'Viven porque están muertos', cuento de Francisco Coloane

Fotografía de Diego San (en Unsplash). Public domain.

El amor es un estado patológico que dura más en los débiles y menos en los fuertes -dijo el joven mirando fijamente a la señora de más o menos cuarenta y cinco años de edad, que estaba a su frente.
La otra mujer, de tipo extranjero, que escuchaba la conversación en el departamento, levantó sus bellos ojos verdes con un parpadeo en el que no se podría decir si había coquetería o súplica.

-No he querido decir precisamente que cuanto menos dure esa afección el hombre sea más fuerte; en algunos la flor del amor no nace por falta de sensibilidad, por estupidez o cretinismo en otros. Hay, pues, en resumen, una escala mínima, un período de duración “standard” para las gentes normales. No se podría decir que ese período fuera de un mes, seis meses o un año; el poeta Daniel de la Vega ha dicho “el amor eterno dura tres meses”, tendrá el hombre sus razones para hacer afirmación tan categórica…

El joven hablaba de pie, con cierto escepticismo pedante, a veces, en el que decía “afección”, “estado”, por amor, y con algún temblor emocionado en la voz, a ratos, cuando se refería a “esa tierna flor”. Pero en todo daba la sensación de un hombre exaltado que trataba de no caer en la vulgaridad. Había también algo de hombre herido, cuando se dirigía a la mujer madura, cuyos ojos brillantes miraban altos y fijos escrutando con sinceridad. La dama joven escuchaba con la cabeza baja, al parecer ajena a la charla, pero un temblor imperceptible de la barbilla hubiera revelado a un observador lo hondo que la afectaba aquella conversación.

-Me parece que amé durante veinte años; a veces tal vez por costumbre; pero no sé de amores que han durado toda una vida -contestó la señora.

-Sí, el amor de las solteronas ­replicó el joven­, de esas solteronas que cuando alguna sobrina indiscreta les pregunta por qué no te casaste, tía, dan un suspiro consabido y responden invariablemente: porque he amado solo a un hombre en mi vida y ese hombre murió en plena juventud.

-Sí, señora ­continuó­, esa solterona no tuvo oportunidad de volver a encontrar un amor en su vida, porque se aferró a un fantasma, a una ilusión, a un sentimiento falso, de falsedad absoluta, y que sobrevivía a la ley de los “tres meses” del poeta, solo porque estaba muerto.

-No es prudente aplicar filosofía y leyes al amor ­respondió la dama con aire de superioridad.

El charlador cogió una silla con el ademán del aventurero que llega cansado de un largo viaje y se dispone a contar una de sus aventuras; se sentó, sacó un cigarrillo, lo encendió, afirmó los codos sobre sus rodillas, echó el cuerpo hacia adelante, recogió con un gesto peculiar un mechón rebelde, y dijo:

-Voy a narrarle una historia real, brevemente, en la que se demuestra cómo a veces queda prendido en el ser un vestigio de amor, la colilla de un cariño, a veces una cicatriz y, a pesar de que todo ha concluido, ese ser empieza a construir sobre esa leve base un fuerte sentimiento, una pasión falsa que puede durar toda la vida, como en el caso de aquella solterona, y que en un instante desaparece totalmente al contacto con la realidad.

“Es la historia de un error, el caso de un hombre aferrado a una ilusión que un día la realidad exterminó; pero vamos por parte, comencemos por donde se debe empezar.

“Ella era una extranjera, una joven austríaca de origen judío, que vino a Chile huyendo de los látigos que han arreado a tanta gente desde Europa hacia Occidente.

“La necesidad de tener un apoyo en esa inmensa aventura que significa para una mujer europea atravesar el Atlántico y penetrar en las vastedades de América, hizo que se casara, antes de partir, con un emigrante de su raza y de su ciudad.

“No fue feliz. El hombre era mediocre y no reunía las condiciones de ese espíritu valiente, delicado y audaz que parecía poseer la bella austríaca.

“La travesía del inmenso océano, la llegada a las costas americanas, la primera visión de estos vergeles, encendieron en la hija de la decrépita Europa una luz de vida nueva, la sensación de algo maravilloso que debía realizarse bajo estos nuevos cielos, detrás de estas montañas y de estas selvas que escondían el misterio. Y el marido quedó rezagado, convertido en su justa proporción: la de una cosa que servía solo para cruzar el ‘gran charco’.

“¿Sabe usted lo difícil que es realizar la leyenda de la ‘media naranja’, encontrarse un hombre y una mujer que acoplen en lo material y en lo espiritual, en la misma forma que las mitades de una naranja se junten y establezcan las corrientes de sus fibras y jugos dando vida a un fruto maravilloso?

“Pues bien ­continuó el narrador­, en una casa residencial de Santiago se produjo ese encuentro. Una mañana clara, en el pasillo, se encontraron frente a frente la europea y un joven estudiante de provincia.

“El choque de los ojos fue como el de dos platillos de banda refulgentes al sol, y el amor estalló, súbito, como una nota vibrante entre esos dos seres que de un extremo a otro de la tierra habían venido obedeciendo a una ley de la naturaleza.

“Describir el desarrollo de ese amor sería materia de una labor larga e interesante; pero voy a concretar en una comparación que te parecerá insólita, lo que eran él y ella. Uno un vergel agreste de esta América y la otra una paloma de la civilización un poco cansada con el vuelo a través del mar.

“Eso eran él y ella; en el vergel faltaba cernir la tierra y en la paloma de albas plumas había reminiscencias de aleros milenarios; pero a pesar de ello la naturaleza se había dado el capricho de fabricar a esos dos seres el uno para el otro como las dos medias naranjas del cuento.

“¿Qué sucedió? Pues algo muy sencillo o vulgar: en el amor, cosa tan antigua, ya no hay nada original.

“Siempre he imaginado la pasión como una hoguera al borde de la cual andan rondando una mujer y un hombre; se miran, se invitan, tienen miedo a las llamas; hay un instante supremo en que solo un vaivén los haría caer en el centro del fuego a quemarse, a pulverizarse, a perderse o a renacer, depende de que en ellos haya paja, metal o ave fénix.

“En ese instante de oscilación a veces cae uno solo y el otro queda al borde del abismo. En nuestra historia él cayó dentro de la hoguera, ella se conservó salva en el borde y, con un gran sentido práctico o especulativo, fue alejándose del fuego donde aquél se consumía.”

El joven se detuvo para encender otro cigarrillo; en su rostro se notaban las reacciones de una lucha interior que libraba a través del relato. Hablaba como si la dama de los ojos verdes no estuviera en el cuarto. Impetuoso, exaltado, elevaba el hilo de la narración hasta un punto en que parecía una propia confesión, y, otras veces, como esos cambios del sol y sombra que producen las nubes primaverales, retomaba el tono seco, sin emoción, con que comenzara su relato.

-He hecho este símbolo de la hoguera -siguió el narrador- para expresar en síntesis el fondo de los hechos, pues en la superficie el asunto ocurrió de la siguiente manera: Él le pidió que se divorciara y se uniera a él, y ella vaciló.

“Esto es complicadísimo, mi querida amiga ­continuó el joven­ una vez más se comprobó la teoría marxista de que lo espiritual está sometido a lo económico y no olvidemos que ella ascendía de la raza más pragmática del mundo…

“La súplica, el llanto, la humillación, etc., lo hicieron descender ante los ojos de la mujer, la cual se dio cuenta de que el amor desaparecía rápidamente para dar paso a la indiferencia y por último al fastidio.

“¡Sí, señora, al fastidio; el amor puede terminarse por demasiado amor! ¡No hay nada más fastidioso para la víctima que una persona enloquecida por el amor; es como un carnero enfermo que trata de romper a cabezazos una muralla de piedra hasta que cae con los sesos destrozados!

“Cayó en la bebida, en la droga, en la degeneración; pero no era de paja, había en él metales y, como el ave fénix, surgió de nuevo a la vida.

“Hay seres que se levantan del fango más limpios: del vicio resucitan con una retina a través de la cual las cosas adquieren un nuevo color: del dolor con otro sentido para apreciar el valor de la vida.

“Pasaron los años, finalizó sus estudios y se recibió de abogado.

“Otros tiempos, otras paredes, otras caras. Pero hay algunas plantas que son rebeldes al traslado de almácigo, nuestro héroe tuvo varios reventones sentimentales; buscó, le pareció encontrar tierras aptas, pero al final el retoño de amor fatalmente se secaba.

“No pudo encontrar aquel temblor emocional de otros tiempos y este fracaso hacía surgir más fuerte aquella época de pasión y gozo pasada junto a la bella mujer.

“Al fondo de todos los caminos por donde iba en busca de otros amores, surgía inexorable la imagen de aquella, hasta que se convenció de que estaba tarado para amar; de que la única mujer, tal vez, que pudo haber amado fue la fatal austríaca.

“Hombre templado al fin, resolvió realizar el camino de este mundo con esa tara sentimental como a quien le ha salido una verruga en la nariz y la lleva con tal resolución, que pasa a tomar parte de su personalidad. Así llevó esa especie de melancolía que lo acompañó desde entonces, como una característica natural de su persona.

“¡Y aquí viene mi teoría, señora! -dijo el joven frotándose las manos y pasando a un tono risueño-. ¡Necesitaríamos vivir mil años para establecer las leyes de un solo corazón humano!
Un buen día recibe un llamado telefónico. A través de la vibración mecánica de una voz, reconoció el timbre cálido de ella, que lo citaba para la tarde siguiente.

“Nuestro protagonista pasó una noche inquieta. Una mujer que no veía durante años, la bella austríaca a cuyo recuerdo se había acostumbrado como una cosa sucedida en otra vida, surgía de pronto, en aquel llamado telefónico, con los mismos fuegos donde él quemara su vida.

“¿Me necesita simplemente para algún asunto que nada tiene que ver con aquel amor? ¿Me habrá amado en la misma forma en que yo la he amado y hoy una crisis ha quebrado su resistencia, llamándome?

“A medida que se formulaba estas preguntas notaba que su reciedumbre se iba desplomando. El hilo telefónico se le había incrustado en los nervios, y la voz de la mujer, como una carga galvánica allá en el otro extremo del cobre hacía resucitar aquel cadáver de amor, aquella pasiónmuerta, cual una rata de laboratorio revivida por ese procedimiento.

“¿Y si una cruel curiosidad femenina, comprobar que aún tenía influencia sobre ese corazón de varón, era la causa de la cita?

“Por fin llegó la hora de despejar todas las dudas.

“El encuentro fue sereno. Dos miradas intensas trataron de pulsar los estados de ánimo. Un saludo cortés y empezaron a pasear por un sendero del parque de Providencia, entre remansos de follajes arreglados con una elegante rusticidad.

“Un silencio presente como un ser los acompañaba. La tarde poco a poco fue cayendo con su penumbra. El silencio se convirtió en un estado tenso que cada cual esperaba que el otro interrumpiera; pero ninguno se atrevía a romper aquello con una palabra que hubiera sonado con el tono hueco y deshumanizado de los ecos en algunos oquedales.

“Él paliaba aquella tensión mirando al cielo donde las primeras estrellas empezaban a rutilar y ella, con la cabeza baja, contemplaba la tierra oscura y cercana.

“De pronto, suavemente, apoyó su mano en el brazo de él. Estuvo a punto de temblar, apretó los dientes y los puños hasta hundirse las uñas en las carnes y así contuvo el temblor que pudo haberlo traicionado. Pero un hormigueo inundó todo su cuerpo. Una presión voluntariosa fue librándolo hasta adquirir otra vez su aplomo.

“Ella, por suerte, no notó el estado de angustia por el que acababa de pasar su acompañante; si lo hubiera notado, se habría salvado de caer vencida en esa lucha por la dominación que encierra todo amor.

“Usted verá, señora, que el amor es recíproco solo en su primera etapa; después, uno ama más y el otro solo se deja amar; la pasión generalmente empieza cuando ya existe una completa indiferencia en uno de los sujetos -afirmó el joven.

“Una luna brillante ascendió por detrás de la cordillera, del río vino una brisa suelta que se perdió entre el follaje, removiéndolo, y todo pareció complotarse para un instante romántico.

“Eran dos inteligencias despiertas que entablaron una lucha para no ceder a ese instante; una lucha en la que intervenían la naturaleza, el ambiente de aquella hora y esos dos corazones debilitados por un estado de ánimo especial.

“Trataron así de no ser cogidos por la oleada romántica del caer de la noche.

“Para descargarse de la espesa fuerza sentimental que provenía de la tierra, de las sombras, de los juegos de luz del follaje, etc., se detuvieron de súbito y se miraron, interrogantes, a los ojos.

“Los dos tenían una palabra fría, tal vez vulgar, sin importancia ni asunto, para quebrar aquel embrujo de la hora, pero se les quedó atravesada en la garganta ante el encuentro de los ojos yno resistieron. La naturaleza, la hora, el ambiente, triunfaron.

“Un beso largo y sostenido contuvo todos aquellos años de separación y dio salida a la tensión del momento.

“Ella confesó haber sido un poco cruel, calculadora. Dijo que una seguridad demasiado grande en el amor de él, se había desviado en un extraño sentimiento de crueldad, algo parecido al goce de los flagelados.

“¡Sí, señora ­se interrumpió el joven­ hay flageladores del espíritu, de los sentimientos, que flagelan a los seres que aman! ¡El amor lleva un pequeño engendro de odio, y ay del día en que el diminuto monstruo se desarrolle o se refuerza en ciertos apasionantes temperamentos!

“Se había divorciado, y el conocimiento de otros hombres le había demostrado la grandeza de ese primer amor, dándose cuenta del error que había cometido al dejarlo.

“Se entregaron esa noche con todo el bagaje de recuerdos y sentimientos que había acumulado el pasado; pero al día siguiente, nuestro protagonista amaneció como uno de esos cajones cordilleranos que un día despejado, aparecen al otro revueltos de nubes.

“¿Era la felicidad que se había desplomado tan de golpe sobre él, atontándolo? ¿Era un resabio cauteloso ante una posible nueva jugada de la flageladora? ¿Qué había, pues, en esa desazón sentida solo en algunos días melancólicos de la lejana adolescencia? ¿Amaba ahora solo la carne de aquella mujer y no al espíritu que la animaba?

“Recordaba que algo, en un instante, había pasado esa noche. Algo terrible, semejante solo a esa desesperanza que nos produce la muerte cuando nos arrebata el misterio que amábamos, dejándonos solo la basofia de la carne inerte.

“A través de los días fue sedimentándose una verdad: ¡No la amaba!

“El tiempo había hecho desaparecer aquel amor; pero la quemadura de la hoguera había dejado su cicatriz y sobre ella se había construido un sentimiento falso, una creencia que se encargó la propia causante de destruir. Fue un fantasma que se esfumó al primer contacto con la realidad.

“¡Sí, señora! ­continuó el narrador, subiendo el tono de la voz, ya exaltado, para finalizar proclamando la tesis de su historia­. El amor eterno dura tres meses, como dijo el poeta, los otros son amores falsos que se fincan en una herida, en una cicatriz, como hongos malsanos de los cuales debemos precavernos! ¡Son, en fin, el caso de las solteronas cuyos amores viven, porque están muertos! ¡Si un día se levantara de la tumba alguno de esos adolescentes amados, estoy seguro de que estas viejas ya no sentirían nada por él! ¡Si, solo viven porque están muertos!”

Oculto el rostro con un pañuelo, la mujer de los ojos verdes atravesó presurosa el departamento y fue a encerrarse en su cuarto.

­¡Es usted cruel, tenía la cara arrasada de lágrimas y no sé cómo pudo resistir hasta el final el relato! -dijo la dama y continuó dirigiéndose al joven- . Más cruel que ella, porque ella lo ama intensamente y usted, al parecer de su teoría, no la quiere ya…

El joven tomó su sombrero y se despidió de la señora.
Pero al llegar a la calle una brisa refrescó su faz, y junto a la agradable reacción nació una duda:

¿Y si todo lo que he dicho no fuera ahora cierto? ¿Acaso uno odia, sufre o goza permanentemente? ¿Acaso en una sola hora uno puede tener todas las variaciones del alma, todas las contradicciones del corazón humano, mientras la forma, la acción, es una sola y permanente, y por lo tanto, falsa también?

Dio media vuelta y volvió sobre sus pasos.

FIN



'Viven porque están muertos', cuento de Francisco Coloane

Francisco Coloane Cárdenas (Quemchi, Región de Los Lagos; 19 de julio de 1910-Santiago, 5 de agosto de 2002) fue un escritor chileno perteneciente a la llamada Generación del 38. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1964. Biografía completa.


Fotografía de Diego San (en Unsplash). Public domain.


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