«Desconocidas», un cuento de Nelson Lehi Cardoza Díaz

Apenas lo oí, lo reconocí. El sonido de ese vehículo era inconfundible. Me asomé por la ventana para confirmarlo. Efectivamente, era la misma camioneta celeste, toda maltratada y antigua.
Lo vi bajar del auto y rápidamente me oculté tras la cortina. Sólo dejé descubierto una pequeña parte de mi rostro para poder seguir espiando. Ya sabía para lo que venía. Como cada semana.
Oí los golpes que dio a la puerta. Luego hubo murmullos y diálogos difíciles de entender.
Néstor- escuché la voz de uno de mis hermanos al otro lado de la puerta después de un momento.
Fue una desagradable confirmación de lo que había pensado.
¿Sí? – pregunté albergado aún una chispa de esperanza.

Mi papi te busca.

La chispa murió. ¡Rayos! Tendría que salir. No me quedaba otra.
Ya voy.
Abrí la puerta de mi dormitorio y salí al pasillo. Aunque estaba desierto sentí que el ambiente era hostil y desagradable.
No te demores – oí una voz fría y llena de rencor.
Volteé a mirar hacia la puerta entreabierta de mi derecha, de donde había provenido la voz. Me detuve luego de oírla. Me acerqué al cuarto con cautela. La vi sentada al borde de la cama, con las manos apretando sus rodillas. Mi madre miraba hacia el piso, con el ceño fruncido.
La miré por unos segundos. Aunque era habitual ese comportamiento siempre me intrigaba. La observaba, pero en realidad mis pensamientos estaban en otro lado. De pronto, mis borrosos y escasos recuerdos invadían mi mente…
¡Dónde estará ese hombre que no llega! – exclamó mirando con desesperación por la ventana.
Empezó a caminar en medio de la sala una y otra vez. Las manos le temblaban y enseñaba los dientes con furia.
Todo el tiempo es lo mismo… seguro que está bebiendo con mujeres… ¡desgraciado!...

Sí, mamá – le contesté al ver que levantó la cabeza para mirarme. 

No dijo nada. Su mirada me atemorizó, así que seguí caminando hacia la sala. Ahí sólo estaba un adolescente viendo televisión.
Jaime, ¿mi papi? – le pregunté.
Jaime, sin mirarme, señaló la calle.
¿No lo has hecho pasar?
Él se volvió a mirarme con reproche. Se le notaba incómodo, frustrado, triste. 
¿Quieres que mi mami me deje sin almuerzo?
No le contesté. Miré como mi hermano volvía a mirar la televisión y me dirigí hacia la puerta.
Mi padre estaba en cuclillas frente a una de las ruedas de la camioneta. La miraba y tocaba con minuciosidad. Al parecer, no se dio cuenta de mi presencia. Lo observé en silencio. De pronto, nuevamente me vi absorbido por mis recuerdos…
Ella seguía dando vueltas en la sala. Fueron tantas que ya había perdido la cuenta. Entonces se oyeron golpes en la puerta. Mamá se detuvo. Miro hacia la puerta. Se notaba claramente su respiración entrecortada.
¿Quién? – preguntó en tono autoritario. 

Soy yo, Mirtha – se oyó una voz al lado de la puerta – abre.

Así que eres tú, borracho de porquería. ¿éstas son horas de llegar?

He estado trabajando. Abre que tengo frío.

Lárgate de aquí, sinvergüenza, cínico. Aquí no vuelves a entrar.

Mirtha, por favor, no digas tonterías. Ábreme la puerta. 

¡¿Tonterías?! ¿Te vas a beber la plata con mujeres y quieres que te deje entrar a mi casa como si nada?

Abre la puerta, maldita sea.

Mi madre entró a grandes pasos al interior de la casa. Yo estaba muy asustado. Jaime estaba cerca de mí. Era tan pequeño, temblaba de manera tan incontrolable y lloraba con tanta angustia que hizo que me preocupara. La sola idea de que mi papá se fuera me aterraba.
¡Mirtha! ¡Mirtha! ¡Mirtha! – gritaba sin parar mi padre.
La puerta se sacudía bruscamente. Transmitía claramente el enojo y la frustración que sentía mi padre. Yo quería abrirle la puerta. No sólo para que entrara, sino para que además esa situación traumática se acabara. Pero temía a mi mamá y su manipulador resentimiento.
Entonces ella volvió. Llevaba varias prendas de vestir en las manos, las cuales caían dejando testimonio del apresurado camino que había recorrido.
Abrió la puerta y entonces lo vi. Fue sólo un segundo, pero lo recuerdo tan bien que los detalles no se han esfumado. Estaba cabizbajo, mirando al suelo, con el brazo izquierdo apoyado en el marco de la puerta. Mi madre no se detuvo ni un instante a mirarlo. Le lanzó sus pertenencias y volvió a cerrar la puerta.
¡Mirtha! ¡ábreme! ¡Mirtha! 

No te voy a abrir así que no insistas.

Todo quedó en silencio. Podría oírse la respiración acelerada de mi madre y el llanto ahogado de mi hermano Jaime. Observé a mi mamá y a la puerta con ansiedad. Y esperanza.
Entonces dame a mis hijos – reclamó a gritos mi padre.

¿Tus hijos? ¿crees que voy a dejar a mis hijos en manos de un borracho sinvergüenza como tú?

Mirtha, dame a mis hijos te digo.

¡Lárgate! Tú ya no tienes nada en esta casa.
Volvió el silencio. Esta vez era más agudo y punzante. Yo podía oír los golpes de mi asustado corazón contra mi pecho de cinco años.
Mi madre esperó junto a la puerta. No se oyó nada. Se acercó a la ventana y se asomó. Volteó a mirar al interior de la casa y se encontró con mi mirada. Su expresión era de sorpresa y decepción.
Se fue – dijo sin tono en la voz – el desgraciado nos abandonó y se fue…

Hola, hijo – me saludó mi papá.

Ya estaba de pie. Se frotaba un trapo por las manos y me miraba con una sonrisa insegura y nerviosa.
Hola – contesté aún confundido por mis repentinos recuerdos.

¿Qué estás haciendo?

Nada en especial.

Aaah… vamos para que me acompañes.

Van pe.

Su sonrisa se hizo más sincera y amplia. Me miró conmovido por un instante. Para mí fue una situación incómoda. Traté de no mirarlo tan fijamente. Abrió la puerta del copiloto y se dirigió a su asiento. Yo caminé aún con cierta turbación y me senté…
Yo miraba por la ventana. Apoyaba las manos en la pared y movía los pies con impaciencia, y cansancio. Ni pestañeaba. Miraba fijamente hacia la esquina, lleno de esperanza e incertidumbre.
¿Nada? – oí en voz baja a mi espalda.
Negué con la cabeza sin voltear a mirar a mi hermano. Entonces lo vi. Asomó su cabeza por la esquina con cautela. Lentamente avanzó descubriéndose completamente. Mi corazón de ochos años de edad empezó a latir desesperadamente, lleno de alegría y emoción. Levanté la mano y la agité con fuerza para que me viera. Él también me saludo con una amplia sonrisa. Me invitó a acercarme a él.
Manuel, Jaime, ya llegó papá – les informé con un hilo de voz.
Mis hermanos llegaron casi corriendo. Puse mi dedo índice sobre mi boca para ordenarles que guardaran silencio. 
¿Y mi mami? – pregunté.

Está viendo la novela dándole de comer a Milton. No se dará cuenta – me informó Manuel. 
Abrimos la puerta cuidadosamente y salimos corriendo al encuentro de nuestro padre. Él nos esperaba con los brazos abiertos y sonriendo con satisfacción.
Hola, muchachos – nos saludó enternecido.
Mis hermanos y yo lo miramos contentos y ansiosos. Él nos miró a los ojos, como queriendo leer nuestras mentes. Luego volvió a sonreír. 
¿Quieren un juguito? – nos preguntó.

Sí – respondimos en coro.
El rio encantado. No sólo era una risa de humor. Era una muestra de felicidad.
Vamos – dijo y empezó a caminar.
Mis hermanos lo empezaron a seguir de inmediato. Yo esperé un momento. Volteé a mirar hacia la casa. Me pareció ver una silueta tras la cortina. Pero no me asusté. En ese momento, nada podía asustarme… 
Estábamos en silencio. Había estado así durante tanto rato que ya me martirizaba. Quería hablar, pero eran tantas cosas que no sabía cómo empezar y en qué orden decirlas. Miraba hacia la calle y trataba de imaginar en qué estaba pensando mi papá. Tal vez pensaba en mí. Tal vez en mi madre.
Ya son la una – me informó mirando su reloj.

Ya no fui al colegio – dije sin poder ocultar el tono de reproche en mi voz.

No tenías examen, ¿no?

No.

El silencio volvió. Era incomodo, fastidioso, frustrante.
Dimos vuelta a una esquina. La calle estaba repleta de escolares de primaria. Pude ver el colegio unas casas más allá. 
Mi papá estacionó la camioneta frente al centro educativo. Apagó el motor y quedó inmóvil sin decir nada. Miraba al frente asido del timón, como si continuara manejando. Yo lo miraba intrigado y a la expectativa.
… Eeeh… espérame aquí ¿ya? – dijo por fin – ya regreso.
Bajó del vehículo e ingresó al colegio. Yo estaba muy confundido. ¿Qué haría en ese colegio? ¿Por qué le costó tanto entrar en el colegio y dejarme solo? Mientras esperaba y pensaba en tantas cosas relacionadas con mi familia veía algunos escolares salir con sus padres de la mano, les contaban anécdotas, los llevaban al carrito de los helados o de los juguetitos. Traté de imaginar cómo hubiera sido si yo hubiera experimentado lo mismo.
Entonces vi a mi papá salir del colegio. Iba acompañado de dos niñas, a las que llevaba agarradas de la mano. Ellas se dejaban guiar muy sonrientes. Hablaban con él y le pedían que les comprara todo con lo que se cruzaban. Él las ignoró desencajado. 
Llegaron al auto y el abrió la puerta de mi lado sin decir nada. Tampoco me miró. Las niñas subieron apresuradas y se sentaron a mi lado. Yo las miré con curiosidad. Intenté sin éxito recordar si las había visto antes. Ellas me miraron y me dirigieron una sonrisa tierna como saludo. Mi padre tomó asiento en su lugar y puso el motor en marcha.
Néstor – me habló mi padre al cabo de unos metros de marcha.

¿Sí?

Ellas son Carla y María… tus hermanas.
Quedé inmóvil. Petrificado. ¿Había escuchado bien? ¿Hermanas? ¿Mis hermanas?
Karlita, María, él es su hermano – por el tono inexpresivo en que lo dijo no pareció una presentación.
Las niñas rieron sorprendidas y nerviosas. Me abrazaron y me dieron un beso en las mejillas. Yo no supe cómo reaccionar. Seguí sin moverme. Miraba a mi padre fijamente. El conducía sin apartar su mirada del frente. Estaba inexpresivo. Parecía pensativo, profundamente pensativo. Tal vez trataba de imaginar cómo yo me sentía. Tal vez recordaba sus pecados. Tal vez se arrepentía de ellos. Tal vez se preguntaba si yo querría volver a acompañarlo…




Nelson Lehi Cardoza Díaz. Piura, Perú. 24 de diciembre de 1986. Egresado de la Universidad Nacional de Piura, en la carrera de Ciencias de la Comunicación. Casado, con tres hijos. Escribe desde los 13 años.  En el 2009 publicó un libro de cuentos llamado “Pluma de Plástico”, el que incluía los cuentos “Cenizas”, “Loco Amor” (título que luego se cambió a “Dos Trágicos Amantes”) y “También”. En el 2020, en la página literaria de Facebook “DyS”, de Piura, fueron publicados dos de sus cuentos: “Beso” en mayo y “La Excepción” en noviembre.
En enero de 2021, su relato “Beso” salió publicado en el libro “La Otra Orilla”, de la editorial Vicio Perpetuo Vicio Perfecto de Lima - Perú. 
Ese mismo año, en el canal de You Tube de “Pichon Break Literario” de España, dos de sus cuentos se publicaron: “Insomnio”, en enero y “Suicidio”, en febrero.
En mayo de 2021, el relato “Esa Voz” en la revista “Puerta Escarlata” de México. 
En junio de 2021 uno de sus poemas quedó entre los 50 mejores poemas del III Certamen de poesía de Aliar Ediciones, de Granada, España. 
En agosto de 2021 el cuento “Timidez” fue publicado en la revista digital “Cisne Revista Digital” de México.
En diciembre de 2021 publiqué un libro de cuentos por la editorial “Vicio Perpetuo” titulado “Sensaciones I”, que incluye los cuentos: “La Muchacha del Microbús”, “Cenizas” y “La Excepción”
En Enero de 2022 el cuento “Escape” fue publicado en la revista digital “Abrazando Letras”, de Sentinel Editorial
En los canales de YouTube, Spotify e Ivoox, llamados “Sensaciones Literarias”, en el que han sido incluidos los siguientes relatos: Beso, Suplente, También, Desconocidas, Esa Voz, Suicidio, Dos Trágicos Amantes, La Muchacha del Microbús, Cenizas, A la salida del Colegio, La Excepción, Insomnio, Timidez, Calurosa, Navidad. Ha escrito más de 20 cuentos, 100 poemas y dos novelas cortas. 

Photo by Arleen wiese on Unplash (public domain).

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