Ensayo: 'Pequeño gran discurso para Arno Schmidt, de Günter Grass

Ensayo: 'Pequeño gran discurso para Arno Schmidt, de Günter Grass

HAY que saber honrar a un colega. Es la primera vez que ejerzo este oficio en público: así, se vuelve una aventura alabarlo a usted, estimado Arno Schmidt, y tratar de argumentar en nombre del jurado por qué le adjudicamos el Premio Fontane de Berlín. Para quien no lo sepa aún: Arno Schmidt vive entre nosotros desde hace 50 años; y cuando abrimos la boca —incluso quienes no lo hayan leído—, caemos en su forma de expresión: Arno Schmidt contagia.
Cuando Draussen vor der Tur de Borchert se presentaba en teatros sin calefacción —algunos dicen que ayer, otros que anteayer—, Schmidt nos dio a conocer su Leviathan. La Academia de Ciencias y Literatura de Maguncia le concedió —junto con otros cuatro escritores— el gran Premio de Literatura por este libro en 1950.

  Hoy, después de 14 años, espacio durante el cual nuestro autor ha presentado libro tras libro y sacudido nuestros horizontes, hoy nos disponemos a honrar a un escritor a quien amigos y enemigos —aunque sea a causa del propio punto de vista— gustan de designar con el título de marginado, como si estuviésemos cabeza a cabeza en la carrera de caballos, como si valiera la pena apostar a los favoritos, como si un olor a establo se adhiriese a la literatura y tanto los favoritos como los marginados tuviesen la obligación de correr por lo mejor, ya que no es posible que lo hagan por toda Alemania.

  No pretendo insinuar que honramos a un olvidado de aquella forma de juego desenterrada de vez en cuando para nosotros por el propio Arno Schmidt; siempre ha contado con amigos que no se cansaron de señalarlo: Alfred Andersch, quien le dio asilo en su revista Texte und Zeichen [Textos y signos] y con el ensayo radial para la Süddeutscher Rundfunk; Helmut Heissenbüttel, quien lo presentó hace poco más o menos un año con un texto crítico relativamente extenso: «Annáherung an Arno Schmidt» [Acercamiento a Arno Schmidt]; pero no se leía, o casi no se leía, a este autor cuyos cuentos y novelas —Die Gelehrtenrepublik [República de eruditos] y Das steinerne Herz [El corazón de piedra]— podrían ser al menos populares.

  Heissenbüttel dice: «Es un escritor popular, pero impedido». Y eso que sería posible consumirlo en la cocina, en mi opinión, como los viajes de Gulliver. Sus narraciones —Brands Heide [El brezal de Brand], Die Umsiedler [Los desplazados] o Aus dem Leben eines Fauns [De la vida de un fauno]— seducen a salir de paseo con él y su comprensivo informe meteorológico. No conozco a otro escritor que haya espiado así a la lluvia, llevado con tal frecuencia la contraria al viento y dado a las nubes apellidos tan literarios. Mil y más instantáneas en tierras llanas; pues, según una instantánea entre paréntesis: «(No me gustan las sierras: ni el dialecto pastoso de sus habitantes ni el sinnúmero de accidentes del terreno, el barroquismo del suelo. Mi paisaje debe ser llano, liso en muchas leguas alrededor, cubierto de brezos, bosques, praderas, niebla, silencioso)». Y no se cansa de analizar el clima sobre este plano: «La lluvia susurraba al camino alquitranado». «Sabe Dios, ya lloviznaba, pero el tren apareció puntual a través del chisporroteo». «El viento se hizo más ruidoso, saltó aquí y allá, encorvado, se estiró, respiró con aliento cavernoso y curioseó cómicamente en el lodo; luego se acercó a mi ventana, devanó tres frases en gaélico, reventó (de risa, por mi cara) y desapareció…».

  Al producirse cierta humedad atmosférica particularmente apropiada para él, deja la técnica de las instantáneas y pinta una acuarela, que de inmediato vuelve a enjuagar: «El aire inmóvil del pantanal: un campesino surgió diez pasos delante de mí; al principio solo gris, como un soplo de humo; (luego parecía traer pantalones azules; la espalda encorvada permanecía sin colores); el humo de las manos se enroscó lentamente alrededor de él; se acomodó a lo ancho y chasqueó el látigo, haciendo gemir de dolor al aire hueco: entonces desapareció el caballo de remiendos de sombra a su lado y él tampoco volvió a formarse para mí más tarde. (Probablemente se transformó en nabo; fue sembrado; algo)». Podría conservar esta fuente de citas sin la menor dificultad y encargar una docena de trabajos de seminario o más: Arno Schmidt y el clima; el camionero de larga distancia en la obra de Arno Schmidt; las salas de espera en Arno Schmidt; el motivo y la aplicación de los manuales de Estado en la novela Das steinerne Herz; Heissenbüttel ya hizo constar en qué medida depende la Luna de las designaciones de Arno Schmidt.

  En cambio destacaré mi cuento preferido, «Seelandschaft mit Pocahontas» [Paisaje lacustre con Pocahontas], en una obra que aún ha de descubrirse desde el Leviathan hasta el recién publicado ensayo sobre el carácter, la obra y la influencia de Karl May. Y trataré inútilmente de trazar a grandes rasgos algo tan poco fraccionable como el contenido de esta historia de amor. «Ratatán ratatán ratatán». Comienza con un recorrido en tren desde el Saar por Tréveris, Gerolstein y Colonia, a través de la zona del Ruhr, vía Ibbenbüren, hasta Diepholz. En estas cuatro páginas de viaje en tren figuran: la cédula de refugiado y James Fenimore Cooper; la mojigata Renania y una novela corta en el compartimiento contiguo; la batalla en el bosque de Teutoburgo del año 1945 después de Cristo y el tiempo como plano sobre el que todo existe «simultáneamente»: es decir, destellos e instantáneas, la multitud: «Pensamientos como sillones vacíos puestos al sol: ratatán». «Tréveris: los hombres corrían al lado de maletas galopantes»; y todo —las «manchografías de los árboles», la «soñolienta muchacha campesina, rodeada por ladradores tarros de leche», los «Cubos Mágicos» y la «blusa calada»— encaja a la perfección, está «presente simultáneamente» y no obstante permite avanzar a la trama. El viajero llega, se dirige a una sala de madera, muy al estilo de Arno Schmidt, y toma su cerveza clara mientras afuera se acerca el maestro pintor Erich Kendziak sobre su NSU. Jerga militar. Camarada, ¿te acuerdas? Después de buenos ocho años, los dos compañeros vuelven a verse, toman una cerveza y otra más, el pintor invita. Afuera, el día se vuelve «claro como papel y vacío…». Ambos se montan en el NSU, se encaminan por la carretera número 51 del Reich y atraviesan el paisaje de Arno Schmidt, haciendo colección de instantáneas: «Es bonito el terreno completamente plano, la pradera y los pantanos, adornados hábilmente con todo tipo de nieblas…», hasta llegar al lago Dümmersee y alojarse en la casa de huéspedes de Holkenbrink.

  Al principio del tercer capítulo, antes de conocerse, incluso, la casa de huéspedes, contemplamos delante de los trazos aún pálidos de la acuarela «paisaje lacustre» un doble retrato, a la vez terrible y encantador: se esboza a las amigas Annemarie Waniek y Selma Wientge, en el acto repartidas entre los interesados: Selma —después, la princesa india Pocahontas— tiene una estatura de seis pies, brazos muy morenos y delgados, como varas sin fin, un supuesto anillo de compromiso, ningún busto que se note, anteojos sin armazón y perfil de iroqués. Estornuda: «(Y ciertamente fue un espectáculo desconsolador, tieso y tambaleante, como si estornudara una construcción gótica de ladrillos o un poste para cables de alta tensión)».

  Annemarie, que como «compañera nata de motocicleta» pronto será adjudicada al maestro pintor, se lee de la siguiente manera: «Menuda y regordeta, con aspecto rústico; boca bordada con rojo en la cara de un amarillento color de sebo, de rasgos eslavos; los dedos estrechaban desordenadamente la taza, claros y torcidos como cepilladuras de madera; y entre la abundante mezcla de vocales brotaban alegremente las duras erres…».

  Y de ahí en adelante, hasta que el autobús saque a las dos muchachas del cuento y por lo tanto del paisaje lacustre, este cuarteto hará el amor, descansará después de hacer el amor, se preparará para más amor, es decir: aplicará crema Nivea, remará y no remará en la canoa, espantará a los somormujos, se paseará bajo el viento, volverá a intentarlo con la canoa, cantará «dos guitarras junto al mar», observará los relámpagos e inminentes tormentas, escuchará las noticias de la noche, tomará a sorbos champán pagado por el maestro pintor, realizará pequeños exámenes: Gustav Freytag y Kant, pondrá nombres a las nubes, jugará al caballito, nadará y escribirá nombres en el agua —con lo que Undine entra en el juego y también, por consiguiente, Fouqué—, jugará al caballito repetidamente y a toda velocidad, después se tenderá de espaldas y chupará leche condensada de la lata, criticará a los otros huéspedes de la casa, volverá a escuchar las noticias y escribirá rápidamente unas postales, en el ínterin lavará unas calcetas para mañana, comerá pasteles de tocino oldenburgueses, vomitará pasteles de tocino oldenburgueses, deseará poder regresar a la edad de piedra, comerá guindas, enseguida volverá a manosearse, se instalará a vivir por parejas, para mayor facilidad, dará y tomará clases de coser botones, comerá gelatina y la imprescindible ensalada de apio, vagará, con todo y muchachas, una botella de aguardiente y el Manual del Estado de Hanover de 1839, a través de una niebla de Orion, polemizará con Jean Paul, se dormirá en el gris del amanecer, intercambiará revistas ilustradas, jugará ajedrez y también escuchará las noticias, porque Alfred Döblin festeja sus 75 años y porque todo «existe simultáneamente», pero luego llorará las primeras lágrimas, correrá a través del agua del pantano, consumirá cuatro porciones dobles de anguilas del Dümmer, coserá un último botón, recibirá un reloj como regalo, por una parte, y tendrá la regla, por otra, y finalmente, con la ayuda del autobús que se aleja, será otra vez separado en parejas del mismo sexo; solo el paisaje lacustre, ahora sin Pocahontas, permanece igual: «Este lago veraniego, este canal cubierto de vaho…». Tanto y tan poco ocurre en Arno Schmidt; pero ahora podría crear un segundo índice de contenido, y ni así terminaría de quitar la última capa a esta cebolla realmente inagotable. Habría que establecer un ordenado catálogo de todos los apodos y nombres de cariño dedicados a la muchacha Selma Wientge —llamada Pocahontas—, desde el espectro nocturno del principio por la avanzada posición de predicador hasta la hembra de la edad de piedra, Pultuke. Asimismo, sería posible analizar cómo los acontecimientos contemporáneos llegan hasta el lago Dümmer en el curso de la narración, con la ayuda de las noticias nocturnas, donde por una parte animan la conversación de los dos hombres: «… o EVG o la reunificación; ¡no es posible tener las dos cosas!», mientras por otro lado dan oportunidad al autor para elogiar el «Comentario de la semana» presentado por el «Doctor Walter María Guggenheimer»: «… y asentí con la cabeza, en señal de aprobación: ¡vaya mente lúcida!».

  No obstante, se agota el tiempo que me fue concedido para alabar y encomiar. ¿Deberé hacer constar rápidamente todavía alguna relación entre Arno Schmidt y Fontane, porque el premio…? ¿O satisfacer la necesidad más apremiante de nuestros tiempos y reducir a este autor a un denominador fijo? No, mejor vamos a montarnos otra vez en el NSU para visitar el paisaje lacustre con Pocahontas, donde encontraremos, incrustado entre tomas instantáneas, el credo de Arno Schmidt: «Pensar. No limitarse a creer: seguir adelante. Recorrer otra vez las esferas del conocimiento, de los amigos y los enemigos. No interpreten: aprendan y describan. No vivan para el futuro: sean y mueran sin ambiciones: existieron. A lo sumo llenos de curiosidad. La eternidad no es nuestra (¡a pesar de Lessing!): pero este lago veraniego, este canal cubierto de vaho, los cuadros multicolores de las sombras, la picadura de avispa en el antebrazo, la bolsa impresa de las ciruelas amarillas. Allá, el largo y agitado vientre de una mujer…».

  1964


Texto perteneciente al libro Ensayo sobre literatura de Günter Grass «fragmentos».


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