«Súcubo, súcubo…», un relato de Carlos A. Limón

“Buenas-buenas, muchachote… No hagas como si la virgen te hablara… (risas) ¡Qué chistoso, la virgen, hace mucho que no pienso en ella! En fin… ya estoy contigo, cachondón, como siempre me lo pides, ¿no?”
—¿Hmmm? Déjame dormir… no sé de… qué carajo hablas…
“Nada-nada. Tú me deseas todo el día. Desde temprano, cuando tomas primero esa taza de medio litro de café bien cargado antes que esos huevos con tocino que tanto te gustan…”.
—… eso no… es cierto, siempre estoy muy… cansado para…
“¿Me permites?… Bien, gracias. Decía que me invocas no con tu conciencia, pero sí con lo más profundo de tu mente, desde que vas a cambiarle por primera vez el agua a las aceitunas…”.
—Ay, no mamsss…
“Qué, me oí vulgarcita… (risas) Ay, pero así te gusta más, ¿no? Bueno, ya, no me distraigas con tus desvaríos de vigilia… Desde que vas a mear por la mañana hasta la noche, cuando con tu mujer (¡esa puta suertuda!) te lavas los dientes antes de dormir, me alimentas con tu deseo, me brindas un verdadero banquete, me fortaleces para que todas las noches esté contigo, para que regrese y te devuelva el placer gramo por gramo, gota a gota, de mi boca a la tuya, con mi lengua acariciándote la…”.
—Oh, mieeerda… déjame dormir… en paz…
“Por cierto, me gustaron los cacheteros de tu hembra que se puso esta noche… ¿no has intentado fornicártela con tus boxers puestos?... ‘xaaacto, los de cuadritos que siempre te chulea…”.
—Eeeh, psss’ no, pero… no es mala idea…
“Gracias, es parte de mi trabajo. Okey, veo que tengo tu atención, porque ese es el asunto. En realidad, esto es entre nosotros, porque somos los componentes de nuestro mecanismo de movimiento perpetuo…”.
—¿Eeeh… movimiento perpetuo?…    
“Seee… tú me regalas esas miradas discretas, esos deseos sublimados, esas imágenes de segundos, esos pensamientos de lujuria, deseo o sexo y yo te los devuelvo con mi cuerpo, para que hagas de mí lo que quieras… porque eso soy para ti, la puta perfecta, nada más para ti… y así sucesivamente…”.
—La puta perfecta… (risa socarrona, movimiento de la mano con desgano)
“¿O ya no recuerdas la primera vez que tuviste la primera polución nocturna a los doce? (carraspeo)… bueno, creo que así la llaman. Whatever! La primera vez que te viniste en mi cara… claro, tenía las facciones de tu amiga Luz María. Desde entonces vi que eras algo especial y me gustaste para mí solita. Y así he viajado a tu lado todo este tiempo. Soy las mujeres que has deseado, las que fornicaste y con las que tal vez nunca lo hagas”.
—Pero, por quéee…
“Oh, vamos, corazoncito. Sé a dónde vas, quieres racionalizar esto, ¿verdad? Es tu escudo, tu mejor arma. Despiertas y me tengo que largar. A veces caigo, pero hoy no… Qué no ves… no sientes esa erección, ¿hmmm? Sí, ésta, y no son ganas de ir al baño… ¿Sabes? Hoy tengo ganas por detrás, que me jodas por el culo… (risa pícara) Dame tu mano, siente… a poco no están redonditas y duras mis nalgas… eso es, mi rey; así, suavecito, acarícialas… ¿sientes?, yo también me estoy excitando, mira cómo me muevo…
—… ¿por el culo?, pero tú…
“Ay, chingao’, ora’ te me vas a poner santito… bien que quieres… hasta hiciste un cuento de eso, ¿no? (risas) Ya, okey, mejor sácate la cosita… digo, qué cosota… eso es, úntale saliva… después arreglamos lo demás… y ponla ahí, entre mis nalgas… ¿Ves?… hasta te las pongo paraditas… dame lo que merezco…”.
—… (jadeos suaves)
“Oh, sí… así, así, me gusta lo que haces… cómo lo haces… lo que haces… lo que haces… (jadeos)”.
—… haces… qué haces… ¿qué carajo?… ¿qué carajo haces?… 
Sintió un empujón algo rudo que lo sacudió de su letargo.
Mientras despertaba, alcanzó a escuchar una risa burlona que se alejaba entre los rincones de su inconsciencia, volando etérea entre la negrura y la bruma con regusto a saliva.
—Te pregunto de nuevo, burro, ¿qué carajos haces?… 
—Yo… eh, nada… nada… no sé… oh, mieeerda…
—Estabas hablando como pendejo… luego querías cogerme como loco… ¡Carajo, me pusiste el puto susto de mi vida!
Entre la pesadez de los párpados entrevió su mano derecha empuñando el pene lleno de saliva mientras que la izquierda aún estaba prendida de los cacheteros de su mujer, como garra disecada… como la mano del muerto.
La retiró de inmediato, espantado. 
—…weeey, pudiste haberlos roto…
—Yo… lo siento… —Y en esas pocas ocasiones que hay en la vida, sintió una mezcla de pena, de vergüenza, pero con una erección que duraría otro buen rato—. Lo siento…
—Aaah, (suspiro) está bien… ya, acuéstate, al rato hablamos…
—Fue un sueño, supongo… yo… lo siento mucho…
—Ya… está bien, duérmete… mañana hay que trabajar…
—Mieeerda… voy a necesitar como un litro de café… pa’ despertar… (risas suaves de los dos y un beso en la frente de ella).

Más tarde, cuando ella se deslizaba de nuevo entre la negrura ingrávida, reconoció los pasos fuertes que hacía siempre que quería darse a notar.
“Hola-hola, mamacita, mi perrita linda…”.
Ella esbozó una sonrisa socarrona entre sueños.







Carlos A Limón nació en la ciudad de Puebla, México, en mayo de 1972. Cursó la educación básica en el DF (hoy CDMX) y San Fernando (Tamaulipas); estudió la educación media superior y la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP. Ha trabajado como corrector de estilo, editor, reportero y columnista en diversos medios locales como El Universal de Puebla, El Heraldo de México en Puebla, Revista Intolerancia, Intolerancia Diario, Sexenio Puebla, 24 Horas Puebla y Alcance Diario. Ha colaborado con revistas especializadas de ciencia ficción y fantasía como Umbrales, Azoth y La langosta se ha posado. Apareció en la antología de cuentos ciberpunk Silicio en la memoria, de Llaca Editores, y en la antología de literatura poblana realizada por la revista Ítaca, coeditada por la BUAP y Periódico Síntesis. En 1994 recibió el premio Más allá en la categoría de “Cuento inédito”, otorgado por la CACYF (Argentina), y en 2000 el premio nacional “Puebla” de cuento de ciencia ficción y fantasía.

Correo electrónico: carlosalbertolimon6@gmail.com 


Fotografía de Richard Jaimes (en Unsplash). Public domain. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario