«Años dorados», un relato inédito de Daniel Espinosa Cuevas

Decidí contarles esta historia porque quizá, sea la última vez que escriba. He tomado una decisión, cuyo acto ejecutaré una vez que termine esta narración y, es altamente probable que sea lo ultimo que haga en vida.
Todo empezó hace poco mas de dos meses. En realidad comenzó hace varios años, pero hace dos meses inició el comienzo del fin o tal vez el inicio de un nuevo comienzo. En fin, trataré de no confundirlos con mis elucubraciones de viejo. Tengo ya, 72 años pero no crean que estoy chochando. Aun estoy perfectamente lucido y consciente de mis actos.

No me agrada hablar de mí, sin embargo, tengo que contarles algunos detalles para que puedan entender los acontecimientos que me han depositado en este trance. Gusto de la literatura; leer y escribir y con los años fui desarrollando la manía de comprar libros. Más de los que el tiempo y las circunstancias me permiten leer. Vivo con mi esposa, mi hija y cuatro nietos pequeños, más bien vivía con ellos. Hace ya dos meses que vivo solo. El mayor de mis nietos tiene 13 años, el mismo tiempo que se me ha hecho casi imposible leer algún libro o escribir uno. La casa se fue convirtiendo en un hervidero de gritos y desorden. Estos barrabases se trepan hasta en mi propia cabeza. Rompen todo; vasos, juguetes, electrodomésticos y documentos. Esparcen alimentos y líquidos en el suelo y los sillones del salón. El más grande coloca a alto volumen, reggaetón, con su monotemático ritmo y sus letras decadentes. Aun no sé cómo no he perdido el juicio sobreviviendo en esta infame estilo de vida. 

En mi último cumpleaños, un amigo me regaló un libro. Intentaba leerlo esa tarde pero los gritos y la bulla no me lo permitieron. Entonces esperé a que todos se durmieran y alrededor de las 2 de la mañana, con la casa en silencio pude disfrutar de mi libro. Dos horas después me venció el sueño. Me acosté y me dormí profundamente, hasta que alrededor de las siete fui despertado por el pesado pom-popopom-po y esa insoportable voz gangosa que repetía una y otra vez “…la mamá de la mamá de la mamá de la mamá...” .

Me levanté lleno de furia, tomé las llaves del auto y salí de casa.
—Se levantó idiota el viejo de mierda. Alcancé a escuchar, antes de cerrar de un portazo.
Ya antes había utilizado esta “terapia”; para no agrandar un conflicto familiar, tomo el auto y me lanzo por cualquier carretera cercana, admiro el paisaje, disfruto de la velocidad y logro calmarme y volver dócil como un cordero a aguantar todo de nuevo. Esta vez hice lo mismo, tomé la Ruta 5 con dirección sur pero a poco andar se me descompuso el aire acondicionado, lo que me obligó a bajar los vidrios y esto, a reducir la velocidad por el excesivo ruido del viento. Me desplazaba a no más de 70 km/h y al llegar al cruce a Calera de Tango me encontré con un importante embotellamiento. El desplazamiento se hizo lento y tedioso y amenazaba con sacarme de mis casillas, de modo que me concentré en buscarle el lado amable a la situación, aun cuando el calor de diciembre y el ruido de los motores era insoportable. Fantasee sobre una hipotética situación futura en donde un día cualquiera la incontenible cantidad de automóviles superara definitivamente la capacidad vial de la ciudad y los vehículos quedaran inmóviles, copando desde las mismas salidas de las casas, estacionamientos y edificios, todas las vías a lo ancho y en toda su extensión. Ningún vehículo podría moverse jamás, nadie llegaría a su lugar de trabajo o estudio. Ni ambulancias ni policías ni bomberos acudirían en ayuda de quien necesitara. No habría combustibles ni alimentos ni agua potable, quizá todo sucumbiría…
Los infaltables “chicos listos” me sacaron de mis delirios al intentar adelantarme por la berma derecha entonces me apegué bien al automóvil que me precedía y no permití a nadie ingresar a la vía desde la berma. Sentí cierto placer en ello.

La congestión se extendió por varios kilómetros que soporté estoicamente, con las pantorrillas acalambradas por el constante oprimir de los pedales pero, disfrutando la frustración de los “chicos listos”. Más adelante, debido a un accidente, sólo estaban operativas dos de las tres pistas; la izquierda y la central. Yo quedé en la central y por eso perdí la diversión de importunar a los de la berma, ahora tenía a mi derecha, conos viales y a la izquierda la otra columna de vehículos. Entre ellos, destacó un Nissan V16 enchulado que se instaló a mi lado, mientras nos desplazábamos a no más de cinco kilómetros por hora. En él viajaban cinco muchachotes vestidos casi iguales; todos con gorras puestas al revés, lentes de sol y gruesas cadenas colgando de sus cuellos, todos fumando y arrojando latas vacías de cerveza a la carretera. Los parlantes de su coche estaban a tan alto volumen que, con los graves sonidos de su estéreo y el incesante pom-popopom-po de su música, los vidrios de m i auto y hasta mi estómago, vibraban. Debo agregar que padezco de sordera en uno de mis oídos y, los sonidos muy graves o muy agudos me provocan gran malestar.

Como nos desplazábamos muy lento, bajé totalmente el vidrió y les hice señas para hablarles, les pedí que bajaran el volumen da la radio; no sé si me entendieron o si me escucharon, sólo los vi reírse, gritarme algo que no entendí a la vez que me arrojaron una lata de cerveza que golpeó mi brazo y cayó al suelo. No tuve más alternativa que cerrar los vidrios para disminuir el ruido pero el calor sofocante me impidió soportar más de cinco minutos por lo que, preso de ira y al ver que se producía un desplazamiento levemente más rápido en la pista izquierda, giré de golpe el volante contra el Nissan y aceleré. Los tomé de sorpresa al momento que aceleraban para avanzar. Los colisioné en la nariz y los hice estrellarse contra las defensas metálicas donde quedaron semi volcados. Otros vehículos los sobrepasaron rápidamente así que los perdí de vista prontamente.

Aproximadamente un kilómetro más adelante, nuevamente estaba en uso la pista que permanecía bloqueada. Aun me latía agitado el corazón por mi acción agresiva, que me sorprendió a mí mismo pero, me hacía sentir bien. Comencé a acelerar lentamente en la medida que el tránsito se destrababa cuando de pronto, se cruzó frente a mí un policía y me hizo señas para que me detuviera. Me exigió los documentos del vehículo y los míos. Le pregunté la razón y me dijo en forma amenazante que me bajara porque yo había chocado a un automóvil y que había dos lesionados. Entré en pánico, le grité algunos insultos y aceleré ingresando a la zona que aun permanecía con conos. Por el espejo retrovisor vi rodar al policía al golpearlo con la cola del auto y enfrente mío, otro policía que se aprestaba a sacar su arma de servicio; rebotó en el parabrisas, golpeó el techo y cayó. Me encogí en el asiento cuando escuché disparos tras de mí. Perdí el control y terminé dentro de una zanja, donde perdí la conciencia. 
Desperté en la ambulancia, solo con contusiones, esposado a la camilla y un policía junto al enfermero.

Finalmente terminé en prisión preventiva, mientras se realizan las investigaciones conducentes a mi enjuiciamiento. 
El cautiverio no fue un problema para mí, como pudiera pensarse, al contrario, fuera de algunas incomodidades, me permitió leer algunos libros y comenzar a escribir una novela. Me convencí de que esta nueva situación era buena para mí y comencé a disfrutarla, sin embargo, hace tres días aparecieron negros nubarrones sobre mi cabeza; en una situación impensada, me llegó un compañero de celda, con su gorra invertida, sus colgantes al cuello, el parlante inalámbrico y su maldito “pom-popopom-po”. Reconocí enseguida al conductor del Nissan V16 pero él a mí, no.
Tal y como les comenté al comienzo, ya tomé una determinación; dejo ahora sobre esta nota mi lapicera y cojo el estoque…


«Años dorados», un relato inédito de Daniel Espinosa Cuevas





Daniel Espinosa Cuevas. Chileno, nacido en Sewell, Machalí, un día de agosto de 1959. Topógrafo, andinista y escritor. Publicó “Estado de Grito”, libro de poemas, autoeditado en Santiago de Chile, con un tiraje de 500 ejemplares. (1989) y “Narraciones de un Montañista Jubilado”. Libro de cuentos y narraciones, autoeditado en Santiago, en abril de 2021.
Forma parte del Diccionario Bibliográfico de Escritores Chilenos Jóvenes y Autoeditados de José Christian Páez Departamento de Humanidades UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA METROPOLITANA (1999).

Ilustración: la imagen ha sido remitida por el autor de la obra.

2 comentarios:

  1. Te enganchas en el relato desde el principio y te deja un final abierto acorde con el contexto del cuento.

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  2. Está bueno, me gusta mucho lo que hace Daniel. Leí "Narraciones de un montañista jubilado" y siempre lo recomiendo.

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