'Scrat y La Bellota', relato de Fabiana A. Duarte


Apenas pongo un pie dentro del departamento escucho ruidos.
Gemidos. En un microsegundo la tensión se me acumula en la boca del estómago. Me fui hace unos quince minutos, caminé cinco cuadras y me volví porque olvidé la orden para el análisis prenupcial. Leo no vino conmigo porque hoy tenía cosas que hacer por la mañana.
Está claro que son gemidos. Camino hacia el cuarto.
Abro la puerta.
Encuentro a Leo desnudo, de espaldas, sentado en el borde de nuestra cama, con el celular
en una mano, masturbándose. En el momento preciso en que empieza a acabar emite un
alarido entrecortado que jamás lo escuché hacer en nuestra intimidad.
─¿Leo, qué hacés? ─primera pregunta boluda.
Cae de culo al piso. El teléfono vuela hacia el balcón. Esta colorado, agitado, mira para todos lados, como si lo hubiesen tele transportado a otra dimensión y no entendiera cómo llegó hasta ahí. Me deja atónita la cantidad de semen esparcido, si fuera una hemorragia estaría en serio riesgo de vida. Su pene ahora supura flácido las últimas gotas.
─¿Qué haces acá? Se levanta, busca el bóxer, se tapa como si tuviera vergüenza.
Le hago la siguiente pregunta boluda, pero es la única que se me ocurre.
─¿Te estabas masturbando?
─No, sí…─Duda, me mira─ Ya vengo.
Entra en movimiento, se mete al baño. Su cerebro es rápido, piensa en qué contestar.
Yo también me muevo, voy en busca del celular, no enciende, se rajó la pantalla.
Me siento en el borde de la cama.
Cuando escucho el ruido de la ducha, salgo del departamento dando un portazo.
No estoy segura de hacerme los análisis, pero con lo que me costó conseguir la fecha en el
civil. Me pregunto para qué casarnos, si el tipo ya se pajea cuando no estoy. Clara señal de
que esta aburrido o lo que es peor, está caliente. Anoche no hicimos el amor. No es que
tengamos un acuerdo de cuando tener sexo, pero hay días que sabemos que cojemos. Los miércoles cogemos por ejemplo. Será para cortar la semana, o quizás para mantener al otro “controlado” sexualmente, aunque por lo visto no estaría funcionando, hoy es martes.
Recibo un mensaje en el celular “no es lo que vos pensas. te amo” Está nervioso, no respetó
las mayúsculas ni el espacio después del punto. Le clavo el visto, que las marcas celestes se ocupen de torturarle el día.
Cuando nos conocimos éramos dos conejos, curtiendo en cualquier lado. Nos vinimos a vivir juntos y se calmó esa adrenalina. Yo creí que teníamos buen sexo. ¿Estará saliendo con otra mina? ¿Con la imagen de quién se pajea?
Trabajo en un canal de noticias como notera, soy periodista, y hace dos años me hacen pagar
derecho de piso, solo espero mi oportunidad. No tengo amistades en el trabajo, así que antes de salir a la calle, le pregunto a una productora qué haría si encuentra a su marido haciéndose una paja. Es una mina grande, casada, con hijos adolescentes, siempre habla de los hijos, nunca de su marido. Ella dice que su marido no hace “eso”, le pregunto cómo lo sabe y me dice que él no lo necesita. “Si tu marido se pajea es porque no le alcanza lo que vos le das”.
Algunas mujeres son más machistas que los tipos, pienso.
Recibo un nuevo mensaje de Leo “A la noche hablamos, beso” Ya está rearmado. No me pregunta cómo me fue, no repite “te amo” porque sabe que eso me hará desconfiar más, no hay vueltas que darle, es un pajero.
La respuesta de la productora no me convence y decido hacer un trabajo de campo, una investigación antropológica sobre el comportamiento sexual del hombre en una relación de pareja. Trabajo con hombres todo el día, el camarógrafo, el maquillador, un productor de calle, el productor de piso, el director de cámara. Todos estamos interconectados mediante la “cucaracha”, también compartimos un grupo de whatsapp, pero lo que pretendo investigar necesita de una observación minuciosa de reacciones, y comportamientos.
Todos están en pareja menos el maquillador que ha tenido varios amantes, chongos, lo llama él, sin ningún tipo de formalidad. Mientras nos dirigimos en el móvil a la zona del congreso a cubrir una manifestación, tiro la pregunta, como quién no quiere la cosa. Tengo a tres de ellos de frente, no pueden escapar de mi ojo analítico. En estos momentos soy una profesional. Voy directo al punto.
─¿Alguno de ustedes se masturba sin que su pareja lo sepa?
Uno de ellos lanza una carcajada, otro pregunta “¿Qué, de qué estás hablando?”, el productor de calle me mira desconcertado. A los otros dos los escucho estallar de risa por la cucaracha, el director de cámara pregunta. “¿A qué viene esa pregunta?”
─Tengo una amiga, que enganchó a su marido masturbándose solo cuando ella no estaba en la casa. Lo descubrió por una cámara de seguridad que tiene instalada y que puede ver desde su oficina ─digo muy seria.
Después soportar las burlas por lo de “tengo una amiga”, vuelvo a preguntar. Necesito respuestas. Varias veces los he escuchado decir guarangadas irreproducibles sin que se les
mueva un pelo, después de la sorpresa inicial se empiezan a soltar, hablan entre ellos como
si yo no estuviera.
─Yo me pajeo seguido ─tira el maquillador primero─, pero no tengo pareja, asi que no cuenta.
─Yo depende, alguna que otra vez, pero era porque ella estaba de viaje ─se excusa el camarógrafo.
─Yo, no ─dice el director de cámara. Sin verlo sé que miente, es el típico pajero, se le van los ojos detrás de cuanta falda se le cruce.
─Yo, sí ─el productor de calle me mira a los ojos─ ¿cuál es el problema? No la estoy engañando.
─¿Y porque no contárselo si no la estas engañando? ─Retruco su teoría.
─¿Vos le contás todo a tu pareja? ─dispara
Buen punto, pienso, pero no digo ni mu. Nos desafiamos con la mirada, pero llegamos al
punto de encuentro y la conversación se diluye.
Durante la noche Leo me habla de la sexualidad masculina, de costumbres ancestrales, una sanata de machismo recalcitrante. Dice que está acostumbrado a pajearse, que es parte de su vida, que así aprendió a conocerse sexualmente y que a veces extraña esa sensación primitiva de autosatifaccion.

Todo bien, pero convivimos hace tres años, nos casamos en diez días y ¿se pajea cuando no estoy?
Soy como Scrat, la ardilla de la Era de hielo, y acabo de arrancar la bellota del glaciar.
Alta grieta se abre en mi cerebro en este preciso momento.





Fabiana A. Duarte, Argentina.    
Es Psicóloga Social, vive en Malvinas Argentinas. Comenzó a escribir en el 2015. Ha publicado para la Editorial Pelos de Punta, Antología de cuentos de terror, tomo 11 Lista Negra, tiene publicaciones en distintos blogs de literatura y revistas literarias de Argentina.
Obtuvo una mención especial en el Concurso de Narrativa La Pluma Azul de la Municipalidad de Malvinas Argentinas (2015), Segundo premio en el Concurso Literario Barracas Al Sud de la municipalidad de Avellaneda (2016). Mención de honor en el Certamen Internacional de Narrativa Mis Escritos (2016), Segunda mención en el 17 Concurso Nacional de Narrativa de la Municipalidad de Azul (2018). Finalista en el Concurso de Relato Corto Osvaldo Soriano (2018), Finalista en el Certamen Internacional de cuento Itaú (2018/2019). Primer premio en el certamen de novela corta de la Fundación Monteleón, España (2019) Finalista en el Certamen de literatura Manuel Mujica Láinez (2020)
 “A los trece” Eolas Ediciones, España (2019) es su primera novela publicada. 
Instagram: @faby.laduarte



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