«El pintor del diablo», un cuento de Alejandra Preciado

William Delacroix amaba a los artistas, se pasaba todo el día observando obras en el museo de arte; de Da vinci, hasta Vicente Van Gog. Él pensaba que las manos que realizaban esos lienzos habían sido creadas para deleitar a los mismos dioses y dar un poco de Olimpo a los mortales. 
Él muchacho amante del arte soñaba más que nada en el mundo a aprender a dibujar, pero por desgracia no podía hacerlo; por más que intentaba no realizaba ninguna pintura digna según él, de la admiración de los humanos. Al final, se sintió tan frustrado, que decidió dejar de intentarlo. 
Los años pasaron, y jamás volvió a tocar algún pincel, o a ver una pintura. 
Un día, por azares de a vida, el viento termino llevándolo a una galería. Él no pudo evitarlo y al ver todo aquel talento, su amor por el arte renació. 
Su único inconveniente era que aun sus manos no eran tan agiles, ni osadas. Para intentar relajarse acudió a un bar, donde un hombre alto y delgado, vestido de negro se acerco a él. 
-Amigo, tú semblante es de preocuparse. Asumo que algo no deja tener paz. 
-No lo entenderías -respondió William sin esperanza, y con un trago en la mano mirando a la nada. 
-Intentare adivinar ¿el gran amor de tú vida es la pintura, pero Dios mismo te negó ese don?
 Delacroix miró sorprendido al hombre con traje e impactado le preguntó como él sabia eso. 
-Amigo mío, solo quiero ayudarte. El don que no te fue concedido, el diablo puede otorgártelo. A cambio, al finalizar tú vida, servirás en el infierno. 
El aspirante a pintor pensó que todo aquello era una gran burla y ese hombre había sido enviado por uno de sus amigos, fanfarroneando aceptó el trato. 
El hombre alto le pidió señar, el trato con un pacto de sangre; el cual consistía en la sangre de William revuelta con la del señor de las tinieblas. 
William sintió escalofríos y un piquete en su dedo anular. Cuando vi su mano, se dio cuenta que un hilo de sangre corría por su extremidad. A él, todo eso le pareció extraño y cuando quiso preguntarle al tipo si todo fue una broma, la persona desapareció y en su lugar dejo un rastro de miedo. 
En la mañana, el hombre despertó con un dolor de cabeza tan grande, que no sabía si el encuentra de noche anterior había sido real, o tan solo un sueño. William, sin menor aviso sintió unos deseos enormes de tomar su lienzo y comenzar a pintar. Al terminar se dio cuenta, que nunca hubiese podido hacer algo así, por el mismo. 
Después de todo, empezaba a creer que lo de la noche anterior había sido real. 
Con mucho entusiasmo comenzó a pintar y a pintar, nunca fue más feliz que en ese entonces. Muy pronto sus obras y su talento recorrieron el mundo. La crítica estaba encantada y lo comparaban con grandes artistas que él antes admiraba. 
William se especializaba en paisajes que hacían que te trasportaras a lo más tranquilo de tú mente.
Al pasar el tiempo su fama se hacía cada vez más grande, y en una noche de tormenta, en su galería recibió una inesperada visita: la de aquel hombre vestido de negro que una vez se encontró en el bar. 
Ambos se saludaron, y con más curiosidad que miedo, Delacroix, lo vio como un gran amigo. Luego de tantos años, el pintor estaba convencido de que había hecho un trato con el mismísimo satanás. 
- William Delacroix, el más grande pintor del mundo, futuro sirviente del infierno. He venido ante ti, para que tú seas el encargado de decorar el palacio donde ahora residen personas importantes. 
Con gusto, aquel hombre acepto. He hizo su trabajo: una espectacular imagen del mismo infierno. Todos le aplaudieron su gran trabajo. 
Delacroix, continuo con su trabajo por muchos años, hasta que su ocaso llegó. 
Cuando llegó a el infierno, fue encomendado a cubrir su deuda, pintando cada lugar del infierno. Pocos hombres son tan afortunados como William Delacroix, quien, aun estando muerto, continua con el gran amor de su vida: la pintura. 


Alejandra Preciado. Mexicana. Actualmente reside en Guadalajara, Jalisco. Estudiante universitaria del cuarto semestre de estudios liberales.

Fotografía de Szilvia Basso  (en Unsplash). Public domain 


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