Desde Gödeken: El marchar de las palabras», un relato de Gustavo M. Galliano

Estoy un poco preocupado, hijo. Me pregunto qué me estará pasando. Llevo una temporada difícil y me preguntaba si te has dado cuenta de ello.
Ha comenzado hace algunos años. Cierta dificultad en encontrar ciertas palabras, ciertos objetos ciertos… Al inicio no le dediqué demasiada atención, pero precisamente se trata de mi atención dispersa, y no recuerdo entonces si fue así, o esa dispersión devino en falta de dedicación a la mencionada atención.

Inicialmente fueron pequeños detalles, como ir extraviando cabellos, o perder ciertas cosas, principalmente gran parte de la visión perfecta que poseía. O que mi prolija barba azabache se convierta en un revoltijo gris, que tan mal luce.
Ir cambiando la vestimenta, y en lugar de vestir como el joven que soy, pues me queda la ropa de más talle, usar el horrible atuendo de gastados colores que visten los mayores.
    Pero no es lo más grave. No. Hay otros síntomas que me asustan aún más, hijo.
Te menciono los más aterradores. He comenzado a olvidar palabras, entiendes, ¡palabras! La mayor bendición que he tenido en la vida… palabras.
Las primeras que olvidé pronunciar fueron: abuelos. En ambos géneros. No recuerdo la fecha ni la temporada, solo que repentinamente esas palabras y sus sinónimos se fueron alejando de mi boca. Y aunque mi mente recuerda y reconoce hasta las lágrimas, en imágenes, ya no pude volver a pronunciarlas.

Le siguieron otras, pero fue tremendo cuando ya no volví a mencionar “Papá”. Era apenas un jovencito y aunque en cada sueño él me visitaba, ya no pude decirlo, no entiendo, no pude. El sufrimiento me turbó tanto que hasta olvidé por unos años el llanto. Pero éste, como perro fiel, siempre regresa.
Le siguieron otras como “mejores amigos”, “reuniones sociales”, “risas distendidas”, “abrazos afectuosos”, pero son frases más complejas que fui omitiendo quizás para que no se evidenciara el avance de mi estado.

Al transcurrir de unos años, que se me dificulta mensurar, fui perdiendo otras palabras muy importantes… “Esposa”, por ejemplo. ¿Cómo hacer para ya no poder mencionar esta palabra cuando el corazón sangra de continuo? … se extraña, que resulta extraña, la palabra.
Tal situación me ha generado graves consecuencias. El médico me ha indicado que quizás me afecten los síntomas de algún cuadro severo de ansiedad, de alguna fobia. Él intenta medicarme pero me resisto a depender de unas píldoras, que probablemente pronto olvidaría tomar.
Y el desastre mayor ha sobrevenido recientemente. 
He olvidado pronunciar una palabra que me parte el alma, y que me ha llevado a la mayor depresión. Que me ha dejado vacío, carente de ilusión, pleno de hastío. Creo que debes comprenderlo, hijo. He olvidado la palabra “Mamá”. Ya no sale su sonido de mi boca. Y aunque aún siento su abrazo en cada brisa, como pronuncia mi nombre en las noches cuando me acuesto, deseándome felices sueños, aunque al despertar creo sentir su mano acariciando mi cabello… ya no puedo pronunciarla.

Sí, ya sé, no son necesarias estas lágrimas. Eres joven y fuerte, tanto como yo, hijo, pero quizás sea más sensible… alguno de ellos, a quienes ya no puedo pronunciar, solía decirme que éramos iguales, que teníamos un amplio mundo interior al cual no dejábamos que nadie se adentrara. Seguramente eres diferente, extrovertido, sin el pecado de los años a cuestas. Ya sé, no debo lagrimear, los hombres no lloran… o lloran… no recuerdo la frase. La estoy olvidando. Pero me duele, me quema por dentro. Como un volcán incapaz de estallar.
Sí, hubo muchísimas otras palabras que olvidé, pero siempre he tratado de suplantarlas, para que no se den cuenta de mis fallos, tan solo soy un humano, un fino cabello a merced de la tempestad que se avecina. ¿No lo comprendes hijo?… no importa… tan solo te pido que no me observes con lástima y me hagas un gran favor.

Toma un retrato de quienes aún estamos, los sobrevivientes, portando todos majestuosas sonrisas, bien peinados, bien vestidos, bien abrazados. Y al reverso de la fotografía, coloca en letras bien grandes: “Esta es mi familia”.
Cuando lo hagas, y espero sea pronto porque todo lo olvido más rápido cada vez, haz una copia para mí y guárdamela en el bolsillo de la camisa. Luego abrázame bien fuerte, en silencio, porque hay ciertas ocasiones que no necesitan de palabras y guárdate una copia con la misma frase, para ti, agrégale quien es cada uno. 
Porque nunca se sabe, y quizás pronto tu también comiences a olvidar como se pronuncian ciertas palabras. Sin siquiera darte cuenta, de un momento al otro, comiences a olvidar palabras. Es la Vida.
Ojalá pudieras leerme el pensamiento y entenderme.-






Gustavo Marcelo GALLIANO.

Nacido en Gödeken, Santa Fe, República Argentina. Escritor, poeta, gestor cultural, Jurado Internacional. Docente Universitario de la Facultad de Derecho de la UNR, en Historia Constitucional Argentina. Miembro del CICSO (Centro de investigaciones en Ciencias Sociales). Reside en Rosario, Santa Fe, República Argentina.
Se ha desempeñado como Corresponsal Especial en diversas revistas internacionales de Arte y Literatura. Integra la Red de Escritores en Español (REMES), Poetas de Mundo, Unión Hispano Mundial de Escritores (UHE), la Fundación César Égido Serrano, Naciones Unidas de las Letras (Ave Viajera y Proyecto Mundial Semillas de Juventud), entre otras. Ha obtenido distinciones y premios en certámenes y concursos internacionales de cuentos, narrativa, micro relato y poesía. Publicó libros y participo de Antologías. Ha sido designado como Embajador de la Palabra y la Paz por diversas instituciones: WWPO (USA), Círculo de Embajadores Universales de la Paz (Francia / Suiza), etc.).

📖 Lee otro texto de Gustavo M. Galliano en (Herederos del Kaos): La casa de mis sueños


Ilustraciones: la imagen han sido remitida por el autor de la obra.

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