Ficción especulativa: «Cosas que pasan», un relato de Karina Androvich

Si un barrilete me rozara el pelo lo invitaría a mi casa, pero es de noche y estoy adentro. Mientras, saco fotos. Los ojos se tuercen y me llevan a mirar cosas que miro sin ver. Y cuando miro viendo, aunque no sepa qué estoy viendo, gatillo, porque me dejo llevar. Después elijo, edito, titulo, clasifico y muestro; comparto la experiencia como quien cuelga una malla mojada en la soga. A veces los ojos me llaman a otras cosas. El otro día estaban enojados, resentidos y fríos, me dejé. Creí que trabajaban sobre mi vulnerabilidad desbordante, que el frío quemaba lo caliente y se hacía espacio, piedra. Justo ahí sentí que se atrofiaban para siempre los músculos que permitían el acto de reír, pero me seguí dejando. Todo me daba igual, no sentía nada, si no hubiese sido por el resentimiento hubiese asegurado que tenía ojos de hombre. ¡Y era tan molesto!, al resentimiento me refiero. No hubiese podido presentarme ante nadie así. En ese momento tuve miedo de que ese hubiese sido mi verdadero rostro, miedo de tener que fingir eternamente una vida no resentida. Pero por suerte ese estado duró como una media hora, hasta que fui despabilada por el estacazo de un vampiro. Sin duda era un día inusual. Moría, pero no sólo eso, lo peor era que al morir se me revelaba mi ser vampiro nunca antes advertido y era obligada a nacer otra vez, pero en forma humana. 

Es difícil hablar de esto, pero así fue. Nacía con la inermidad con la que nace cualquier bebé, pero con la lucidez exacta acerca del mundo perverso del que era parte y que me involucraba y en el que tenía que sobrevivir, al menos. El resentimiento volvía como una luz que crecía en intensidad lavándome de esa vulnerabilidad que se ve que no se condecía con esta exigencia de tener que sobrevivir así. ¿Habría jugado a mi favor desde un principio? En fin, me dejaba, me convertía en nadie en perfecta concordancia con no esperar nada. Tenía que asumir un cuerpo polimorfo y ser otra entre vampiros que no saben que lo son, aunque yo tampoco supiese cómo ser nadie si es que supiese algo. Mientras, el corazón se vaciaba a la vez que ensanchaba su perímetro hasta coincidirlo con los bordes de piel. 
Sentí a mi ser vampiro derrumbarse, caer como un castillo de cartas ante un movimiento brutal. El agujero que había dejado la estaca era lo único que conservaba en la carne recién estrenada. La inmortalidad quedaba atrás, rota. Nada podía salvarme. Las luces del ambiente emanaban un halo inaugural. Oía el silencio y a la vez los autos pasaban por la avenida haciendo ruido de mar. Estaba sucia, molesta e indefensa, pero un coraje amoral latía y me disponía a cualquier cosa. Lloraba de hambre sin lágrimas o, tal vez, por el amor de los vampiros: audaz, inflamable, accesible, terrible. Sin lágrimas. Como si los sentimientos fuesen las sombras de armarios viejos que se alejan sin saber si vuelven. Bienvenida al mundo, me dijo una voz, y fui a la cocina a hacerme una tarta.






Áreas de interés: vivir, abordado desde el arte y el psicoanálisis desde 1970. De nombre Karina Androvich y figura esbelta desorientada.

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Photo by Agata Kędziorek on Unsplash (public domain).

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