Punctum (o la espera de Azrael), un cuento del historiador y sociólogo Saúl Reyna

I

¿Cuánto había esperado? ¿Una hora, una semana, un mes? ¿años? Hasta este momento era difícil asignarle una cifra al tiempo.

II

Como todas las mañanas Samir se levantó como pudo. Decir que su cuerpo había dejado de funcionar como antes, era caer un pleonasmo bastante cruel, un chiste de mal gusto cuyo protagonista había tenido problemas para caminar, respirar, comer, mantenerse con vida desde hacía ya varias décadas. Sus hijos, cansados al igual que él, aunque no por cargar la pesada oz de Cronos que yacía sobre su espalda, lo ayudaban a vestirse y alimentarse, antes dejarlo salir a luz del sol.
El día de Samir empezaba a las diez de la mañana o ¿tal vez al medio día? En realidad, no importa, con el tiempo su tacto y su vista, habían regresado al redil de la más primitiva parte del humano, el hombre solo respondía a la luz y al calor del día y al miedo creciente que repta en el helado suelo de la calle que indica que el hoy ha llegado a su fin. Al mismo tiempo, su cuerpo momentáneamente pasaba a ser de piedra, su alma se fusionaba con la banca de concreto de la jardinera de la capilla a la que iba todos los días. El hombre, junto con los compañeros que la cruz de Cronos había elegido, se transformaba en parte del paisaje, parte de los edificios, parte de la calle. 
Y mientras Samir contemplaba la película repetida pasada a una velocidad acelerada, ahí, detrás de en el núcleo de su sombra se encontraba Azrael que, hoy particularmente, recordaba sus tiempos de juventud en que los manuales le explicaban el proceso.

III

 Al llegar el momento adecuado cada persona, según su vida, comienza a dejar de percibir el paso de los segundos, los minutos o cualquier otra forma de medida del tiempo. Entra en lo que se puede llamar un estado de vegetación; aunque con algunas diferencias. 
La ciencia médica nos dice que, al estar en coma, a pesar de que el cerebro siga activo para mantener en función los procesos vitales mínimos necesarios, nuestra percepción y todo lo ésta puede decir de lo que hay alrededor deja de tener valor alguno. Sin embargo, el estado del que se habla y al cual desde este momento nos referiremos como punctum es diferente. Es un estadio en vida que solo les llega a unos pocos, aquellos elegidos - ¿quizá desdichados? - que han sabido llevar una vida longeva, tal vez no cuidadosa, pero sí con una noción de autoconservación. 
El punctum está presente en todas las sociedades y en todos los momentos de la historia humana. Basta con mirar por nuestra ventana, salir por víveres o simplemente tomar aire fresco para percatarnos de que este estado vegetativo es parte de la vida cotidiana de los humanos. La sola idea de atrofiar los cuerpos en aras de ser domados por el tiempo parece algo sacrílego, impensable o acaso inadmisible, para varios de ellos. Pero, cuando menos lo piensan acaban dentro de este ciclo infinito de vida pausada.

IV

Samir dentro de su pensamiento hacia consiente la inutilidad de su cuerpo que desde hace años se había negado envejecer. Sin embargo, como las piedras inmóviles del edificio del que ahora era parte, comenzaba a percibir cómo todo lo ajeno a él se movía a una velocidad acelerada, incluso las hojas que caían de los árboles y que Azrael movía con alas como una forma de matar el tiempo de espera. 
¿Cuánto había esperado? ¿Una hora, una semana, un mes? ¿años? Estas preguntas se las comenzaba a hacer Azrael, pensado que quizá la condena del tiempo no era para los humanos, sino para aquellos ángeles designados como sus guardianes. ¿Había causado algún mal que lo hiciera caer el castigo de la espera eterna? ¿Por qué sentía que la velocidad del tiempo de su protegido Samir era incluso más rápida que la que sentía él?
Ante estas preguntas se visualizaba en un salón de conferencias celestiales, el que un Arcángel de alto rango, quizá Uriel, predicaba los castigos de la precepción del tiempo para pecadores.

V

Para algunos el punctum, más que un estadio involuntario de la vida se asemeja más a una sala de espera. El infierno burocrático que Escruputo le narraba al pobre de su sobrino Orugario antes de devorarlo. Imagina tú, sí aquél que está sentado ahí, que has recibido el turno para un trámite; recuerda el proceso que has solicitado para sacar un pasaporte, una identificación o certificado escolar. Cierra los ojos e imagina la incomodas sillas de plástico y el olor a cloro y limpiador de pisos que rodea una oficina de gobierno. Visualiza la manera en la que rápidamente todas aquellas personas que están a tu lado, las conozcas o no, se mueven a una velocidad tan intensa que pareciera que la fila en la que se realiza tu trámite no se mueve.
Estás ahí sentado, viendo como las personas con las que llegaste avanzan y salen de aquella oficina, aquel estadio, en el que te has sumergido de manera hipnótica, mareado, sin esperanza, ni noción de principio y fin. La única diferencia es que la burocracia tiene un horario, mientras que el punctum se extiende a lo largo de la vida, te consume e inmoviliza. No sabes cuánto has de esperar ¿Una hora, una semana, un mes? ¿años? Al final de todo no importa, pues el tiempo se ha detenido para ti.

VI

Samir, a pesar de su estado semi mortuorio, sabía que estaba vivo. No podía moverse, ni hablar, ni ser escuchado. Muchas veces, debido a la fusión con los edificios y el paisaje incluso pasaba desapercibido. Hay que entender que los humanos muchas veces tendemos a ignorar la quietud, somos como bestias que solo responden al movimiento, Azrael lo entendía; sin embargo, para Samir era diferente.
El hombre ahí sentado, era consciente de que estaba aún con vida y eso nadie se lo podía quitar. Nadie, excepto el sol. La sensación de calor y la luminosidad del día eran las señales perfectas; cuando Samir las dejará de sentir, éste se daría cuenta de que su vida mundana quedaba atrás. Por ello, él y muchos otros le temen a la noche. No por un infantil y primitivo temor a la obscuridad, sino porque, es durante la vida nocturna que dejan de ser conscientes de su propia existencia.
Así, mientras Azrael contemplaba los temblores corporales de Samir al notar el crepúsculo, recordaba un viejo poema acerca del día, la noche y los humanos.

VII

El sol y la luna dejan de ser indicios del movimiento temporal y se han convertido en amantes que danzan una y otra vez la misma canción. Se han transformado en la representación de los recuerdos nostálgicos de tu vida pasada. Al ritmo del compás seguido por los astros, tu memoria mata y revive una y otra vez las visiones de la vida pasada que el punctum dejó atrás.

VIII

Con la caída del sol y la llegada de su antagonista nocturna, Samir comenzó a llorar. Una lágrima se escurría por su mejilla, los ojos se le había tornado de un rojo cristalino y sus manos y pies temblaban. Quien lo sostuviera de la mano podría sentir que con cada temblor un hueso de su cuerpo crujía, como si el edificio con el que se había fusionado fuera a derribarse. 
    Sus hijos, nietos, nueras, sobrinos acudieron al atrio de la capilla en la que estaba Samir. No fue difícil encontrarlo, si se toma en cuenta su poca movilidad y que todos los días desde hace 33 años acude al mismo lugar. Su hijo mayor pasó el brazo de Samir encima de su hombro para poder levantarlo; mientras, su nieto mayor buscaba sostener sus manos para darle apoyo físico para sostener su cuerpo y apoyo moral para sostener su alma. Pero fue difícil. La mano derecha de Samir se reusaba a soltar el objeto que sostenía y al cual se aferraba con una tremenda intensidad. Un rosario de madera, para rezar los cinco misterios de la virgen.
Siendo testigo de todo el espectáculo Azrael notó la mano derecha de Samir y cómo éste se reusaba a soltar el rosario de madera a pesar de sus temblores. No cabía dentro de su cabeza inmortal entender el porqué los humanos se aferraban con tanto misticismo a los símbolos religiosos. Habían pasados cientos de años y miles de protegidos, pero siempre, sin importar la época o la deidad adorada, en momentos cruciales ante el temor del pasar el umbral de la vida se presentaba la acción de sostener en las manos un signo que delatara su religiosidad. 
Una vez más Azrael recordaba las palabras del manual.

IX

Las soluciones son muchas y variadas, pero, al igual que los analgésicos médicos, no son inmediatas, ni certeza de que funcionarán. Algunos prefieren sentarse a la orilla del río, con una bolsa de monedas en la mano; mientras esperan que Charon haya despertado de su letargo milenario y su hastío por transportar a almas desoladas haya terminado.
Otros, cuando las visiones de sus sueños les han dado la premonición de que el momento del punctum se acerca, han optado por poner alrededor de su cuello un escapulario y sostener en las manos, que pronto se volverán rígidas, un rosario de palo de rosa como promesa – o seguro de vida contratado- para conocer a su creador.

X

Con el esfuerzo de todos Samir logró llegar a la cama. Renegando que lo trataban como un niño y que no era necesario tanto escandalado. Todos los días se levantaba a la misma hora y caminaba el mismo recorrido, de ida y de regreso ¿por qué hoy tenía que ser diferente? Es difícil asegurar que la ira del Samir fuera real, tal vez, como muchos, trababa de ocultar el temor a la incertidumbre con gritos y amenazas que no tenía la capacidad, la fuerza ni el espíritu para cumplirlas. Los gritos de Samir solo podían engañar a una persona, a él mismo.
Ante tal situación, desde la sombra en la que se había ocultado desde el principio, Azrael lo entendió. Había llegado la hora. Se presentaban todas las señales que describía el Capítulo 56 del Manual de Transición Espiritual. Ante el espectáculo de un iracundo Samir, el guardián repasaba sus notas acerca de la negación ante la muerte.

XI

Son menos, pero existentes, aquellos que a pesar de la pesadez y poca movilidad corporal que provoca el estado semi vegetativo, deciden seguir moviéndose. No por una idea absurda de autorrealización y superación, sino como una forma de acelerar el proceso, salir de la sala de espera lo más pronto posible. Pues, moverse durante el lapso de punctum es como estar en un consultorio médico molestado al personal de éste; al final de todo, acabarás irritando a todos y tu tiempo durará lo que tiene que durar, la cita programada se llevará a cabo según la agenda del médico -o el motor inmóvil que ha decidió llamar a la persona de un costado y no a ti.  

XII

- Samir, ¿Cuánto he esperado? ¿Una hora, una semana, un mes? ¿años? Hasta este momento es difícil asignarle una cifra al tiempo.

 

El diálogo final entre ambos personajes se hacía presente. En aquella habitación en la que Samir se había despertado y acostado durante años, como la parte de un ciclo que, tanto para él como para Azrael había resultado casi infinito. Esa noche, como suele ocurrir cuando muere alguien, se vieron cara a cara un alma mortal y el guardián que se le había asignado. Si bien, al entrar en el estado del Punctum ambos personajes habían sentido como se alentaba el tiempo y su vida a tal grado de parecer que el mundo se había pausado, al estar ahí, frente a frente durante nueve segundos que duró el último suspiro de Samir, fue la pausa más larga y la más dolorosa. A lo que antes de morir el anciano solo contestó:

-No sé cuánto haya sido, pero estoy seguro de que yo esperé lo mismo.



 



Saúl Reyna, nació en la ciudad de Guanajuato en 1994. Estudió la licenciatura en sociología y la maestría en Historia. La teoría social, algunas veces oculta en simbolismos otras veces
más explícita, se refleja en sus poemas y cuentos. También está influenciado por los escritos de Lovecraft, Chambers, Quiroga, Borges, entre otros.


Fotografía de  Jr Korpa (en Unsplash). Public domain.

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