Poemas de 'Yusef Komunyakaa'


Camuflando la quimera

Nos atamos ramas a los cascos.
Nos pintamos las caras, y los fusiles,
con el fango de la orilla del río,

colgamos manojos de hierba de los bolsillos
de nuestros uniformes de camuflaje. Nos
fundimos con la selva
contentos de que los colibríes se fijaran en nosotros.
     
Nos ceñimos a los bambúes y luchamos
contra el viento que venía del río
arrastrando nuestros fantasmas

desde Saigón a Bangkok,
acordándonos de las mujeres
que habíamos dejado en América.
Apuntábamos a los pájaros de cantos ominosos.

En nuestras paradas sombrías
los simios de las rocas intentaban delatarnos
lanzando piedras al anochecer. Los camaleones

trepaban por nuestras espaldas, cambiaban
del día a la noche: del verde al dorado,
del dorado al negro. Pero esperamos
hasta que la luna se convirtió en metal,
hasta que algo se rompió
dentro de nosotros. Los Vietcong
se movían por la ladera, con sus vestidos de seda negra,

transportando equipos pesados por la hierba.
Allí estábamos escondidos. El río fluía
por nuestros huesos. Los animales pequeños se escondían
al notar nuestra presencia; contuvimos la respiración,

listos para llevar a cabo la emboscada
en L, mientras que el mundo daba vueltas
debajo de nuestros párpados.


Los muertos de Quang Tri

Esto es peor que contar piedras
en caminos que no llevan a ninguna parte,
como cuando un tigre intenta cazar y retrocede
al oler su propia sangre en el suelo.
El que se arrodillaba junto a la pagoda,
¿te acuerdas? Capitán, no vamos
a hablar de eso. El niño budista
que se ponía en la puerta y a quien le frotábamos
la cabeza afeitada para que nos trajera suerte
brilla ahora como una luna blanca.
¡Está muerto para siempre, maldita sea!
La hierba que pisamos se levanta;
cuchillos amenazando
nuestras partes más preciadas.


Hanoi Hannah

¡Ray Charles! Su voz
nos llama desde la alta hierba,
y nosotros nos agachamos tras los sacos de arena.
“Hola, hermanos negros. Holaaa,
Georgia también está en mi mente”.
Las bengalas florecen sobre los árboles.
“Ahí está Hannah de nuevo.
A ver si le podemos
encender la puta mecha
esta vez.” Los proyectiles
dibujan un arco pálido
en el crepúsculo. Su voz sale
de un seto a mano izquierda.
“Es sábado por la noche en los Estados Unidos.
Imaginaos qué estarán haciendo vuestras mujeres.
Creo que voy a dejar que os lo cuente
Tina Turner, soldaditos nostálgicos.”
Los obuses corcovean como una manada
de caballos detrás de la alambrada.
“Sabéis que sois hombres muertos,
¿verdad? Estáis muertos
igual que King hoy en Menphis.
Muchachos, estáis rodeados
por la división del General Tran Do.”
Sus palabras hieren
como las balas de un francotirador.
“Hermanos negros ¿por quiénes estáis muriendo?”
Lanzamos una ráfaga
de balas trazadoras. Los Phantom jets
se despliegan en abanico sobre los árboles.
La artillería dispara al objetivo.
Su voz resucita
y la sentimos hablar
de nuevo, una flor sangrante
de la que nadie sabe su nombre verdadero.
“Sois una mierda de tiradores, GIs”.
Se oyen sus carcajadas salir del suelo
como si los altavoces estuvieran
enterrados debajo de nuestros pies.




Yusef Komunyakaa (Bogalusa, Lusiana, 1947). Hijo de un carpintero analfabeto e inscrito con el nombre de James William Brown, reclamó más tarde el apellido Komunyakaa que su abuelo, llegado desde Trinidad en un barco, como polizón, había perdido. Profesor en la Universidad de Nueva York, obtuvo en 1994 el prestigioso Premio Pulitzer por su libro Neon Vernacular: New and Selected Poems. Su poesía se divide en dos grandes temas: su niñez en Luisiana y su experiencia en Vietnam.

Fuente: Circulo de Poesia

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