'Sincretismo', relato de Wilson Alejandro Díaz

Ahora, en estas tierras vastas e inhóspitas donde el demonio que promulgan aquellos que son mas malvados que aquel a quien tanto temen, es donde nuestros caminos se hacen uno. Ahora, tras la aniquilación, el rapto y los vejámenes que solo seres ajenos a la naturaleza humana pueden perpetrar, podemos ver un nuevo horizonte donde todos estaremos en una misma linea y seremos uno en todo y todo en uno… ese es el Destino, los dioses lo han marcado así desde antes en los caracoles y los huesos. Así estaba escrito y así se hará… 
Fuimos aniquilados, atrapados y destruido nuestro amado reino frente al mar. Fuimos cazados como cazáramos nosotros los antílopes y el temible ñu de la sabana. Fuimos torturados, y vencidos, enviados a enormes casas flotantes donde la pestilencia de la muerte era el fantasma ancestral que nos recibía mientras éramos encadenados como quien ha atrapado al leopardo o a la hiena. Nuestras mujeres violentadas y nuestros niños atrapados en vestigio de bestialidad insana desconocida en nuestras tribus. Todos atravesando aquel enorme mar del que solo podíamos ver las manos que bañaban nuestras costas y que nos proveían de peces de manos de los dioses que, al parecer nos han abandonado a nuestra suerte… mas el gran sabio lo había predicho antes de la tormenta. Los huesos habían caído fuera del cuenco, eso no traería mas que cosas funestas, como a aquellos hombres pálidos como las arenas del desierto y temibles con sus truenos que asesinaban sin piedad… 

Los horrores que ellos predican si no abrazamos aquella fábula que su libro posee, creo, ya los hemos vivido en esta casa flotante, encadenados y atrapados, muriendo de a poco y durmiendo con la peste y la destrucción. Desistir de aquello que somos, olvidar lo que nos hace ser quienes somos para vivir como ellos es su consigna. Mas sabemos que no somos así. Somos buenos, somos humanos y no lo que sea que son ellos… Ahora todo ha pasado. La brutalidad de los látigos, la separación de familias y la violencia engendrada en aquellos seres que se pensaban civilizados, pero que solo conocen el arte de ser sanguinarios y malvados. Todo está en mi piel y mis cicatrices, en mi cuerpo y mi alma, en quienes perdí y en quienes me acompañan ahora.

***

Satán vino en este barco. El mismo debe haber seleccionado a quienes harían parte de la tripulación infame que atravesaría el océano en pos de tan detestable propósito y que debe estar a todas luces por fuera de lo que Dios ve bueno. Monstruosidades sin orden ni concierto. Pensamientos ajenos a cualquier rasgo de humanidad han trasegado en las mentes de quienes fueron enlistados para hacer parte de esta empresa diabólica donde asesinamos, violamos y cazamos hombres que, aunque distintos a nuestro ser son, son hombres al fin de al cabo. Podía verlos pelear con valentía usando sus endebles armas, sus escudos de madera y sus flechas que nada hacían ante el acorazado ser que iba a caballo y les asestaba con el arcabuz la muerte si no había sumisión. 

Perdónanos Señor, porque se que hemos pecado…

La avaricia, el desenfreno y cualquier pensamiento oscuro viene navegando con nosotros, hincha las velas rumbo este y lleva las corrientes hacia paraísos donde estos mismos endriagos de los que hago parte han generado devastación a su paso entre quienes nos recibieron cual dioses y nos creyeron ángeles. Cada infernal personificación anda por cubierta, pasea por popa, mira a estribor o babor, se asoma desde el puesto del vigía, hacen parte de la tripulación como si este barco que lleva hombres mutilados, sangrantes y humillados, fuera la barca del mismo Caronte. 

Ahora que hemos venido a estas bellas tierras a enloquecer por el oro que abunda por montones acá; ahora que desangramos esta copia del Edén bíblico y lo convertimos en un campo malsano donde las iniquidades del mundo infernal se hacen plausibles… ahora debo escapar con quienes puedo a otro lugar para no respirar mas este olor a matanza, esta vorágine donde lo peor del ser humano hace gala de su poder y mancilla a quienes vemos con la superioridad de nuestras armas y nuestros animales… aquel hombre de raza oscura como la pez y orgulloso de ser quien es, y aquella figura que representa la belleza de este rincón de la Creación, viajamos en la noche, entre los matorrales y los bichos que portan maldiciones en sus cuerpos para quienes jamas las hemos visto y que sería justo castigo por nuestra maldad mas allá de cualquier infierno que los monjes promulguen en sus catecismos vacíos e hipócritas. Pero eso ya no será, estamos juntos ahora y tal vez por siempre para ser mejores que quienes me trajeron a este paraje a subyugar y matar.

***

El horizonte era soleado y azul como nuestros ríos, como el mar que baña las playas y que traían en su seno y en su lomo aquellos artefactos enormes, venidos de donde jamas nadie había osado avanzar. Todo era claro, puro y vivo, pero las enormes telas que crecían como enormes seres blancos al soplar el viento en sus espaldas, habían ensombrecido todo. Debimos verlo como una señal que los dioses nos enviaban para huir, para esconder nuestras formas y nuestras vidas o aprestarnos a la lucha… mas nada nos habría podido persuadir de que aquellos enormes seres que surcaban el agua con poder y gracilidad vendrían con tanta oscuridad en su interior. Nada hubiera podido hacernos desistir de la idea de que eran divinidades profetizadas en el maíz, en las nubes y en la corteza de los árboles… 

Luego nos daríamos cuenta de la falacia.
 
Hubo un gran error. Hubo un gran recibimiento a aquellos que salían de los cuerpos de madera que hendían las olas y encallaron en la arena. Se les vio como dioses aunque se veían similares a nosotros, a diferencia de su piel color de espuma y de granos de maíz. Se los atrajo a nuestros dominios en la perfecta sincronía de la hospitalidad que nuestros ancestros nos inculcaron y que esperamos sea reciproca… y ellos veían, escuchaban, no entendían lo que les decíamos hasta que algo en nosotros hizo que sus mentes se trastocaran hasta convertirlos en aquellas bestias sanguinarias y demenciales que acabaron con saña y perfidia nuestros nichos por ese brillo que era menos apreciado que el brillo de las mazorcas y el sol que nos ilumina en los días. Aquellos que habían venido en naves gigantes portaban la muerte, la sequía y el genocidio en su cuerpo acorazado como el escarabajo de las selvas y en su arma atronadora que brindaba el deceso con cada descarga ardiente.

Solo yo he podido ocultarme de mi sino malsano. He visto los horrores que esos hombres que mas parecen dioses del inframundo procuran a las de mi sexo. He podido atestiguar con espanto lo que hacen con la furia de las fieras irracionales para satisfacer sus apetitos de sangre, de carne y de aquel metal del cual están enfermos, como si de nuestros adornos y atavíos fueran presa en frenesí demente y singular y por el cual han exterminado, atrapado y esclavizado a la gente que tanto amé. Mas no puedo hacer nada mas que escapar, que poner tierra entre aquellos monstruos marinos y mi ser que preserva su cultura, su alma y su memoria para mas allá… aun no concibo que sean dioses, ni que los mismos dioses los hayan enviado para algún propósito incognoscible. No concibo tanta maldad en seres que han hecho las plantas que comimos, las aguas que bebimos y las criaturas que respetamos como nuestros hermanos… se que tengo razón, lo he visto en otros ojos, en otras partes y en otras huellas que nos llevarán hacia algo mas allá de la caótica barahúnda de destrucción que tengo el desdeñable honor de presenciar.

***

Veo en sus rostros el sufrimiento. Veo los sesgos que han creado en el corazón y el alma de estas criaturas de Dios mancilladas por la pezuña del deseo obsceno por el oro y el poder. Veo en aquel rostro tan negro como la noche estival las selvas de las que fue arrancado, los vejámenes y los anatemas, la humillación y el desarraigo… Y en aquella dulce faz tiznada y bella como los juncos del Ebro está la invasión, el genocidio y el sinsabor de la traición, de la corrupción y el sometimiento demoníaco de su raza por otra ciertamente inferior a ellos… solo puedo llorar de pena y vergüenza…

Una mano, un gesto de silencio y un pedido para que vea las brujerías que aquel hombre oscuro y bello hacía con piedras y huesos de animálculos, con la sorpresa y la extrañeza de aquella doncella de ultramar. Ella también hace algo similar con sus semillas de ese vegetal dorado mas delicioso que el trigo. Ambos se entienden, como si hubiesen crecido juntos, como si se me excluyera por hacer parte de la especie foránea que invadió y saqueó sus vidas. Aquella prestidigitación, aquella contrariedad a los designios del sagrado Libro se hacían presentes entre la huida y la libertad. Tal vez no era pecado si también permite tanta barbarie y tanta mortandad. Solo podía mostrarles los rostros de los santos, de las vírgenes inmaculadas y de aquel que dio su vida para salvarnos del pecado primario…

Y podíamos ver aquellas caras bonitas, dibujadas en un libro de figuras bellas que ilustraba algo que venía de allá donde esos monstruos vinieron. Parecían pintados con el color del maíz y del sol. Y podía darme cuenta que aquel ser blanquecino era distinto a los de su especie, algo era diferente, podía sentirse en su pena por el hombre oscuro que lanzaba sus atavíos en el suelo y usaba mis granos para lo mismo, leyendo como hacía el viejo del pueblo los designios de los dioses en las rocas, los elementos y las estrellas… éramos diferentes, mas algo mas allá de nuestra voluntad nos llevó a encontrarnos en las oquedades de un horror sin límites y que ha trascendido hasta allende el agua termina y atrajo a este enorme ser tan negro como las sombras de su tierra a este mar de penas y belleza…

Lo veo en los huesos, en los granos de la mujer y en las figuras del libro del hombre color de leche. Lo veo en el humo de la fogata y en los ojos de quienes me acompañarán por siempre en este trecho de vida que nos haga libres. Ahora veo en cada uno su esencia, su ser y su pureza. Algo se avizora en las cenizas, en los restos de la comida y en la tierra que vamos pisando al ir ahondando en la espesura que nos lleve a ser libres como siempre fuimos… esas imágenes del hombre y el amor natural de la doncella clara parecen ser la puerta a la posteridad de esta unión iniciada con la sangre y la muerte, pero que, he visto, en un tiempo mas allá de nuestra vida terrenal, será la muestra clara de que no somos distintos por dentro, así como por fuera aunque la apariencia engañe las mentes y las pierda en un humo imposible ahora de disipar… 

Debemos escapar.
ALEJANDRO DIAZDEPARDO



Wilson Alejandro Díaz, Bogotá – Colombia, 33 años. Trabaja actualmente en el servicio postal. Sus libro: «Los Discursos De La Desesperanza» y «Amando La Belleza Astraly», se pueden encontrar en Amazon, esta en espera de su primera edición en físico. También ha publicado algunos escritos en revistas independientes. 

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Fotografía de Ergyn Meshekran (en Unsplash). Public domain.



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