Poemas: «La chica de la cafetería» y «El hijo del campesino», de Daniel Gómez

La chica de la cafetería


Salia todas las mañanas al campo, 

ese campo verde y lleno de casinas y de hórreos

aquí y allá. El iba contento, feliz

de estar al fin en el pueblo patriarcal,

y así entraba a la villa, 

por sus senderos de raquíticas serpientes; 

en el viejo ayuntamiento enmohecido,

pervivía el café entrevisto en las historias de su padre. 

Todo era lluvioso, gris, tristemente verde.

Caía la lluvia con encanto sobre los tejados 

y las piedras de la plaza, y la gente deambulaba

con los paraguas mojados como vampiros soñolientos; 

la ventana del bar poseía una húmeda capa de brumosidad,

y dentro tabaco, murmullos, risas.

En la mesa de al lado, como un mundo distante,

una señorita muy joven y de un buen aspecto solitario.

El hombre bebía su café, pero, entretanto,

mezcló su mirada con los ojos azules de la señorita,

y los dos quisieron tender un puente 

por sobre la lluvia verde, la plaza mojada, los paraguas

que tejían un triste vuelo de vampiros en redor,

y que iban y venían. 

La señorita se levantó, pues, moviendo sus párpados azules,

y se fue.

Y el hombre de la soledad vio cómo esos paraguas 

y esos zapatos de la gente- 

de ritmo casi militar, agresivos, resonantes 

por sobre las viejas piedras de la plaza y bajo la lluvia-

parecían reírse de los dos. 




El hijo del campesino


Al campesino le sonreían,

le decian que si, recibía palmaditas, parabienes,

burlas abiertamente escondidas.

Su cuerpo enjuto y moreno se deslizaba por el pueblo,

como una serpiente buena que se esconde

en su propio cuerpo de serpiente.

Habia una mujer, de vieja casta, 

propietaria de vacas lecheras y de un padre

severo, despectivo; 

los dos, la mujer y el hombre de piel atezada, 

se enredaron en las noches

prohibidas del sexo y del amor, 

y quedó un fruto en el vientre de la mujer-

fruto de noches calientes, incluso violentas. 

Y el pueblo era silencioso, allá en Arboces, en Asturias, 

y todos sonreian. al campesino desheredado

dueño de su propio cuerpo sementifero 

y a su mujer que llevaba al coñac y a un buen número

de vacas lecheras terratenientes en las venas; 

y en una mañana el párroco echó su manto piadoso
 
sobre la relacion de los dos, 

en la vieja iglesia cargada de los siglos asturianos,

con un vestido de novia de blanco procaz. 

Y el pueblu de Arboces, olvidado en un confín de las Asturias, 

dejó que se irguiera una casina, allá en el maizal.

En la plenitud del campo, con la verde lluvia, el bebé lloraba, 

y el pobre hombre sementífero

ahora vivía bajo el dominio matriarcal de su mujer,

no lejos de las vacas lecheras y del coñac. 


Daniel Gómez, abril de dos mil veintiuno.




Daniel Gomez (1974), escritor y ensayista español. Estudios de Analista de Sistemas y de Filología Hispánica. Publicó en diversas publicaciones digitales e impresas tanto cuentos, como poemas y ensayos. También se desempeñó como dibujante.

Fotografía de Michael Kubicek (en Unsplash). Public domain.

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