«Autoficción de un beso», un texto de Belén Varela

¿Qué será de nosotros sin los barquitos de papel?
Se extinguirán los navegantes. 

-Antiguo dicho de los humanos que lograron 
vivir y conocer la ternura.

I

(Retazos de una revista científica entomológica que dedicó un volumen completo a las hormigas y su analogía con la sociedad humana de aquella época.) 
Su fuerza varía entre las distintas especies, pero algunas pueden levantar entre 10 y 50 veces su propio peso, por ejemplo, las hormigas tejedoras pueden levantar hasta 100 veces su peso. Las hormigas dependen de sus poderosas mandíbulas para el verdadero levantamiento pesado. La magnitud e interesante de su fuerza, se debe a una peculiaridad de la física, donde ya para 1638 el científico pionero Galileo Galilei había señalado correctamente en su libro “Dos nuevas ciencias” que los animales más pequeños son proporcionalmente más fuertes y robustos que los grandes. Todo esto se debe a la relación de fuerza-peso, debido a que una bestia más grande puede tener músculos más grandes, pero mucha de su fuerza está destinada a soportar su propio peso. 

II

“Ante ese espectáculo de ternura incomparable, se sintió cogido por un rayo ultravioleta que le lanzo al espacio contra un eclipse y se rompió en mil pedazos”. 
-Salvad vuestros ojos (Novela posthistórica) Huidobro, 1935. 

III

Es que narrarlo parece un objeto estúpido, como si tratase de abrazar algo que solo pocos logramos agarrar en nuestras memorias, esto pasó antes de nuestros bisabuelos, y la vida temporal logró salvarlos. Pero llegó a nosotros, que heredamos a los padres de nuestros padres y sus ideas, perdimos los valores que aparecen en los cuentos infantiles, en aquellos cuentos de hadas, con palabras que no entendemos, como la ternura, el dolor, la verdad, la fe, la esperanza, la culpa y la más compleja, el amor. 
Nuestros nacimientos ya no fueron fruto del amor como lo narraba un navegante en aquellas paradas llenas de anillos de asteroides, en donde adormecía a los seres de moléculas intangibles, que cobraban esa imagen cuando el navegante sacaba de su cuerpo una guitarra, y empezaba a cantar géneros musicales de aquellos seres que un día descubrimos eran humanos y nosotros proveníamos de ellos. El navegante titulaba el rumbo de su vida al génesis, pero se llamaba a sí mismo Ant, como hormiga en inglés. 
Aquel navegante era un músico incendiario, con ropas extrañas, parecidas a esos dibujos de como creían nuestras generaciones pasadas que serían las presentes, con una especie de casco sin terminar cubierto de cigarrillos, marcas en su pecho, descalzo, blazer castaño de mujer, pantalón de tela negra holgado, un collar de piedras sujeto a una tela negra, su pistola y todos los instrumentos que salían de su cuerpo cuando empezaba a tocar para placer de los tristes y agonía de los contentos, aquellas canciones de una raza extraña de humanos, que remecían sus sentimientos entre tangos, boleros, pasillos, bossa nova, jazz, entre otros, pero géneros tristes y con alma, con algo parecido al dolor.  
Nuestros tatarabuelos dejaron memorias vacías de un navegante parecido a Ant, el cual los hizo olvidar todas aquellas palabras extrañas que responden a esos valores que nosotros no comprendemos, ni vivimos, todo eso que desconocemos. Hace unos cuantos centenares de años, le perdimos la pista al tiempo, los días pasan y vemos morir generaciones, pero ese llamado dolor no viaja con nosotros, y ocultamos la verdad de nuestros sentimientos fuera de la nave. 
El navegante de nuestros tatarabuelos respondía al nombre de Ameise –hormiga en alemán- y con sus historias musicalizadas, atraía la atención de otras naves que solo llegaban a conocer su existencia en aquellas fogatas artificiales en medio del espacio, ignorando su posición en la galaxia. Cuando Ameise lograba aquella atracción, los pasajeros escapaban de sus naves para irse aventurar a otras, y es así como le perdimos la pista original de quienes nos originaron y porque tenemos rasgos tan difusos del origen de nuestra raza. 
Antes de Ameise, el navegante se hacía llamar Mrówka –hormiga en polaco-, y cada vez arrastraba traducciones a lenguas distintas, la primera traducción de su nombre la desconocemos, y no solo eso, el navegante va cambiando su forma, siempre aparece acorde a como uno desea imaginarlo, puesto un viajero que sobrevivió a la generación de nuestros padres contaba que cuando partió de su nave, el navegante uso un nombre distinto al de las lenguas humanas y su apariencia no era humana.  

IV

Bitácora del capitán de la nave. 

Es la segunda década desde que la nave está bajo mi comando. A mis padres les faltó responderme funciones del espacio. Cada cinco años, la nave se expande, pero no hay nadie que esté trabajando para aquella función, y aun ahora, como cuando infante, me pregunto por qué los tripulantes no mueren de hambre, de dónde surge toda la comida, quién la distribuye, y a qué se debe que mueran. Aun sabiendo y teniendo la noción de que los años pasan, desconozco el año en que me encuentro. Mis padres murieron el mismo día que me entregaron la nave y, por ende, hoy se cumplen dos décadas de su muerte. 
Dentro de las indicaciones en un manual para navegar por el espacio, dice que evitemos las aglomeraciones de naves en el espacio y evitemos la música, pero no conozco esa música, y nunca he visto a ninguna otra nave, ni por cerca una posición próxima. Todos los seres cumplen funciones muy frías en su comportamiento, en los libros que mi madre me leía, escritos por su tatarabuela, describen personajes que ríen, que sienten ternura, dolor, que aman y sienten culpa. Pero mi madre fue tan… pero no sé qué palabra usar para describir su estima y afecto. 
O pequeno barco vai
e a noite cai.
Me encuentro cruzando mi séptima década como capitán, el manual dice que el séptimo día todos los capitanes debemos descansar, tal como el creador lo hizo. Mi esposa apareció un día a mi lado, cuando al despertarme sentí un dolor en mi costilla izquierda, y me abrazo, y se embarazo de dos varones. El manual decía, que debía soltar uno de mis hijos al espacio, y así lo hice. No me costó tenerlo ni soltarlo. Los días simbolizaban las décadas, y yo estaba preparado para marcharme de esta vida con mi costilla izquierda, dejando perplejo, anonadado y con dudas a mi hijo, tal como me sucedió a mí. 

V

(Recuerdos de la primera persona que vio al navegante.)

Cuando nos conocimos, todos nos abrazábamos por el fin de nuestros días, las elites fueron las primeras en escapar. Ellas invadieron tantos planetas como pudieron dentro de nuestro sistema solar, y el universo los condenó a vagar cuarenta millones de años en el espacio, con la condena de vivir en el desconcierto completo. Los pobres nos hundimos en la miseria de nuestro dolor, todos deseamos querer olvidar las emociones humanas que nos dolían, quisimos olvidar el amor.
El papel fue lo único que nos dejaron aquellas elites, y tratamos de construir tantos barquitos de papel como fuera posible, pero al entrar en contacto con el frio espacial, tendían a congelarse, y los que sobrevivían, se quemaban al entrar en contacto con corrientes solares. 
Después de la muerte holográfica, la emocional y la física de muchos de nosotros, aquellos inventos hechos de papel se adueñaron de todas esas emociones y valores para mutar en un extraño ser, fue el dolor y la ternura la que nos permitió escapar antes de que se pulverizara por completo nuestro planeta. Fue un pacto masivo el que se hizo, y para sobrevivir sacrificamos nuestra humanidad. 
Nos condenamos a no besarnos nunca más, a parir a nuestros hijos regalando nuestras costillas, y expulsándolos por el espacio, y un navegante, aquel que nació del dolor, se enamoró de un ser abstracto, para maldecir a todas nuestras generaciones a vagar, y robarse cada uno de los valores y emociones, porque esa sería nuestra condena y la forma de eliminarnos, pero este navegante también dijo que se escondería.  

VI

Llegó el fin de las condenas, el navegante ha mutilado a todos los seres y los volvió moléculas de espacio, átomos inertes. La sociedad de los errantes conoció la música antes de desaparecer, un barco chiquito se los llevó al otro lado de la inexistencia. 

VII

Así empezó la condena, empezamos a amarnos y odiarnos a través de pantallas. Todo surgió con un beso de amor a nuestras ambiciones. 

VIII

Yo soy el navegante. 


Belén Varela (Guayaquil-Ecuador, 2001). Los tramados de la vida se ejecutan al parrafear la vida que uno mismo construye. Engullirla de los más breve y exótico posible, haciendo un desfile pornográfico para sentir orgullo de lo vivido. Eso soy yo.

Belén Varela
Guayaquil – Ecuador, 2001.
belenvarela561@gmail.com

ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por el autor de la obra.


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