3,2,1,0... Ómicron

3,2,1,0… Explotan las carcajadas y los abrazos. Las lágrimas corren sobre la piel reseca de las mejillas, el frío rompe los cartílagos, los fuegos artificiales decoran el cielo resonando con sus estruendos. Mientras tanto, María abraza a su madre, padre, hijo y ex. Jesús cuelga una piñata con forma de dromedario para su hijo menor que está de cumpleaños. Desde el fondo se escucha una multitud, su bullicio y sus discusiones. Por unas horas, la nada se llena de intención.

Voy de la habitación al salón y del salón a la habitación. Esta vez es Asun quien llama, va a actualizarme sobre el Ómicron y las prohibiciones "otra vez", entre frases cortas y dispares.


»En la televisión dicen: "Y si me prohíben el paso, yo me pondré tercera, cuarta y quinta dosis. Yo no me pondré una tercera dosis. El bicho es creado, pero existe. Es o no es, es. No permitirán fumar en... Nos van a matar a todos. ¡No! No nos van a matar a todos. Con lo del cambio climático caerá una nevada cuando intente cruzar el puerto. Si salgo y contagio a alguien... Hay gente con más refuerzos, quizá me plantee "pensándolo bien" las otras dosis. ¿A dónde nos van a llevar? Es lo que hay. Y es que compré una postal, un pantalón, subí en el autobús, en el tren y caminé por el parque sin quitarme la mascarilla. Es la inconsciencia de unos y la pagamos todos. ¿Y ahora qué?»

Y para, finalmente hace silencio y respira, antes de decir: es normal, son dinámicas.

Omar, igualmente, antes de hablar, suspira. Su versión cambia.


»Me han partido la nariz, pero al policía le he partido la cabeza. Me van a condenar, pero iré a la cárcel a gusto, lo repetiría con más salvajismo si fuese necesario. Eran tres y no pudieron conmigo. Y es que no, y es que si no me puse las vacunas, tampoco me pondré la mascarilla.»


También para, también calla, después de aquellas frases no sabe qué decir. En el fondo, reconoce que la cárcel es dura. Me aparto de aquel maremágnum de contradicciones. Veo la cara de nuestros congéneres. Algunos me amonestan desde los balcones, me delatan porque me he saltado diez minutos del toque de queda para ir por unas cervezas. Son los mismos que aplaudían a los ejecutores. Creen que están ejerciendo el más alto nivel de moralidad al colaborar con la policía y resguardando la salud de los ya vacunados.

Muchos ceden a la campaña del terror, al infantilismo de los noticieros. Apresuro el paso después de salir de la tienda. Desde una ventana me arrojan una botella, a la distancia un coche de la policía acelera en mi dirección. Otra vez lo mismo. "Más contagios, menos muertos", según dicen. Después de las fiestas, regresar a casa/cárcel hasta que el estado se apropie de todos los bienes privados, esterilice a los jóvenes y mate a los ancianos y a los desvalidos. ¿Cuál es la cuota y el tiempo? ¿Cuántas repeticiones hasta cumplir con el cometido? En la sombra, veo grupos que debaten. ¿Realidad o ficción? Nos quieren locos y enfrentados. Algunos caen en la trampa, otros guardan un silencio de precaución.

Todo se parece mucho; no obstante, es otra etapa.


Cualquier análisis está destinado al fracaso, como el de una discusión sin sentido, y, en cualquier caso, pertenece al dominio de las organizaciones internacionales que dictaminan qué es bueno y qué no lo es. Incluso hacen surgir imágenes, escenas enteras que se presentan con colores vívidos que no son reales. El efecto Kuleshov, el efecto diorama, el croma, las nuevas formas de situarse donde no se está.

Las escenas no son iguales, y la visualización ya no es una certeza, pero me gustaría saber si alguien ve lo mismo que yo. Sonrío. Si profundizamos, nos vamos a enredar más. Abro una cerveza; es un milagro. Tiene el mismo sabor, el mismo efecto. Reflexiono sobre mi error al comparar a las personas con cerdos y ratas; destaca la contaminación parasitaria de la raza humana.

Me desdoblaré para ver los enfrentamientos desde la expectación, arriesgándome una y otra vez a la medianoche.


© Juan Carlos Vásquez


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