'Aforismos' de Émile Cioran

'Aforismos' de Émile Cioran


En la laguna de Soustons, a las dos de la tarde, remando. De repente, fui fulminado por un giro trivial de vocabulario: All is of no avail (nada sirve para nada). Si hubiera estado solo, me hubiera arrojado instantáneamente al agua. Nunca he sentido con semejante violencia la necesidad de acabar con todo.

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  Devorar biografía tras biografía para persuadirse mejor de la inutilidad de cualquier tentativa, de cualquier destino.

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  Me encuentro con X. Hubiera dado cualquier cosa por no volver a verle. ¡Tener que soportar a semejantes especímenes! Mientras hablaba, cuánto echaba de menos un poder sobrenatural que nos aniquilase a los dos inmediatamente…

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  ¿Para qué sirve nuestro cuerpo sino para hacernos comprender lo que la palabra torturador significa?

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  El sentido agudo del ridículo hace difícil, por no decir imposible, el menor acto. ¡Dichosos los que no lo poseen! Nunca sabrán lo mucho que le deben a la Providencia.

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  En una exposición de arte oriental, un Brahma con varias cabezas, moroso, estúpido en grado sumo.

  Es así, en esa postura, como prefiero ver representado al dios de los dioses.

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  Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo.

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  No habiendo sabido nunca lo que busco en este mundo, sigo esperando a quien pueda decirme lo que busca él.

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  A la pregunta de por qué los monjes que le seguían estaban tan radiantes, Buda respondió que ello era debido a que no pensaban ni en el pasado ni en el futuro. En efecto, nos apesadumbramos en cuanto pensamos en uno o en otro, y nos apesadumbramos totalmente en cuanto pensamos en los dos.

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  Revulsivo de la desolación: cerrar los ojos largo tiempo para olvidar la luz y todo lo que ella revela.

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  En cuanto un escritor se disfraza de filósofo, podemos estar seguros de que lo hace para disimular más de una carencia. La idea, un biombo que no esconde nada.

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  Tanto en la admiración como en la envidia los ojos se iluminan de repente. ¿Cómo entonces diferenciarlas en aquellas personas de las que no estamos seguros?

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  Me llama en plena noche para anunciarme que no puede dormir. Le doy un verdadero curso sobre esa variedad de desgracia que es, en realidad, la desgracia misma. Al final, tan contento estoy de mi hazaña que vuelvo a la cama como un héroe, orgulloso de arrostrar las horas que me separan del día.

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  Publicar un libro implica el mismo género de contrariedades que una boda o un entierro.

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  No habría que escribir nunca sobre nadie. Tan convencido estoy de ello que cada vez que no tengo más remedio que hacerlo, mi primer pensamiento es atacar, incluso si lo admiro, a aquel de quien debo hablar.

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  «Y vio Dios que la luz era buena.»

  Esa es también la opinión de los mortales, a excepción de los insomnes, para quienes es una agresión, un nuevo infierno más duro aún que el de la noche.

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  Llega un momento en que hasta la negación pierde su brillo y, deteriorada, va, como las evidencias, a la cloaca.

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  Según el gran físico Louis de Broglie, existiría una relación entre el hecho de «ser ocurrente» y el de hacer descubrimientos científicos, significando aquí «ser ocurrente» la capacidad de «establecer repentinamente aproximaciones inesperadas».

  Si ello fuera cierto, los alemanes serían incapaces de innovar en materia de ciencia. Swift se extrañaba ya de que un pueblo de espíritu lento y pesado tuviese en su haber tantas invenciones. Sin embargo, la invención supone menos la vivacidad de espíritu que la perseverancia, la capacidad de ahondar, de rebuscar, de empeñarse en lograr algo… La chispa surge de la obstinación.

  Nada es fastidioso para aquel a quien mueve la manía de la profundización. Impermeable al aburrimiento, se extenderá indefinidamente sobre cualquier cosa, tratando sin miramientos, si es escritor, a sus lectores, y sin dignarse incluso, si es filósofo, a tenerles en cuenta.

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  Cuento a un psicoanalista norteamericano que, siendo como soy un podador empedernido, en la finca de una amiga, ensañándome contra las ramas secas de un secoya, caí del árbol de una manera que pudo haberme resultado fatal. «Si se ensañó usted con él», me dijo, «no fue para podarlo, sino para castigarlo por vivir más tiempo que usted. Estaba usted resentido contra él porque le sobrevivirá, y su deseo secreto era vengarse despojándolo de sus ramas.»

  Semejantes interpretaciones nos hacen detestar para siempre toda explicación profunda.


Exasperaciónes - Fragmentos de «Ese maldito yo», 1987. Émile Cioran.


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