Desde Berlín: "Vidas cruzadas", un relato de Sebastián Trujillo

Estaban en el piso cuarto de un edificio con aspecto de fábrica, pintado de grafitis en la fachada. Había una cerveza en la mesa. También un clavel. Y por la ventana asomaba un ambiente exterminador, de máquina. Pero brillaba una estrella. Solo una. Y a Sebastian le bastaba aquel diminuto resplandor para reflexionar más o menos como Rulfo: “Allá arriba un cielo azul, y detrás de él, tal vez haya mejores canciones, mejores voces”. La esperanza dibujó un gesto transitorio en su rostro. De manera que la lagrima resbaló con estilo.

-Eres un idiota, ¿sabes? -dijo la mujer, montando los pies en la mesa. Ella solía llorar cuando hacían el verdadero amor y, entonces, daba la impresión de soñar con ingresar en el firmamento. 

Sebastián arrancó un pétalo del clavel. Lo masticó, similar a una bestia herbívora. Luego bajó las migajas de flor, bebiendo largo, muy largo. 

- ¿Te das cuenta de la barbaridad que acabas de cometer?

Ella tuvo ganas de patearle el cráneo, con botas de hierro. 

- ¿Por qué esa actitud tan grotesca con la plata, lo concreto, lo único que hay?

Gritó. Él permaneció imperturbable. Mirando el trozo de constelación en la altura. 

- ¡Decí algo!

-Bueno, en las noches, de niño, subía a las copas de los árboles. Tocaba la armónica y contemplaba cosas del mundo que bajo el sol no podían ser. 

Una iluminación fugaz le trajo a ella un instante de serenidad. Y un montón de recuerdos en ruinas, de una belleza catastrófica. Su tono aflojó ligeramente. 

- ¿Qué hacías entonces, chico?

-Saltaba de las ramas, casi leopardo. Cuando había fiestas, miraba a los bailarines danzar en la pista, convencidos de que aquello era una fiesta, a pesar de que existir es arder en fuego. El cerco de púas me prohibía ingresar. Y me aliviaba perder la oportunidad de entrar, aunque me haya vuelto un caminante solitario en la lluvia. 

-Bastante trillado. Muy americano ¿Algo más?

-No faltaban grilletes. La mujer de mi padre deseando robar la herencia mía. Una tía maquinadora, perversa. Un matador de ángeles, el lamento del que ha reído durante el día y, avanzada la madrugada, su mascara desaparece en la oscuridad. Y no encuentra nada en el espacio de la cara. 

-Siempre en metáforas ¿Qué es eso de matador de ángeles?

-Hablo de joder lo divino, la esencia. Dominar. Apagar la vela. De aves plateadas o una niña enjaulada. De lo que nos causa esta vida equivocada e irreconciliable con el mar, el desierto, la montaña, Dios.

Follaban hacía tres años. Y era la primera vez que hablaban de sus pasados, de un extraño génesis.

- ¡A la mierda el comienzo! -dijo ella repentinamente, evocando para sí misma los escombros de su andar. 

Balbuceó algo sobre su infancia, juventud. Ayer. Y lloró. Y se lanzó a sus brazos. Y le pidió hacer el amor, el verdadero. Y le advirtió:

-Ojalá me hayas visto desde aquellos árboles del paraíso. 

Sebastián, sonriendo por mejores voces detrás del cielo:

-Ya conocía tu espíritu desde la copa de los árboles. Fuimos un jardín. Ahora somos una cruz. Almas viejas. Vidas cruzadas. 

Hicieron el amor de verdad, hasta el alba. La estrella, más antigua que el dinero y la arquitectura, entró por la ventana, rompiendo el cristal. Y se quedó centelleando para siempre en la sala, entre ellos, encima de ellos, en el interior, la penumbra.  


Sebastián Trujillo. Comunicador social y periodista colombiano residente en Berlín, Alemania. 


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1 comentario:

  1. Los cuentos de este escritor me hacen perder la sanidad mental, me transportan a un origen común y una soledad perpetua, sabe maldecir con la palabra.

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