«Carta de un escritor», un cuento de Gerson López Cárdenas

Quizá esta carta sea lo último que escribamos Manuelita…

Recuerdo que, siendo niño, aferrado con mi mano a la sombra de mi madre, me embelesaba leyendo los letreros guindados de paredes, vallas y locales. A pesar de la dificultad y de no saber su significado, me encantaba leer las palabras que eran largas y extrañas para mi edad: Fe-rre-te-ría, char-cu-te-ría, ce-rra-je-ría, ce-men-te-rio, la-bo-ra-to-rio, entre otras que me cautivaban tan solo por su tipografía y estética. Era como si estuviesen vivas. Es que siempre he sido un logofílico. 

“Logofilia”, que linda palabra.

Me interesaban, especialmente, las que a simple vista podrían representar una dificultad de pronunciación. Cuando las terminaba de leer, las repetía unas cuatro o cinco veces más para decirlas de manera más fluida. No sé, simplemente me gustaba cómo sonaban. Y aun me gustan, pero ahora que mi territorio léxico es más extenso no me conformo tan fácilmente. Por ejemplo, que lindo es escucharme a mí mismo decir “birlibirloque”, “ebúrneo”, “catamenial”, “componenda”, “Hipopotomonstrosesquipedaliofobia” y otras que mi mano no se resiste a escribir y que mi voz se tienta a decir en voz baja cuando camino o estoy sentado en mi sillón de lectura.

Quizá por ello me dediqué al oficio de escritor… puede que esa sea la misma razón por la cual casi nadie entiende lo que escribo. En todo caso, mi pasión por plasmar palabras que, para mí son cautivantes, quizá hace que mis textos sean densos y de legibilidad lenta. Por eso esta carta la escribo esforzándome por usar palabras llanas, simplonas, tratando de escribir como habla la gente cotidianamente. Pero qué se le hace. Los artistas realizamos nuestra obra para suplir una necesidad personal, procurando que los demás entiendan la idea que queremos transmitir. Sin embargo, muchas veces no logramos hacerlo con la misma claridad que lo hacen las vallas publicitarias, comerciales o propagandas. Y es entendible, pues en el ritmo agitado de la cultura del consumo todo debe ser digerido rápidamente para así consumir el siguiente producto, y etc. Pero hoy no escribo para hablar de esos temas. 

Lo que quiero contar está relacionado con mi oficio. En este momento escribo una historia sobre un personaje que se dedica a la lectura. Como ya dije, soy un apasionado por las palabras en sí; pero la lectura no es mi fuerte, a pesar de leer mucho. Creo que ese es otro motivo por el cual me dedico a la escritura y no a la lectura. Es decir, me gusta leer, pero considero que mis interpretaciones y panorámicas son muy cortas y cortantes. Me apego a las palabras de forma literal y frenética. Y cuando un texto deja un interrogante no sé qué hacer… como si mi imaginación se quedara en eso, en la simple duda. No indago, no me cuestiono ni disfruto de ello. Sé lo que está pensando: “a este ya se le zafó un tornillo con todo y tuerca”. Pero piense un poco: ¿una persona loca sería capaz de escribir esto de manera cohesiva y coherente, como lo estoy haciendo ahora? Y, además ¿sería consciente de todo ello? No lo creo. Sin embargo, es precisamente este tipo de cosas que detonó mi intención de hablar sobre el personaje que estoy escribiendo. Como una especie de explicación sobre cómo escribo, sobre mi vida.

Estoy tratando de entender algo que pone en tela de juicio mi propia cordura. Dejen que me explique mejor. He escrito muchos textos sobre diversos temas: académicos, formales, legales, literarios… escribo casi de manera mecánica y autómata, pues se me facilita. Cuanto tema se aferra a mi cotidianidad y a mis pensamientos, yo me aferro aún más fuerte a este. Y podría decirse que a mi personaje le sucede lo mismo… o quizá me estoy reflejando en él. Pero lo dudo, porque es más auténtico, más real que yo mismo. Mejor dicho, quisiera ser mi personaje y sé que es imposible. Entonces, si acaso, me reflejo en él, pero como un anhelo, como queriendo ser él. Ya sé, aquí me estoy enredando otra vez. Por eso digo que no logro hallar una lógica discursiva que me permita expresar lo que me acontece en el momento que escribo esta carta que va dirigida a quién sabe quién, porque ya no me importa si la alguien la lee y menos aún si la entiende. En serio, no estoy loco, tan solo dudo de mi cordura; supongo que eso es sinónimo de cordura. Porque el loco no sabe que está loco ¿o sí? No sabría responder a eso. Es una de esas dudas que me resultan callejón sin salida.

Pero mi personaje no se complica con esas cosas; se detiene a reflexionar un poco, pero no se angustia. Todo lo soluciona con una sencillez que envidio. Por ejemplo, escribí que él estaba leyendo una antología de cuentos de Edgar Allan Poe y evidenció un patrón en algunos de sus cuentos. Se dio cuenta que en El Corazón Delator y El gato Negro, los personajes interpelan al lector tratando de convencerlo de su cordura. Mejor cito textualmente lo que escribí:

(…) Una ebúrnea página se desliza entre los dedos. Palabras finales que se decantan y abordonan entre sí. Una sensación de vértigo a medida que la historia concluye y se diluye en el papel. Rezuman ideas que se desbarran por el hiato de las dubitaciones e hipótesis; la llanura del pensamiento apacigua una idea y se acuesta para reposar de su agotable recorrido. Una lumbre ilumina la oscura habitación y un susurro se escapa por la resquebradura labial como tenue sonrisa, apenas perceptible:
− Poe es un genio… 
La expresión “Poe es un genio” enjaulaba dentro de sí una profunda reflexión. Un súbito descubrimiento que le deleitaba, que le hacía relamer los labios, como niño disfrutando un dulce. Esta profundización no le llenaba de exacerbado orgullo, tampoco le ocasionaba aceradas angustias, tan solo se deleitaba con su interpretación; una interpretación que lo ensimismaba y a su vez le permitía seguir su vida con apacible tranquilidad
“Poe es un genio”: una lumbre que le permitió caminar, sin tropiezos, por la habitación personal, íntima, de sus pensamientos.
Impresionado con su interpretación, cuando concordó con amigos y amigas para reunirse en un bar dos días después, y en la trashumancia y barullo de cristales de vino, explicó:

−Es una forma sencilla de decirle al lector que el personaje está loco a pesar de mostrarse cuerdo… juega con el lector. El personaje parece totalmente racional por sus explicaciones coherentes y ¡pum! Cuenta cómo cometió algún acto demencial. Es un genio, porque hace que creamos que el personaje es alguien cuerdo que tuvo un lapsus de demencia y nada más, pero deja la duda de si fue solo un lapsus o realmente es un loco con la capacidad de dar explicaciones coherentes y racionales ¡Pero no solo eso! −se levantó de su asiento, haciendo levitar su copa sobre las impresionadas y casi tremebundas miradas de sus acompañantes, derramando un poco de tinta carmesí sobre el ahumado mantel−, también pone en tela de juicio al propio lector, le hace dudar que puede estar loco y no lo sabe, o no lo cree por el simple hecho de poder leer el texto y decir “ese está loco” ja, ja, ja −hace retumbar una barahúnda carcajada en la atención y tensión de los presentes, como despertándolos del hollinado letargo del vino, como dándoles a entender que es una reflexión sin importancia, lo que le hace revestirse con un hálito áureo de sencillez y, a su vez, de nobleza−, al menos en esos dos cuentos, en esos dos aspectos, Poe es un genio por su componenda escritura ¡Que grande Poe! (…)

Bueno, eso es solo una parte de la historia que estoy escribiendo y que quizá nunca vea la luz. O quizá sí, como obra póstuma, de esas que generan más ganancias solo porque el autor está muerto. Por el momento no quiero que alguien lo lea, que alguien empiece a darme consejos y decirme qué nombre debería llevar el personaje o que cambie el final. Voy a explicar esto último.

Mi editor me pide, ¡me exige! más acción, suspenso, escenas de sexo, comedia, que la introducción sea atrapante y envolvente y, sobre todo, que los finales sean briosos, impactantes, que den un giro inesperado, porque eso es lo que vende me dice, eso es lo que la gente quiere y hay que complacerlos. Pero lo que escribo no tiene que ser un final inesperado y mucho menos feliz, al final la vida no es así y yo quiero reflejar lo absurdo que pueden ser las historias, que no siempre suceden cosas extraordinarias, que a veces un relato puede dar señales de lo que sucederá al final, porque nada novedoso o feliz puede resultar del peligro de seguir respirando. La vida no siempre nos sorprende, puede ser predecible, estar condicionada. Y con ello no quiero decir que tengamos que deprimirnos, resignarnos o esperar pasivamente un destino incierto, al contrario, dentro del absurdo de la existencia uno puede relajarse ante la vida y aceptarla como viene, sin preocuparse por realizar algo maravilloso, que deje renombre en la historia o le haga famoso. Pero no me voy a poner existencial, ni a decirle a nadie cómo debe vivir, eso se lo dejo a la literatura de autoayuda. Tampoco quiero explicar mis obras, que cada uno las interprete como quiera. Tan solo quiero escribir a mi modo, como una forma personal de expresarme… Ya les daré un giro inesperado y contundente si quieren, pero no en mis textos.

Otra cosa que me exigen, ya sea mi editor, críticos, amigos o familiares es que bautice mis personajes; ya dije que no me gusta dar explicaciones, pero ante la insistencia sobre ese aspecto me he tomado el tiempo, en diferentes ocasiones y reiteradamente, de explicar que no uso nombres para mis personajes porque mi intención es que sean seres anónimos, que parezcan trasparentes entidades cotidianas, que se asemejen a fantasmas con angustias internas inexpresables, como atormentados por algo que no pueden definir… incluso, en ocasiones, los he descrito de manera que no sea claro si son mujeres u hombres, o dejo que sea ambigua su orientación sexual.

Qué se le hace, no respetan nada… o no me respetan. ¿O será que soy un ególatra-paranoico-ensimismado creyendo que todos están en contra de lo que hago y lo que soy? Entonces ¿para qué me leen? Pasen la página y déjenme en paz. Es más: ¿para qué está leyendo esta carta?, ¿es acaso morbo o tedio que le hace perder tiempo y vista en estas líneas?, ¿o quiere identificar qué me puede sugerir o corregir? Bueno, no importa, lea usted que sabe hacerlo bien. Igualmente, lo admito, necesito que me lean para comer. El estómago aprieta, de algo tengo que sobrevivir y no sé ningún oficio útil. Eso le digo a Manuelita, mi única compañía, mi compañera del alma, con la que escribo.

Manuelita siempre me acompaña, es quien me ayuda y consuela. Es, figurativa y literalmente, mi mano derecha; la que alivia mis tensiones y saca de mi cabeza las ideas que manchan el papel, como en este momento que escribo esta carta. Con ella me hago pajazos físicos y mentales. Es mi escribana y pareja erótica. ¿Cierto Manuelita? Eres mi única compañía pues me falta un brazo y nadie me soporta, somos un par de autofílicos, amor mío. Eso quiere decir que realmente Manuelita y yo somos uno solo, como dicen esas frases cursis, pero en este caso es literal… ¿esto también querría decir que realmente soy autofílico, como unidad indivisible, átomo, individuo, pues me hago compañía a mí mismo, me amo a mí mismo, me hago el amor a mí mismo con Manuelita que es una parte mía, y por eso no puedo decir que Manuelita y yo somos autofílicos, sino que soy autofílico?

Nuevamente me estoy enredando. Y es difícil desenredarlo una sola mano, con Manuelita, quien fue la que me enredó en estas líneas. Ya muchos saben que nací con un solo brazo y si no lo sabe, pues entérese: soy un incompleto, el átomo de Demócrito que pudo ser dividido, porque así ha sido mi vida, no puedo tener el brazo izquierdo y el derecho al mismo tiempo, así como no puedo ser escritor y lector. Y para darle un toque trágico a mi historia, ya me estoy agotando de Manuelita, no de ella en sí, sino que estoy perdiendo fuerza en mi mano; el médico dice que son problemas con el túnel carpiano, de los “metacarpianos”, que linda palabra, es una composición excelsa y, a su vez, estrafalaria (otra palabra hermosa). Supongo que se debe al exceso de escritura o por exceso de masturbación, pero qué sé yo. También siento agotamiento de mi vida y pienso que, para cuando el apretón de mi estómago sea insoportable, será Manuelita, si no se entumece antes, la que apriete el gatillo para no pensar más, para dejar de sentir hambre físico y mental.

No como mi personaje. Se caracteriza por ser completa y naturalmente sensual, sexy, atractivo y simultáneamente ingenioso, inteligente, extrovertido, perspicaz… además, un grandioso bailador que cautiva con su tumba’o y un excelente trompetista. Pero, reitero, lo que más me interesa e impresiona es su vigorosidad lectora. Por eso lo hice leer Continuidad de los Parques, de Cortázar, en el que un personaje está leyendo un cuento sobre un asesinato en un parque y el asesino se va por otra víctima hacia una casa, la cual es la misma del lector del cuento… bueno, supongo que, quien quiera que sea que está leyendo esta carta, ya lo ha leído y por tanto no necesito resumírselo. En fin. Mi propósito era ver cómo reaccionaba mi personaje ante la ruptura de la cuarta pared y cómo lo interpretaba. Sin embargo, en ese momento me sorprendió enormemente, no dijo nada, permaneció en silencio. Quedé con una incógnita en la mano. No supe por qué, simplemente cerró el libro… 

(…) Un seco martilleo de la portada sepultó las palabras envolviendo en rarefacción densa su habitación de lectura. El sillón, que antaño fuese apacible cómoda en el cual podía pasar inagotables horas de lectura, ahora le resultaba molesto empedrado que le hacía moverse desasosegado, inseguro, como si sufriese algún malestar. Su expresión era una clara molestia por algo que no lograba encajar, una pieza mal puesta, un tornillo que no cuadraba en el armazón de sus pensamientos. Diatribas dubitaciones se abordonaban ropálicamente en tropel por su cabeza; un seco martilleo que retumbaba sus sienes.
Se levantó del sillón para espabilar sensaciones, recorrió la habitación alumbrada por una lámpara que empezaba a titilar, miró al derredor buscando algo que no sabía qué era. Tremebundo lanzó una mirada a la puerta de la habitación, como esperando que se abriera y…

Ahí me detuve. Manuelita estaba agotada y perpleja. En ese momento no comprendía o no comprendíamos por qué la actitud del personaje. Quedamos atónitos. Para tranquilizarnos, decidimos hacernos el amor; Manuelita se había puesto inquieta… recuerdo que fue uno de los mejores pajazos que me hice o que nos hicimos, porque soy un átomo dividido, contradiciendo la etimología de la palabra “átomo”.

En ese momento había quedado fluctuante e irresoluto por los acontecimientos, pero ahora que escribo esta carta comprendo mejor lo que le pasaba a mi personaje. Era simple: estaba recreando las sensaciones del lector de Continuidad de los Parques; no sé si sea posible recrear una sensación (quizá una escena; una sensación, lo dudo). Sin embargo, mi personaje es maravilloso y sabe lo que hace, tiene grandiosas capacidades y sabe solventar cualquier dubitación con destreza. Seguramente quería estructurar un universo de posibilidades para alcanzar una interpretación prodigiosa, ¡el Da Vinci de la lectura!

No fue así, realmente me sentí afectado… estoy afectado. Siempre tan seguro de poder diferenciar la realidad de la ficción y ahora estoy angustiado por lo que me pueda pasar.

Eh, Bueno… eh… pero no he terminado de escribir lo que acontece…

Pues ¿qué cree que acontece? ¡Dígame, hable! Necesito saber…

No sé, no estoy seguro… en esas estoy… a lo mejor lo resuelves fácilmente…

Que va… no sé qué hacer. Realmente me impactó, fue una ruptura de la cuarta pared dentro de una historia que podría llegar hasta a mí, el lector… no sé qué tipo de ruptura puede ser esa, no sé si es una cuarta, quinta o incluso sexta pared… o no sé siquiera si pueda llamarse ruptura de pared ¡no sé! Creo que escuché la puerta principal, quizá sea el asesino del cuento. ¿Por qué me hizo leer ese cuento? ¿¡por qué!?

Tranquilo, tranquilo, es ficción. Manuelita y yo lo resolveremos…

Un escritor manco me va a tranquilizar con paliativos Estoy a salvo bajo la pluma de un escritor de medio pelo, falto de imaginación y novedad… ¡Ni siquiera sabe la angustia por la que estoy pasando! No, pues gracias.

Déjame pensar cómo lo resuelvo, por favor, dame tiempo…

Tiempo es lo que no tengo. Ya viene por mí… ya está aquí. Escucho pasos… escucho alguien afuera de mi habitación… Y dígame pelele, ¿cómo podría ayudarme con una sola mano? ¿¡ah!? ¿cómo? Si el asesino entra, fácilmente podría acabar con los dos de una sola cuchillada. Inútil, imbécil, sus escritos valen menos que la mierda… porque incluso he visto mierdas expuestas en un museo que pueden valer mucho… como esa que literalmente, es Merda d'artista. Usted es un pobre miserable, excrementum extra museum. Hasta lástima da.

Pero, pero, por qué me atacas así…

Usted no me va a salvar de esta… me provoca arrancarle a su Manuelita para que no vuelva a escribir… Se la voy a arrancar con mis dos manos, porque yo sí estoy completo…

No la metas en este asunto…

Me vale mierda. Manuelita ahora es mía, porque ella quiere ser parte de mí y no de un átomo dividido como usted, imbécil… Venga Manuelita, venga, apretemos el gatillo juntos para acabar con este miserable… para que por fin nos deje en paz…






Gerson López Cárdenas. Filósofo de la Universidad Industrial de Santander. Cuenta con diversas publicaciones en antologías de la editorial española Diversidad Literaria, Revista Coma, Revista La Chueca y Alter Vox Media.
Ha sido ganador de dos convocatorias nacionales de la editorial ITA-Book, ganador de una convocatoria literaria internacional en la revista Sangría, finalista del Certamen Nacional de Poesía Basura John Gómez, segundo lugar en el Concurso Nacional de Cuento de Calixta Editores y ganador de la convocatoria de la editorial internacional Alborismos.

Photo by Anna Hecker on Unsplash (public domain).

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