"Basura": un relato de Alejandro Mársico

¿Opinión? ¿Qué opinión? Lo que todos dicen es mi opinión, eso. Ya pasó, ahora podemos seguir viviendo como antes. Desde el primer día que me agarraron para desinfectar las calles, eso es lo que hice. Hice lo que me pidieron y ya está. Si ahora no hace falta, bueno, seguimos para adelante, algo va a aparecer. No sé qué necesidad tienen de darle vueltas con la economía, qué se yo. Durante seis meses tuve asignado ese mismo pedazo de calle que recorría para un lado y para el otro, para un lado y para el otro, preguntándome todo el tiempo para qué limpiarlo si se va a volver a infectar. 

Nadie más cubría esa zona cuando no iba yo ¿así que para qué quieren mi opinión? Para eso me pagaban, nada más. Después me volvía a mi casa.
Pero me dejás pensando, la puta madre. A ver, sí, fue molesto ¿qué querés que te diga? No podía tomar una birra con mis amigos, no podíamos ver ni jugar un partido de fútbol, eso sí que fue una cagada pero… si te digo la verdad, a fin de cuentas puedo vivir sin eso. Y como nunca fui muy adepto a la tecnología no hablaba tanto con ellos más allá de algunos mensajitos. Ya no tenemos teléfono de línea en casa, lo que me parece un error, pero andá a discutirle vos. Son más mis chicos los de comunicarse así, con la computadora; mi mujer también hace algunas cosas por ahí, pero yo cuando nací no había computadoras, así que eso nunca fue un problema para mí. Tampoco es que tenga tanto para decirle a esos pelotudos tampoco. 
No sé, a ver, ¿qué hacía? Siempre llego tarde. No es que me iba a tomar una cerveza tampoco, así era el trabajo y así era la vuelta a casa. Y en casa no soy un mal tipo. Cualquiera que diga otra cosa se mama. Tenés un montón de negros por ahí que le pegan a la mujer o no le pasan plata por los chicos. Yo abrazo a mis hijos. Yo beso a mi mujer. Pero por mucho más que lo intente, solo eso no se sentía como vida. Ni ahí, ni nunca. Siempre lo mismo. De la casa al trabajo, del trabajo a casa, y lo que pensás es para qué, por qué. Menos mal que terminó porque no me hacía bien pensar en eso. Lo evitaba todo lo posible pero pasaba mucho tiempo solo y no hay forma ¿cómo hacés? Mi viejo cuando me veía tirado en la cama de pibe me decía “vas a vivir cien años si seguís así” y nunca le di pelota, pero algo de razón tenía; y ahora, por más que buscaba todo el tiempo mantenerme positivo, terminaba pensando que estar vivo no es lo mismo que vivir.
Mi mujer me decía que en esta situación debería tener algo más para que habláramos pero casi que tenía menos. Me decía “¿cómo estás, mi amor?” y le respondía que bien ¿qué más hay para decir? Más allá de todo, era aburrido. Cuando llegaba le decía que prenda la calefacción pero Clara me decía que había que ahorrar, que ella y los chicos estaban bien, que solo traía el frío de la calle y ya me iba a aclimatar pero eso me tardaba horas, así que lo que comencé a hacer es entrar y prender el horno. Siempre siento frío por lo que pienso que no debería sentirlo en mi propia casa. Al principio me decía algo pero después se cansó porque yo iba y lo usaba. Cuando llegaba estaban las sobras de la cena en la heladera para calentar. Ya no le pido nada pero como odio usar el microondas prefiero hacerme algo ahí.
Saco las patas de pollo de la bandejita con cuidado de que ese líquido parecido a la sangre pero que no es sangre se agote en la bacha, lo veo irse, uso una de esas bolsas condimentadas para meterlas en el horno, pelo papas, las hago fritas con mucho aceite y las seco con rollos de cocina. Les pongo sal, kétchup de sobre que todavía tenemos guardados de los montones de veces que pedimos de más para ahorrar un poco y me llevo el rollo completo porque uso un montón de servilletas. Saco una lata de cerveza de la heladera, la paso a un vaso porque dicen que las ratas mean las latas cuando están almacenadas, y capaz otra más después de comer. Con todo eso capaz que ya hice toda una bolsa con desechos. Eso me hace un poco feliz. Hacer basura es como un logro para mí, es una marquita de que existo.
Tiro la bolsa por la ventana de la cocina a un basurero abierto enorme que hay abajo, me gusta embocarla pero alguna que otra vez choca en el borde y se rompe. Me da un poco de bronca pero igual esas son cosas que no me importan demasiado, alguien como yo seguro la va a recoger. Esto es lo que venía haciendo, todos los días, sin ningún problema, hasta que un tipo del edificio de enfrente me pega un grito. Al principio no le di bola pero seguía gritando y diciendo “tercer piso”, alertaba a todo el mundo así. Me puse rojo, rojo. Estaba lejos pero traté de mirarlo de frente y recordarlo. Le grité que lo iba a cagar a piñas, que si lo agarraba por la calle lo mataba pero todo lo que le decía sonaba vacío y él se daba cuenta. Yo también así que tuve que bajar y recogerlo porque no solo era la gente de otros edificios, eran también los del mío los que ya gritaban porque no entendían qué pasaba hasta que de enfrente se comenzó a escuchar por todos lados lo de “tercer piso, tercer piso”. Si me tomaba un rato más de calentura seguro iban a tocar a mi puerta como estaban las cosas. Por cosas como esta es que ya no podés hablar de ningún sentimiento de comunidad, eso es todo mentira, me di cuenta el primer día cuando no pude comprar papel higiénico. Ojalá que no fuera así pero es así, si después de un mes a las nueve ya no pasaba nada. Cuando terminé miré para arriba, y ahí estaba en su balcón, seguro de que estaba sonriendo, envidioso porque no tiene un tacho de su lado. Me ardía la cara.
Después de eso, no volvió a pasar mucho de nada. En casa siempre hay algo que no digo para mantener la paz pero ya no podía hacer una de las pocas cosas que me daban placer, así que venía acumulando. Yo no decía nada pero se notaba. Ella tampoco se engañaba, aunque no supiera por qué, sabía que estaba mordiéndome los puños, como si tuviera una roncha molestándome. Aparte de todo, con los chicos siempre en casa, lo que era difícil ahora se volvía imposible. Tampoco es que venía teniendo muchas ganas, Clara venía molesta desde hace un tiempo. ¿Qué qué pasaba? Nada, gana plata y quiere ganar mucha plata ¿qué te puedo decir? No es fácil.
En casa teníamos un rifle de aire comprimido que con el más grande antes lo usábamos para matar cotorritas en la plaza. Yo me las arreglo bastante bien con él todavía, entonces pensé que algo tenía que hacer para devolverle la pelota a ese, no la podía sacar tan barata. A veces es lindo rascarse un poco. Él no me podía ver a mí porque todas las ventanas del edificio tenían ese vidrio reflectivo de los edificios modernos que Clara eligió con el grupo de inquilinos que van a las reuniones de la administración. A mí me parecía una pelotudez pero esa vuelta me sirvió porque al rifle lo podía sacar con la ventana apenas abierta y apuntar era fácil porque estaba más o menos a la misma altura así que podía mirar a través del vidrio, calcular un poco la medida y PLAF. Le partí la ventana en trozos enormes que se cayeron para adentro, como para que no se entere nadie más. Él miró directamente para mi lado, no tenía la menor duda de que había sido yo:
¿¡Pero qué te pasa tercero, la concha de tu hermana!?
Te digo, fue glorioso verlo explotar así. Desde acá que podía ver su vena hinchada, que yo había provocado. Me dijo que bajara ya. Me apuré lo más que pude, estaba hecho un chico bajando las escaleras. Salí por la puerta de entrada y ahí estaba, cruzando la calle. Dimos un paso, emocionados, y al toque paramos, como que recién ahí caímos. Él me habrá visto mil veces pasar con mi traje que tengo que dejar aireando cuando llego y yo lo veo de cerca y es un poco más grande que yo, no sé si para tanto pero es mejor cuidarse un poco del bicho ese. Tampoco para estar haciendo cosas de pendejos. Así que retrocedimos los dos, medio humillados.
Después de eso no sabía bien qué hacer. No tenía sentido bajar solo para gritarnos, porque bien sabíamos que era al pedo. Clara todavía no sabía nada de él pero me decía que estaba raro yo. Y no sé, capaz sí. A la mañana abría la ventana y me quedaba mirando, me gustaba cómo se veía la luz del sol por su edificio, era como que le hacía un reflejo rojo muy lindo. Por la noche la cerraba y lo veía caminar de un lado a otro, mirar fijo para mi lado y caminar, seguro de que estaba ahí. Yo tenía una calentura que no sabés. Conmigo detrás de la ventana parecía una cobardía de mi parte pero por suerte que podía levantarla y desafiarlo un poco para que no se olvidara de mí, que supiera que aquí aún había un hombre.
Cuando finalmente nos liberaron yo ya no pensaba en otra cosa. Le señalo el piso, que baje, él me guiña un ojo como diciendo acá estoy. Nos fuimos al humo inmediatamente después de que terminó el discurso. La gente también cubría las calles festejando, así que habrán pensado que nos estábamos abrazando al principio. ¿Que qué ganaba con esto? Mirá, si no lo entendés, no lo entendés. Yo siempre voy a preferir que me peguen una piña a resfriarme. Es mi decisión, y siempre va a ser mejor que morirse de viejo en una cama todo meado. Porque podés tomar todas las precauciones del mundo pero igual te vas a morir ¿o no?
No es que sea un tipo violento tampoco, a veces se me salta la cadena pero generalmente queda en un par de puteadas. Pero que hayamos tenido que esperar como que le agregó algo. Por fin me corría sangre por las venas. Después de todo ese tiempo me podía sacar esa mierda de la boca y por primera vez me pude acordar de lo mal que olía el basurero. Aspiré profundo y me abalancé.
Dicen que te ponés ciego cuando peleás, pero yo soñé con este momento mientras le hacía el amor a mi esposa, mientras pasaba tiempo con mis chicos antes de dormir. Ahora era realidad, si lo mataba sabría su nombre y apellido y él sabría el mío. Creo que eso es mucho mejor que ver unos numeritos sobre una pantalla. Me voy a cagar de frío en el infierno el día en que cierre los ojos para eso.
Mi primera vez fue a los trece años, fue con alguien mucho mayor que yo. Estaba muy excitado, no sé si lo hice bien, no sabía moverme, pero te puedo decir solo una cosa: gané. Los de mi edificio comenzaron a decir que yo era un peligro, que no podía hacer tal cosa pero se van a tener que callar. Que no puedo, ¿qué quiere decir eso? Es increíble la facilidad que tiene la gente para complicar las cosas ¿nunca se pelearon ustedes? Los que me conocen saben que me gusta andar buscando sal pero no es con cualquiera tampoco. Yo los entiendo igual eh. Es también un peligro encontrar mucha gente que piensa como uno. 
Sabía que no presentaría cargos ni nada de eso, él y yo somos iguales. No importa quién ganara, si todos perdimos con esto. Solo era importante seguir queriendo estar presente. Si los del edificio no lo entendían me chupa un huevo, nosotros lo entendíamos, con eso era suficiente.
Al final logré ponerme arriba suyo y apretarlo bien del cuello. Mis dedos presionaron con toda mi fuerza, marcando su piel mientras escuchaba el aire tratando de pasar. Sentía cómo se aceleraban sus pulsaciones y trataba de agarrarme. Tuve que fingir tantas veces, decir que estaba bien, y no me di cuenta de lo realmente podrido que estaba hasta recién cuando me tomaron de los brazos, separándome, y podía sentir la fuerza de esos hombres sobre mi cuerpo. Ahí pude, con total honestidad, después de meses de espera, sonreír. 



Alejandro Mársico nació en Capital Federal, Argentina en 1990. Es Editor, Licenciado y Profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires.


ILUSTRACIONES: El retrato ha sido remitido por el autor de la obra.



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