El observador

En la venta de moralidad y transparencia, escuchó el roer de una rata, un discurso, una metodología que a través de tiempos inmemoriales tiene la capacidad de cumplir con los horarios y multiplicar una acción como un reflejo para hacer análisis y jugar a varios juegos como si fuese el mismo.
El laboratorio sigue abierto. Ratas con traje y poesía se reúnen para contemplar el paisaje. No hay apuestas entre roedores, hay placer y simulación. Hay gemidos y búsquedas en la basura. Cuando acabe la carrera, ya no se corregirá. Seguramente "desde fuera", el observador tendrá que llamar al taller, preguntar al creador: "¿Qué hago ahora?". Y él le dirá algo así como: "Tienes que transferirlo del disco principal al disco duro".

Probablemente, acabará de escribir y volverá a descansar sobre sus espaldas. Y después de unos cuantos días con el cerebro en blanco, despertará y allí encontrará otro título. Los escritos de la última noche hablaban de roedores, de fango, incluso sonrió buscando el sitio de seriedad del texto.

Y siguió sus instintos en un rincón que se fue llenando de luz. Evita así todo término referencial que, de alguna forma, pueda ser pensado en relación con la realidad o fuera de esta, en el tiempo o fuera del tiempo. Es imposible o, mejor dicho, "paradójico", que alguien gane la competición, hable o construya un modo invulnerable a los desechos tóxicos, a la compulsión o a la hostilidad de una atmósfera contaminada.



Photo by Etienne Girardet on Unsplash

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