«Más allá de la razón», un texto del escritor nicaragüense Alberto Juárez Vivas

Aquellas ganas de escribir, aquel deseo insoportable por ser un gran escritor, surgió en sus años universitarios cuando dos de sus más íntimos amigos desaparecieron de una forma inexplicable, y al cabo de unos meses los encontraron hechos cadáveres. Y eso que solo fueron reconocidos por el anillo de graduación que ambos andaban. Noches enteras y sistemáticas se las pasaba tratando de asir y ordenar sus ideas, con el único objetivo de ser un denunciante más, de los literatos anónimos, que a través de sus escritos literarios reclamaban el derecho a la vida, el derecho a una sociedad justa.

Sus primeros escritos le brotaron de manera espontánea, pero con la misma rapidez que salía a la luz, los destruía. Se encerraba en su habitación, con todo el esmero posible, y entre hojas y hojas revueltas de tacitas con café cada tres horas y un cenicero repleto de colillas de cigarros, daba rienda suelta a su pluma sin descanso, pero el resultado era siempre el mismo: destruir lo que escribía. En realidad, lo que plasmaba en el papel eran esbozos, simples esbozos carentes de toda realidad literaria. Aquella obsesión crecía peligrosamente, a tal punto que el roce con su familia lo aisló por completo. Una idea enfermiza lo separaba del todo. En su habitación se sentía más libre. Una lámpara blanca, una cama desordenada y un escritorio con hojas sueltas y lápices y libros eran el único mundo que lo contemplaban y lo compadecían. Aquella atmósfera era pesada, ambigua y repugnante.

Cierto día desayunándose con un café negro bien cargado, y fumándose un cigarrillo, encontró en un rincón de sus pensamientos la tranquilidad de su búsqueda. Escribiré un libro como nadie escribió jamás. Eso es… un libro, pensó tan seguro de sí mismo que una sonrisa anormal y estúpida asomo irremediablemente a sus labios. Sacó del ropero las remas de papel que desde hacía tiempo tenía guardadas, una caja de lapiceros y los puso al borde del escritorio. Inició así un ritual sin precedente, atrapando cada idea, cada concepto con el único deseo sustancioso de escribir sin parar. Para aquel hombre no existía mundo exterior y el esfuerzo que empleaba para tal fin, lo había privado hasta del alimento. Sentado con la mirada clavada en el papel y la mano en un movimiento constante, había olvidado hasta de asearse, que la habitación desprendía un olor a desechos como si se tratara de desperdicios de comida, mezclados con el aceite rancio de latas de sardinas. Al cabo de dos meses, una madrugada en que se lavaba la cara (esa se había convertido en la manera de limpiarse un poco) se miró en el espejo el rostro y el cuerpo cubierto por miles de letras escritas con tinta negra, era como un abecedario escrito cientos de veces. Se asustó y sin embargo, pensando que podría tratarse del agotamiento, retornó tranquilamente a su faena interminable. Cuatro meses se desvanecieron como una burbuja, y en aquel sitio de locura y tedio, sobre el escritorio de madera, miles de hojas escritas parecían moverse como si se apoderaran de vida propia, mientras aquel hombre parecía perderla… su rostro casi cadavérico, debido al desvelo y la falta de alimento, daba la impresión de haber sido sacado de una película de terror. Se había convertido en un despojo humano.

—Casi lo logro, oh sí, casi lo logro –gritó una noche cuando se disponía a darse un descanso. Y fue al día siguiente frente al mismo espejo, observó que en vez de cabello tenía cientos de lápices parados, solo lápices tenía en la cabeza. Y pensando que se trataba de una alucinación, se arrancó un lápiz, sintiendo un dolor agudo, entonces no tuvo dudas, sobre su rostro corrió tinta, en virtud de sangre. Se observó unos minutos más, embobado y entupido, alzó los hombros con indiferencia, restándole importancia a lo ocurrido, y se dirigió de nuevo a su habitación a encerrarse para siempre.

El tiempo siguió succionándolo todo, con ese odio razonablemente repartido. El invierno agotó su linaje, humedeciéndolo todo y alborotó los olores de los alrededores a tal grado, que más de un transeúnte se cubría la nariz con un pañuelo.
Cuando los vecinos del lugar comenzaron a sentir un olor a mortuorio que provenía de la casa, crearon diversas especulaciones, unos pensaban que se trataba de alguna rata muerta, otros que se había roto algún tubo de las aguas negras. Lo cierto es que luego de una breve reunión, los vecinos decidieron averiguar lo que sucedía. Tocaron suavemente la puerta de la casa con el puño de la mano. —Hola, ¿hay alguien ahí? Después de casi una hora sin recibir respuesta, forzaron la puerta con un tubo de hierro. Penetraron al lugar. Se encontraron con un desastre inconcebible. La suciedad del polvo cubría todos los rincones. Los muebles de la casa, las vitrinas y las paredes estaban cubiertos de telarañas. En el lavaplatos había muchas tazas con residuos de café invadidas de cucarachas. —Esto es extraño –dijo alguien. —Da la impresión que aquí no vive nadie desde hace meses –terminó balbuceante sus palabras, y casi a punto de vomitar preguntaba: —Y ese olor tan terrible, ¿de dónde viene?
Se dispersaron por toda la casa, buscando la procedencia de aquel aroma tan pestífero, hasta que uno de ellos, al abrir la puerta que conducía a la habitación, tapándose la nariz, llamó a gritos a sus demás compañeros. Todos se acercaron corriendo y al llegar, el asombro de sus rostros, de misterio y confusión. En el lugar encontraron un escritorio repleto de papeles, ropa tirada en el suelo, colillas de cigarrillos también regadas por todo el lugar, pero no había nadie, excepto algo que los dejó boquiabiertos, con las pupilas dilatadas, por aquella impresión que jamás olvidarían: sobre la cama yacía un libro gigante aproximadamente de seis pies de largo, reposando, soltando aquel olor como si se tratara de un muerto.
 


Alberto Juárez Vivas, (1964. León, Nicaragua) poeta, escritor, promotor cultural y fundador del grupo Espjo (Escritores y poetas jóvenes de la ciudad de León), creador, director y fundador del programa cultural en radio y televisión «Noche Inolvidable». Promotor de la lectura y la escritura creativa. Integró el equipo de escritores de Acic para la implementación de la metodología Leo, comento, imagino y creo en asocio con VISION MUNDIAL. Libros: INFIERNO CLANDESTINO (editorial universitaria 2012) SOMBRAS DE LA GUADAÑA (Tres novelas cortas, editorial PENSAR 2017), YUREN Y OTROS CUENTOS (Narrativa infantil), HORA QUEBRADA (Poesia). Su obra se contempla en dos antologías del grupo espjo realizadas por la editorial universitaria, en 18 voces de la narrativa contemporánea nicaragüense, Revista HILO AZUL. Ha publicado en revistas y periódicos nacionales e internacionales y brindado conferencias y charlas motivacionales de lectura y escritura creativa en instituciones educativas del país, así como recitales a nivel nacional e internacional. Su obra INFIERNO CLANDESTINO fue motivo de ponencia en la universidad de Colorado, PONENCIA ECOLOGICA EN LA POESIA CONTEMPORANEA NICARAGUENSE.


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Photo by Ben White on unsplash (public domain).



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