La ascensión contemplativa | Ensayo sobre el silencio, por Giovanni Pozzi

Jacopone da Todi describe así la subida a la nada de un sí desmemoriado que, en este olvido, alcanza la beatitud:

La voluntad creada, - en la unidad infinita,
llevada por la gracia - en tan alta subida,
a ese cielo de ignorancia - entre la vida gozosa,
como hierro atraído por el imán, - al amado invisible.
El intelecto ignorante - vaga para oír:
en el cielo caliginoso - no se deja transitar.
[…]
«Oh, alma nobilísima, - ¡dime qué ves!».
«Veo un tal no veo, - que todo me sonríe;
la lengua me ha cercenado - y el pensamiento me escinde:
[el alma] milagrosa, - vive en su adorado»16.
(Laude, 79)

Eliminada la escucha («Oh, oído sin oído, / que en ti no tienes clamor»17), se suprime también el discurso («el silencio se nos ha aparecido, / todo lenguaje le ha sido retirado»), pero le queda, en el silencio, la palabra única, energía vital vigorizante y encerrada en su envoltorio («[el amor] habla ya aquietado, / vive en sí bien fortalecido, Laude, 82).
Dentro del circuito del silencio, la quietud que habla restablece el punto donde la memoria activa las facultades, desencadenando una riquísima gama de movimientos interiores. El paso de la admiración pura y simple a los actos individuales conduce a una gran variedad de gradaciones, descritas por un maestro contemplativo, el capuchino Bartolomeo Barbieri da Castelvetro:
Como un hombre que se arrojara al mar, se sumergirá en este océano infinito, uniéndose mentalmente a Dios, y sin palabras ni acto interior alguno, se detendrá en esa unión y quietud durante algún tiempo, y después, como si se despertara, volverá a contemplar a su Dios y a realizar actos amorosos llenos de buenas intenciones, de conformidad con su divina voluntad, de adoración, admiración, aspiración, amor, sentimiento de culpa, bendición, beneficencia, confesión, cognición de Dios y de sí mismo, compunción, congratulación, devoción, fidelidad, confianza, fruición, gratitud, gozo, humillación, imitación, invocación, reverencia, resignación, acción de gracias, temor, obediencia, oblación, unión, alabanza y demás, hasta que Dios le dé su alimento; y, aunque a veces parecerá que no hace nada, no debe consternarse, porque esta ociosidad es santa y útil (Esercizio della presenza di Dio, 7).

Para comprender la razón de semejante profusión de sustantivos en el fragmento citado, ha de compararse con otros pasajes recurrentes del mismo tipo en el texto de Bartolomeo Barbieri, pero también debe situarse en su contexto histórico en relación con la controversia sobre el quietismo, lo que permitirá comprender por qué se subraya el activismo del orante a propósito de un tema muy susceptible de ser considerado como quietista (como he argumentado en otro lugar). Examinando de cerca el pasaje arriba citado, cabe señalar que, de «adoración» a «obediencia», los términos de la enumeración están dispuestos en progresión alfabética, pero que esta lista tan ordenada se halla enmarcada por conjuntos sintagmáticos sin aparente orden. El grupo inicial («buenas intenciones», «conformidad») propone los primeros pasos del itinerario místico, y el final («oblación», «unión»), los últimos. El orden alfabético del corpus central no tiene finalidad didáctica ni mnemónica. Obedece a una necesidad interna que no es de orden semántico —ya que, aunque todos los términos de este corpus pertenecen al mismo campo pese a no ser sinónimos—, sino más bien de naturaleza icónica, en cuanto que reproducen eficazmente la característica formal del conjunto textual del que forman parte. De hecho, todos esos términos se refieren al ejercicio de la meditatio; en cambio, los siguientes remiten a la oratio, como lo demuestra el término «alabanza», con el que acaba la enumeración.

Ahora bien, como decía Ricardo de San Víctor, la meditatio procede con orden, mientras que la oratio obedece al ímpetu de incitaciones repentinas. Habiendo partido de la fase extrema del estado de quietud, el practicante inicia de nuevo el camino para alcanzar el mismo objetivo, atrapado en la incesante vorágine de un semper orare et numquam deficere. Como el escalador, que, una vez alcanzada la cima, no puede vivir en ella, el contemplativo se encuentra condenado al eterno retorno. Cuando ora, es un perpetuo peregrino que se dirige a una meta de soledad inestable y silencio provisional. La soledad interior solo consigue escapar a la agitación del tiempo encarnado en la palabra fijándola mediante el alfabeto.

Un singular intento en esta dirección aparece en la anómala composición tipográfica que caracteriza con frecuencia las antiguas ediciones de los Ejercicios ignacianos (el modus orandi más eficaz jamás propuesto). Los tipógrafos insertaron a intervalos regulares cuadernillos de hojas en blanco en función de los diferentes temas y tareas. Como indica una instrucción preliminar, el practicante debe registrar en ellos «todas las luces, afectos y propósitos lo más breve y claramente posible». Los términos utilizados constituyen un concentrado del extenso inventario de Barbieri. Cuando las páginas en blanco están llenas, el cuadernillo se convierte en el depósito que une las palabras destinadas a la lectura con las que la misma lectura ha generado. Convertido en custodio silencioso de un silencio de escucha que la memoria contemplativa ha vuelto fecundo, contiene en sí el fruto de todo el proceso que, desde la lectio, conduce a la oratioy, desde allí, a la contemplatio. Cuando su autor-lector lo abre, el cuadernillo le devuelve su tesoro, atrapándole en un movimiento perpetuo del espíritu. 

Texto perteneciente al libro 'Tacetun', ensayo sobre el silencio de Giovanni Pozzi.


Giovanni Pozzi (Locarno, 1923-Lugano, 2002) fue un eminente italianista que impartió clases de Literatura Italiana en la Universidad de Friburgo. De entre sus numerosas publicaciones cabe destacar especialmente La parola dipinta (1981) y Sull;orlo del visibile parlare (1993). Nota biográfica completa.

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