La cadena de montaje literaria: Un mundo menos pensante

Foto de Tima Miroshnichenko

El mundo literario, ese vasto océano de ideas y emociones, ha sido reducido a un mero charco de fórmulas repetitivas y vacías. Las tertulias, esos clanes que se creen herederos de las musas, han dejado de ser los faros de la creatividad para convertirse en fábricas de un producto uniforme. ¿Qué ha pasado con el espíritu rebelde de la literatura? ¿Dónde quedó la chispa que incendiaba las páginas con originalidad? Bukowski lo dijo mejor que nadie: "Encuentra lo que amas y deja que te mate". Pero en este caso, parece que lo que amamos nos ha traicionado, dejándonos desaparecer lentamente en la "confort" de la mediocridad.

La literatura, una vez fuente de inspiración y evolución, se ha convertido en un círculo vicioso. Muchos autores no hacen más que imitar las sombras de sus predecesores, reciclando ideas que ya han perdido su frescura. Es como un eco interminable en un túnel sin salida. Thomas Ligotti, con su visión nihilista, podría argumentar que todo esto es simplemente una extensión de la naturaleza absurda de la existencia. Sin embargo, más allá del pesimismo, hay una verdad innegable: el pensamiento crítico y la innovación están siendo asfixiados por una cultura que premia la seguridad de lo conocido sobre el riesgo de lo nuevo.

Las editoriales, como depredadores al acecho, se aprovechan de esta dinámica para alimentar su maquinaria de producción en masa. Se apropian de una narrativa que promueve lo más basto, destruyendo cada gota de creatividad e idiotizando a la muchedumbre, sin mostrar el más mínimo respeto por el arte o por quienes lo crean. Kafka, con su desdén por las convenciones sociales, seguramente habría lanzado una diatriba contra este sistema corrupto que convierte la pasión en una mercancía.

En un mundo donde la originalidad es tratada como una rareza y la mediocridad es la norma, la verdad es que nos encontramos en un estado de letargo intelectual. Pero tal vez aún hay esperanza. Tal vez, aún podemos encontrar la belleza en la desesperación, la honestidad en el caos.

Mi amigo Pablo López, en una entrevista, dijo: "Es fácil y poco meritorio ser intelectual y transgresor cuando eres afortunado. Bohemios y sabios de club… No sabéis nada, ingenuos. Escribir y leer no es una terapia de grupo. Es un acto íntimo y absolutamente individual, y no puedes pensar a quién le puede gustar; es más gratificante pensar en los que pueden sentirse ofendidos”.
Lo dicho por Pablo López enfatiza en la idea de que el arte  no es un proceso de conformidad o búsqueda de reconocimiento externo.

La verdad de este mundo menos pensante es que somos los únicos responsables de romper estas cadenas impuestas por la sociedad, los grupos literarios y las editoriales. Es hora de levantar nuestras plumas y nuestras voces en un grito de rebelión contra la mediocridad. Es hora de devolver la autenticidad y la pasión, de redescubrir la magia que reside en la inventiva sin límites.

El estado actual del arte es un reflejo de la sociedad en la que vivimos: superficial, conformista y carente de sentido. Un escenario de vanidad, donde los egos se inflan y los disfraces solo sirven para ocultar la falta de verdadera pasión.

Es hora de exterminar este ciclo de aburrimiento y conformismo. Debemos arriesgarnos a explorar nuevos territorios creativos. Solo así podremos escapar de las trampas del status quo.

En palabras de Dostoievski, "La belleza salvará al mundo". Pero esta belleza no puede ser superficial ni falsa, debe surgir de las entrañas, impregnada de la tinta sangre de quienes se atreven a desafiar las normas establecidas y a expresar su verdad más profunda. Solo entonces podremos liberar la verdadera esencia de la literatura y restaurar su poder transformador en el mundo.


Juan Carlos Vásquez dirige y edita Herederos del Kaos. Es autor de "Ward's Island: The Hidden Side of New York." 

Foto de Tima Miroshnichenko: pexels-public domain.

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