«Mujer cepillándose los dientes», un cuento de Valentina Montes

Por hacer y reafirmar presencia, a veces prefiere la “red social” que una confidencia a un amigo o un secreto escrito. Sin embargo, en ocasiones consigo misma conversa, ahora, por ejemplo, en la cama recostada, sin rebasar la frente con la espuma de sus pensamientos, sin moverse mucho, tal cual se encuentra desde hace algunos minutos: En una sociedad donde una plataforma digital te plantea postular públicamente si estas aburrido o contento, ¿qué diferencia hay entre un confidente y un extraño? -Que importe o no importe- se contrapuntea. ¿En un soliloquio, es relevante ser escuchado?; -paradoja ya visitada- Esboza tal respuesta una voz de niebla, en su subconsciente. Dejad a un alma disfrutar su estrellada. Recita a un público inexistente. Existen traumas severos, que impiden amar, albergar amor, no me refiero solo a algo conyugal, me refiero al amor y todas sus posibilidades. ¿Existe medicina a parte del viejo “dios interior” por supuesto averiado? ¿Debe ser la poca creencia en la capacidad de tener amor, alguna enfermedad? Intuyendo certeros la desesperación, unos penes alados, como carroñeras inquietas, planean sobre la cabeza de un cadáver que, a falta de muerte, no quiere ser comido. El escepticismo hacia el amor juega en el prado de la mano con esa soledad que mal vista puede ser interpretada como no opcional. 

Se dirige a su ordenador y publica: “Por favor, no molestar”. Omite: Yo espero la muerte y me esfuerzo por hacer de las respiraciones que nos alejan, algo ameno. Unos minutos después, post silencio a estas divagaciones, de nuevo publica: “Por favor, repito, no molestar, humano en proceso de adaptación”. Se levanta del escritorio y en un episodio narcisista masivamente conocido, frente al espejo, se habla: Mi nombre es Irene Tovar, un ser encapsulado en unos cuantificables datos, quizá 55 kilos, 1, 65 altura. Tetas y vagina, absolutamente, víctima / victimaria del trending topic de estas civilizaciones aún no asexuadas. Cree en extraterrestres. Hago lo que veo al pueblo al que voy, como bien me recomienda mi verdugo y fiel amada progenitora. Mi madre Darwiniana. Excusada bajo mi personalidad pretendo existir. Hubo un tiempo en que ser esquivada era motivo de alegría… que me evadieran era, la relación, con “los otros”. Superado el desahucio de recordar cómo comprobaba que estaba viva, nota algo, como una revelación de abandono:

Hasta la plataforma lo sabe, y nunca me recuerda cuantos años de amistad llevo con nadie, porque el sistema pareciera concienciar que mis almas gemelas parecen estar muertas. Pensándolo bien, poca diferencia hay entre compartir una foto tomándose un café totalmente solo, a exponer lo que parece ser la parte más vulnerable: el alma, a través de unos transitorios pensamientos. Automáticamente le responde a la plataforma / qué/ está /pensando/ como fielmente lo cuestiona el medio; impulsivo, como para un portero detener un balón, mueve sus dedos, esta vez sobre el teclado del celular que lo lleva consigo y publica: “No creo en el amor, no me importa” Omite: Acaso con lo ya nombrado ¿debe importar? ¿Reservar epifanías para una gran obra? Es pintora. ¿Cuál obra? si realmente no se hacer nada más. ¿Qué sentido tiene el placebo de exponer en la galería? ¿Plasmar lo ya figurado? ¿Insistir en prepotencias? ¿Engañar más a la gente que con esos mamarrachos que se me dan, hago arte? ¿Dar de comer la misma purina a los críticos, para que nunca abandonen expresiones inseparables de algunos predecibles gestos como “exceso de influencia” o “falta de originalidad”? Ando informada de cierto circuito por mero accidente. Se preocupa ¿Moriré sin sentir copos de nieve en mi rostro, sin ver esos fractales efímeros desvanecerse en mi mano? …NUNCA; ¿Moriré sin poetizar frente al mar? …NUNCA; 

¿Progenie para experimentar amor? ...NUNCA. El amor no existe. Suspira allí, se dirige al baño, coge el cepillo de dientes; la portada de un libro: “Biografías Célebres” sobre el tanque del retrete, lleva como pasteles en vitrina las fotos icónicas de algunas famosas personas que contempla el contenido del libro, pero ha captado su atención Marilyn Monroe: “En la lucha por sostener el disfraz, es que emerge invisible, la valentía de la fe”. En un nítido español y seductora voz, inmovilizada e impresa, la Marilyn de la portada, ha dicho. ¡Ay Marilyn! Responde la pintora mientras piensa fugazmente en lavarse los dientes y no en el delirio de su nerviosa mente: Más que con entonado orgullo, con discreta melancolía se calientan mis alas. Como un flechazo indulgente por una divinidad inventada en medio de la alucinación, la Marilyn de la portada segura en su atino, le dice: “Bien es dios muy atento, y en maravillosas serendipias nos sorprende, lo que la siquis tanto llama, a veces parece ceder y entonces el deseo, es otorgado; Dime pues de las dos opciones cual escoges: El amor, o la muerte.”

LA MUERTE

Medios locales y solo algunos muy particulares en el resto del país, avisan con bombo sin pedal y platillo sin par, que ha sido un fulminante paro cardiaco la razón por la que Irene Tovar ha muerto. 5 días tardaron para que los vecinos, una vez propagado el olor, se dieran cuenta de la anomalía. Dato tal que “conmociona a los espectadores seguidores de su obra” dijo el artículo más difundido. Los esotéricos artistas periféricos a su obra, han creado una mitología difundida en susurros, que inmortaliza y ven en su último estado de la red social, la sentencia de un hecho que la artista predijo, algunos obstinados ven en ese “No creo en el amor, no me importa” un sello de despedida, para ejecutar lo que han bautizado, como un “Suicidio metafísico”. Irene quería morir.

EL AMOR

“Limpia esas lágrimas de tu cara, y ve a lavarte los dientes”. Dijo Marilyn. 


© Valentina Montes


Photo by DAVIDCOHEN on Unsplash (public domain).

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