'Los ojos negros del otro lado', cuento de Melina Haedo

   
              
  Intenté de todo para escapar de él, pero esos ojos tristes me perseguían hasta en mis sueños. Tuvo que pasar diez años para que por fin terminara ese martirio, fue cuando finalmente entendí lo que quería decirme aquella mirada que quizás ya no exista, porque yo también estuve alguna vez del otro lado. Así como ustedes lo están ahora o lo estuvieron alguna vez en su efímera vida. Yo también caminé por esas calles atiborradas de gente. 

Yo también transité monótonamente buscando qué consumir para aplacar los tormentos de la mente queriendo pretender que existo, así como ustedes.
   No somos tan diferentes como suelen decir. Repetimos lo que hace el otro y tal vez sea por miedo a no saber quiénes somos, o a ser considerados extraños, quizas ¿anormales?. Así como ustedes, miles de veces pasé cerca de él, casi pisándolo como si no lo viese, como si fuese una piedra que debemos esquivar para no tropezarnos. Y claro haciendo lo que los demás hacen: conversando con algún cuerpo que me acompañaba en ese paseo, escabullado en la pantalla del celular si me encontraba solo, o girando un sinfín de veces la cabeza hacia las vidrieras pensando en cosas sin sentido; como en qué tengo y no tengo, así como ustedes. Cualquier cosa servía de pretexto para no mirarlo. 
  Sin embargo, miles de direcciones nos llevaban a él. Si íbamos o si volvíamos, cruzando las calles hacia adelante o hacia atrás, vertical, horizontal o perpendicular como lo suelen llamar. Siempre cerrando los ojos puesto que no queríamos aceptar que su cuerpo estaba allí y… ¿saben por qué? porque siempre hacemos de la vista gorda a lo que creemos que no nos afecta, hacemos que nos da igual si está o no está ahí ya que creemos que no es nuestro problema. Si tan solo se detuviera por una vez, miraran con el corazón y no correteando sin sentido verían los zapatos lustrados de la gente rozando su cuerpo delgado, y qué decir de las bolsas de ropa nueva que yo acaba de comprar, cruelmente humillaban sus andrajos sucios y descocidos. Ahora que dejé la rutina que englobaba mis pensamientos puedo decir con claridad todo lo que pasó esa tarde, como si mi mente quisiera recordar cuando comenzó todo, detalle por detalle para torturarme aún más y no la juzgo si ella está en lo correcto.
   Yo quise evitarlo como todos los demás, como todos los días cuando iba a cumplir con mi labor de ciudadano responsable, pero ese día fue diferente… necesitaba mirarlo, echar un vistazo a aquella oscuridad arrinconada en la vereda. Jamás imaginé que allí comenzaría mi calvario, solo bastó ese cruce de miradas para originar la culpabilidad en mi ser. Vi sus ojos negros hundidos en una profunda tristeza y sus ojeras moradas hacían que resalten aún más aquellas pupilas de dolor. Aterrador. Lo sé, después de diez años comprendo que en ese momento quiso advertirme algo. Tal vez que ¿ cometí un error al mirarlo? o que ¿ debí ayudarlo para no acabar ignorado como él?. Sí, habrá sido eso, yo era su única esperanza en aquel momento, el único que lo vio abandonado a su suerte. Igualmente, ambos no pudimos escapar, él del infierno en que vivía día a día y yo de sus ojos tristes. 
   Muchos años desee no haberlo visto, juré jamás volver a salir a la calle. Pero él de alguna forma venía a mí. ¡Yo era el elegido!. Esa tarde en que lo vi seguí mi camino como si nada hubiese pasado, como si aquello pertenecía a la rutina. Recuerdo que al llegar a mi casa preparé la mejor cena solo para mí. Miro hacia atrás y todavía veo claramente esos platos cargados con alimentos de todo tipo para complacer a mi cuerpo. Así como lo imaginan, era más de lo habitual. Ahora sé por qué los devoraba fugazmente. Quería olvidar aquellos ojos negros. Sé que en lo profundo de mi ser también sentía que quizás algún día ya no tendría una cena así. Después de tantos años comprendo que fui cruel al no pensar en aquel vagabundo, como suelen llamarlo. No creo que el habrá querido terminar así turbado en su angustiosa vida. Fui cruel al no imaginarme si probó algún bocado, mientras yo practicaba la gula como dicen los católicos. Yo inocentemente solo quería borrar lo sucedido.
  Miro salir a la gente apresuradamente desde diferentes direcciones, rodeados por una burbuja que nos les permite mirar más allá, puesto que están del otro lado y pienso en aquel indigente como yo solía llamarlo. Conjeturo que esa noche mientras yo devoraba mi comida, él buscaba restos de lo que yo tiré al igual que ustedes, en algún basurero mezclándose con quien sabe tantas porquerías. También deduzco que tal vez no habrá tenido fuerzas para levantarse porque el vapor que emana de las veredas en verano lo hubiese dejado lánguido, así como a mí que hoy ni siquiera bebí un vaso de agua fría.¡Nadie me vio! ha de ser por eso. La verdad más certera que tengo es que él se habrá dormido por cansancio, pensando que al día siguiente tendría más suerte. Buscando esperanzas en un mañana como tantos de nosotros que solo nos dedicamos a esperar. 
      Afirmo que merezco estar aquí porque fui un tonto al sentir miedo de aquella mirada, si tan solo quería un poco de compasión. Me he preguntado miles de veces por qué no volví, por qué no le ofrecí un baño caliente y un colchón en dónde dormir si yo vivía solo. ¿Qué podría hacerme aquel viejo sin fuerzas? Quizás contarme cómo fue que terminó allí solo como yo. Ahora, acostado mirando los zapatos pasar al lado mío pienso ¿ cuánto tiempo habrá pasado aquel hombre sin hablar con alguna persona?. Hasta hace poco no me imaginaba vivir sin conversar, contar anécdotas sin ser rechazado. Solo me quedaban las esperanzas de crear amigos imaginarios para contarles mí día a día, para no perder la lengua que mis padres me enseñaron. Aunque ahora lo entiendo, estaba pagando aquel karma por haber sido indiferente, por haber pensado solo en mí. 
   Pasaron días, meses y años de aquella angustiosa tarde en que lo vi. De igual modo, esa mirada seguía intacta al cerrar mis ojos. A pesar de que almacené en mi memoria un sinfín de momentos felices, no fueron lo suficientes para esconder sus pupilas que ya eran parte mí. Comprendí que aquello fue un pacto, como el vínculo que tenemos con quienes amamos. Ya no podía ser el mismo de antes. No podía disfrutar de una cena o reunión con amigos porque algo me faltaba. Me sentía hipócrita cada vez que tiraba los restos de comida, pero igual lo hacía como todos los demás. Intenté ser diferente aunque ahora sé que me faltó valor. 
   Fui un cobarde, en mis manos estuvo la posibilidad de ayudar a alguien y la de lograr que muchos imitasen mi acto de solidaridad. Odie a mi yo del pasado. Odie lo que fui y que tantos amaron. Tanta insensibilidad cargaba el mundo. Todos diciendo ser buenos cuando a la vez desconocían a quienes se presentaban en su camino. ¿Cómo no verlos?, estaban allí en el centro de la vereda queriendo ser percibidos mientras a su alrededor repartían folletos sobre amor hacia el prójimo los que veían solo lo que querían ver.
 Oí miles de veces a humanos sin cumplir su rol de humanidad decir que los que viven en la indigencia es porque así lo quieren: “ no aceptan ayuda” “son unos vagos” y esperan todo de arriba. ¿Será que pensaron alguna vez que ellos tampoco se animarían a ir con un extraño que tal vez hoy les ilusione y después lo olvide? dejándolos abatidos y perdidos entre multitudes. Es muy fácil hablar desde el otro lado, porque yo también enuncié aquella frase cargada de egoísmo. Yo hablé sin decir palabras pretendiendo ser un Dios con derecho a juzgar. Puedo decir de este lado, que solo querían ser escuchados, ser vistos para sentir que existen. ¿Quién no habrá sentido que su vida ya no poseía importancia? Y se habrá metido en el centro para que lo viesen, para que le digan que sí importan aunque fuese una mentira. Muchos lo habremos hecho. Tan solo para ser mirados por los que están del otro lado. 
  No me siento mal por formar parte de los muertos en vida, si estoy pagando lo que alguna vez evité. Sé cómo y cuándo fue el proceso en el que me fui consumiendo poco a poco hasta terminar aquí. Creo que estaba quedando loco por tener tantas pesadillas causadas por aquellos ojos negros. Intenté tanto fingir que no existían que terminaron buscándome dentro de mi ser. A veces los veía llorar y despertaba empapado, ardiendo en fiebre por las madrugadas. Sí, me degradé poco a poco. Comencé a llegar tarde a mi trabajo y a perder conexión con mis amistades debido a que no quería salir y que me tratasen de maniático. Luego, el problema se fue agravando puesto que ya no podía mirar los espejos y todo aquello que reflejaran unos ojos. Realmente me perseguían o quizás ¿era la culpa? Los veía sangrar, gritaban ayuda con esa contemplación de dolor.
 Ya sabrán cómo sigue. Perdí mi trabajo y los pocos ahorros que me alimentaron unos meses. Pasaba extensas horas acostado o leyendo algo que me hiciese olvidar aquel tormento. Además, ya no me bañaba y los compañeros que creí tener no me visitaban, ignoraban mi existencia por perderlo todo, o por no ser como ellos.
  Cuando me lanzaron a la calle creí que ya sería el final de mi afligida existencia. Giré alrededor de unas cuadras buscando mi lugar y así pasé varios días que se convirtieron en años. De vereda en vereda. Ya no sabía cuál era mi aspecto. Había días en que los ángeles como los llamaba puesto que no veía sus rostros me dejaban alguna fruta o abrigos en mi aposento cerca de un basurero. Una noche, cuando ya creí olvidarlo volví a soñar con aquellos ojos negros y decidí buscar el lugar en dónde los vi por primera vez. Ya no tenía fuerzas, yo era un muerto andante que cruzaba como fantasma entre los que dicen tener vida. Logré encontrar aquella vereda. Decidí enfrentarme a él, por si lo veía, aunque sé que habían pasado tantos años desde aquel día.
   Por un momento me sentí afortunado por estar de este lado, pensé que quizás lograría hacer más de lo que alguna vez tuve la posibilidad de hacer y no lo hice. Me senté en la vereda que alguna vez ignoré, y decidí mirar los ojos de quien pasase aunque sabía que me costaría horrores. Así pasaron los días hasta que ardió en mi pecho la necesidad de levantar mi rostro. Vi a un joven solitario que miró hacia donde yo estaba. Sus ojos se fijaron en los míos. Sentí escalofríos. Eran aquellos ojos negros que me inquietaron por tantos años.


Melina Rafaela Haedo. 02 de mayo de 1996. Actualmente trabaja como docente en una Escuela de Robótica. Participó en el concurso provincial nominado "Andrés Guacurarí" en conmemoración al héroe misionero, con su cuento titulado "Confesiones de un alma abatida" obteniendo el tercer premio. Cabe destacar que la Sociedad de Escritores Misioneros estuvo como jurado. Actualmente reside  en la provincia de Misiones.


Fotografía de Bacila Vlad (en Unsplash). Public domain.



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