«El retoño», debut literario de Gerardo Valdovinos Rodríguez en un relato

Un hombre de mediana edad camina tambaleante por el irregular terreno en el que se encuentra. El sol le quema los ojos y merma sus esperanzas; lo que busca es agua, sin embargo, de poco le valdrá encontrarla.
Viste un ajustado traje aislante, carga una mochila llena de cachivaches, un aparato que emite un zumbido incesante y marca en su pequeña pantalla infinidad de números amarillos.
Trae puesta una sofisticada careta con un tubo flexible que va desde la barbilla hasta una segunda bolsa que carga al hombro. No preguntes cómo la obtuvo. El viento le quema y las nubes son sus enemigas; su pierna izquierda es de un color distinto, no se molesta en cubrirla pues ya no podrá usarla, por lo cual debe utilizar muletas.
A lo lejos logra detectar una estructura; al acercarse ve que se trata de un viejo edificio, el único en mejores condiciones comparado con los aledaños. El blanco y desolado paraje deja pocas expectativas y no acepta exigencias; pasará la noche allí. Se queda despierto hasta altas horas esperando…, esperando el agua que gotea de las estalagmitas de hielo que se forman en el techo al caer la luna y, con ella el frio que inmisericorde, se llevó en el pasado a muchos conocidos, amigos, familia…
Escupe al visor de su careta, loco de rabia al darse cuenta de que hace mucho que sus filtros dejaron de ser útiles, sus pastillas de cloro caducaron y sus memorias se nublaron; maldice a sus padres, al hombre de antaño y al hombre de hoy; exige respuestas, quiere saber por qué, ¡¿por qué destruyeron la felicidad, el amor?!… preguntas que nunca tendrán respuestas.
Un hombre viejo camina lenta y tambaleantemente por el irregular terreno, se cuida de no caer en un enorme cráter, sus ojos ya no ven con claridad, no tiene esperanza, tiene calor… mucho calor; aun cuando todo a su alrededor le dice lo contrario, él sabe lo que es, pero no hará nada al respecto. Sus heridos hombros ya no pueden con su tambaleante cuerpo y al igual que él, muchos más comparten su inevitable situación.
El lugar en el cual se encuentra es gris, el sol se ha ido, hay ventanales rotos aferrados a interminables hileras de rascacielos que se extienden hasta donde la vista alcanza; todos ellos tienen carteles pegados, son rojos, azules, blancos y negros de cuyos contenidos no queda nada legible; hay máquinas oxidadas en todos lados, hay gélidas esculturas con formas humanas en todas partes.
Ojalá aquel hombre hubiera resistido un poco más, para escuchar el agua bajar por una calle aledaña, para oír el canto de los cuervos, el galopar de un ciervo que pasea libremente por una jungla de concreto y finalmente haber visto cómo uno de aquellos árboles, supuestamente estériles se preparaba… se preparaba para una muy, muy ansiada primavera.
En verdad… es una lástima que no sea él a quien le toque ser testigo del florecimiento del yermo que su raza dejó atrás.
“En una nueva era, en el seno de un mundo muerto, un retoño se alza triunfante”


© Gerardo Valdovinos Rodríguez. 16 años. Colima, MÉXICO, 2005.

Fotografía de Jonathan Knepper  (en Unsplash). Public domain.


1 comentario:

  1. Sutil manera de hacer un fuerte llamado a las conciencias de los adultos que hemos deteriorado el entorno ecológico y social con voraz desenfreno.
    Voces jóvenes que entonan himnos de compromiso y esperanzadoras visiones en la nuevas generaciones para recomponer el universo. ¡Felicidades Gerardo!

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