'Ël', relato de Andrea Solares

Esta es una narración cualquiera, con argumentos como cualquiera, pero con algo que quizá no tenga ninguna otra historia, o quizás sí. Es algo que desconozco, hace un par de semanas que deje de preguntármelo, ya no me pregunto nada. Ya no me importa nada, ni el sol en el alto cielo, ni la posibilidad de los abismo infernales, total, ya vi en este mundo lo que tenía que ver, mi tiempo y mi oxigeno se agotan. Esta es mi carta de despedida.

Lamento desilusionarlos, mis apuntes no tienen nada de magnifico, nada de hilarante, ni una sola buena excusa para cometer el crimen que estoy a punto de cometer. ¿Crimen? ¿He escrito crimen? ¿Es acaso un crimen la búsqueda de la libertad? Por ella han muerto miles, desde las guerras revolucionarias hasta los esclavos espartanos. Aquí todo el tiempo corre al reverso, aquí ya nada importa tanto como lo que importo ayer, ni el amor, ni la vida, ¿para qué? si somos solo ratas bajo los pies de los dioses. ¿Ratas? no, ni siquiera eso, cucarachas, gusanos, malditas alimañas que no son más que una plaga putrefacta y pandémica.
Sucedió hace unas semanas en un viaje que hicimos al sur con unos amigos, les ahorrare detalle innecesarios no se preocupen, como todos los viajes de las generaciones desde el 2000 hasta el 1800, amigos, alcohol y sexo. ¿Sexo? ¿A que nos referimos con esto? No recuerdo haber rozado una piel desnuda, no recuerdo, pero, es imposible, los recuerdos se han vuelto difusos, extraños, como si provinieran de otra persona y no de mí. En fin como decía, un viaje cualquiera, costas negras y cocales, agua clara, mar azulino y dorados rayos de sol. Oh si tan solo nos hubiésemos quedado allí, pero no, la tragedia nos persiguió, y hoy nadie lo entiende, nadie excepto él y yo.
Al terminar una agradable estancia en las costas nos dirigimos al vehículo en que nos movilizábamos, poco o muy alcoholizados cada uno de nosotros abordo, éramos ocho, no, recuerdo mal, éramos miles, miles, miles con colas y cuernos, miles con pieles colgantes y huesos al aire. Éramos miles, no entiendo como nunca nos dimos cuenta, cargábamos con ellos sobre las ropas y pegados a los labios desde que entramos a ese maldito pueblo.
La culpa la tuvo Ël, si Ël, Ël es el culpable de todo lo que nos carga, él y su maldito espíritu.
El vehículo se detuvo frente a una abandonada casa vieja, frente a una vieja casa abandonada, frente a una casa vieja abandonada. Sin importar el orden en todas las posiciones sigue sonando igual de estúpido. Se detuvo en fin, Él descendió para orinar, todos decidimos estirarnos un poco. Recuerdo la tarde, lo cálido, el almizcle en el olor, el olor del almizcle en el aire. Recuerdo su espalda, con la camisa empapada de sudor y los jeans ajustados. Fue una estúpida al sucumbir ante tan ridículo deseo insulsas pretensiones. Si tan solo hubiese dicho que no. Pero en fin.
Nos llamó a todos a acercarnos, en la puerta de la casa colgaba un grueso candado, las ventanas muy enteras entre balcones de metal y cubiertas de gruesos cortinajes, todo el ambiente irradiaba un aspecto de abandono y decrepitud de años. Sugirió entrar a ver que había. La mayoría opinamos que no, pero luego Él pateo la puerta, que se negó a ceder. Por sobre ella se hallaba una ventana sin barrotes, con su ayuda y envuelta en un suéter quebré el vidrio con el brazo y me introduje en la olvidada morada. Él me siguió. 
Al inicio creímos se trataba solo de una casucha abandonada por quien sabe qué motivos, la inspeccionamos con calma, haciendo oídos sordos a los llamados de nuestros compañeros fuera. Se acercó por detrás y me tomo por la cintura, cuando voltee no vi su rostro, era un rostro ajeno, distinto y perverso que sonreía al verme, malicioso, oscuro, me deshice de su abrazo pero baje la mirada, cuando volví a verle era Ël otra vez. Pobre ilusa de mí. Si hubiese encontrado la diferencia entre Él y el…
Recuerdo sus palabras suaves, sus tibias manos, su aliento cerca de mi cara, olvide el espacio, el tiempo, la casa, olvide todo y lo deje entrar en mí. Tonta. Todo tan literal, todo tan tangible, vi la serpiente meterse en mis entrañas.
Hoy no recuerdo bien, todo se ha perdido con las horas. Sé que Él se lanzó debajo de un ferrocarril. El vehículo le destrozo el cráneo. Bendito Ël que ahora descansa por fin. Yo en cambio debo soportar estas detestables estaciones, cada día tiene 8 o 10 estaciones. Verano, invierno, otoño, noche, día, mar, tierra, lava, todas son estaciones, todas fluyen sobre nosotros, pero nadie las ve. Me han dicho que estoy loca, que no hay nada, ellos, ustedes no pueden verlos. No sientes como sus llagas se pegan a la piel, no ven como arrastran los cuerpos descompuestos y los guardan dentro de las paredes, y yo que guardo uno de ellos en el vientre. Yo lo sé, ellos no lo saben. Si lo supieran preservarían mi vida y dejarían que esa cosa emergiera. La unión del mundo infernal con este otro pequeño infierno. No lo soportaré, no puedo verlo salir de allí. Aun en este momento escucho su latido, empiezo a escuchar su voz, veo sus ojos cuando duermo, sé que nacerá. Él, el que se engendró a sí mismo, el que dirige los ejércitos malditos.  


Andrea Solares, es una joven escritora guatemalteca, mestiza y originaria de Antigua Guatemala, profesora de enseñanza media en pedagogía y psicología graduada en la Universidad Rafael Landívar y actualmente Estudiante de la Universidad San Carlos de Guatemala en la especialidad de Música. Ha incursionado en el mundo de la literatura, las artes, la música y la filosofía desde muy joven, formando parte de diversos círculos literarios y participando en diversos talleres de instituciones como URL, USAC, Parnaso, La nueva Acrópolis, Los Patojos, entre otras. Actualmente se dedica a la música en diversos géneros y sigue en proceso de formación en el ámbito literario. 


Fotografía de Erik Müller (en Unsplash). Public domain.


1 comentario:

  1. Es un gran Orgullo tener a una paisana Guatemalteca en este ámbito, además es un gran honor ser su Amigo. Sol.

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