carcajada con una tos ronca llena de gargajos verdes y espesos que se traga sin pudor. No necesito verlo, se que es así. La cerveza llegó fría y puntual. Alguna otra cosa, pregunta el loco Carlo, pero yo no lo escucho, solo veo que su boca se mueve sin dejar caer el pucho que aprieta con los labios en lado izquierdo de su cara. Sonrío como para cumplir. Le miento, me miento. Bajo la vista, me sirvo el líquido ámbar sin que haga espuma. El vaso, no sé por obra de qué maldito milagro, esta limpio. Amén. Aun en esta parte del mundo, dos por tres se da algún milagro de bajo calibre pero milagro al fin. Veo a Carlo que acomoda las bebidas detrás del mostrador y me pregunto porque la ciencia todavía no ha inventado la vacuna contra la inmundicia. Miro hacia afuera a través de la ventana de ojos rasgados, y llegan en una cascada mansa las tardes y noches que gastábamos sobre estás mesas, cantando o arreglando el maldito rumbo del planeta. Llegan los ojos de ver y mirar, las canciones, los andenes, el barro y la lluvia, libros y el pescado podrido, boletos, las ropas prestadas y los cuadros sin artistas, las razias, el hambre, las ganas de comer. Esos días en que se solucionaban los problemas entre alcohol y confesiones. La mejor manera de perder el tiempo cuando éramos los verdaderos dueños de nuestro tiempo. Antes de los nacimientos, antes del llanto por las muertes evitables. Nosotros, viejos gusanos desculando mariposas en brazos de discusiones perdidas. El ser y el existir en la cadena oxidada de vivir. Vivir por todo y por nada, en este mismo lugar, en este fin del mundo. Acá, lo efímero y lo eterno. Todo. Todo. 

Escucho sobre la oscuridad mortuoria de la cantina, una melodía conocida que sale de la radio. Es un tango. Un tango de esos raros, difíciles de encontrar en los repertorios cuadriculados del presente. Pienso ¡Mierda! hasta la música se quedó colgada de estas paredes torcidas. Un vaso tras otro, la segunda, la tercera botella y algunas hojas escritas con la tinta china de mi sangre. Entiendo. Es por esto que cada tanto me pego una vuelta. Acá está sentada mi gente y no la veo, la siento. Una de esas formas extrañas del amor. Son las voces de mis muertos que mueven la lapicera que aprieto en la mano. Tal vez sea eso de que las promesas hay que cumplirlas, y yo hable tanto, hable de más al decir que lo que vivíamos era para un libro. Ellos tomaron mi palabra y ahora exigen. Ahora demandan. No me soporto, que manera de pensar pelotudeces, que manera de justificar deseo con fantasía. Es inútil, soy un caso perdido. No puedo soltar lo que amo, aunque traiga dolor, aunque venga regado de llanto y ríos de mierda ¡Que gil por dios, que gil ! Carlo, trae otra y haceme la cuenta que tengo que arrancar. Dale chiquilín ya va. Yo me pierdo en mis papeles y la tos chiclosa del loco Carlo va asesinando sin contemplaciones la música, las palabras y algunos minutos de su propia vida. Es seguro que dentro de muy poco dejará el mostrador en manos de otro fantasma, un poquito, solo un poquito más sano y vivo que el.


Adrián "Fino" Sosa, originario de Montevideo, es un apasionado lector, melómano y escritor. Durante la década de los 80, desempeñó un papel clave como coordinador y editor de varias revistas alternativas de forma independiente, entre las que se encuentran "Atrás de todo", "Culos de botellas" y "Perro Andaluz". Estas publicaciones se dedicaban a difundir poesía, dibujos, arte callejero y música.

Además, se aventuró en la publicación artesanal de libros de poesía de distribución gratuita, entre los que se destacan "El Grito", "Lobos en la Buhardilla", "Lo que quedó allá arriba" y "Cuadernos Mojados". En la actualidad, forma parte del taller de creación literaria "La Tribu", dirigido y coordinado por Alberto Gallo, reconocido escritor y periodista cultural. Asimismo, colabora con la revista literaria digital "La Atemporal". Portal - Blog.


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Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay

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