'Ensayo sobre el cansancio', de Peter Handke

También yo estuve en el mundo de los insomnes (y todavía hoy vuelvo a estar en él una y otra vez). Los primeros pájaros, en la oscuridad todavía, poco antes de llegar la primavera: como ocurría antes a menudo en época de Pascua, como mofándose, pero ahora mandando sus gritos estridentes a la cama de la celda, «otra-vez-una-noche-sin-dormir».

Los relojes de los campanarios que tocaban cada cuarto de hora; incluso los más lejanos se oían perfectamente, mensajeros de otro día malo. Los bufidos y los maullidos agudos y penetrantes de dos gatos, enzarzados uno contra otro, cuando nada se mueve, como manifestación sonora, como clara revelación del elemento bestial que se encuentra en el centro de nuestro mundo. Los pretendidos gritos o suspiros de placer de una mujer que, en el aire igualmente quieto, empiezan a oírse de un modo inesperado, justamente sobre el cráneo del insomne, como si, después de apretar un botón, se pusiera en marcha una máquina fabricada en serie, como si de repente se dejaran caer todas las máscaras del afecto y aparecieran el egoísmo pánico (aquí no se está amando una pareja, sino que, una vez más, se está amando cada uno a sí mismo en los gritos de su soledad) y la ordinariez general. Episódicos estados de ánimo del insomnio —sin embargo, para los insomnes permanentes, por lo menos así es como entiendo yo sus relatos, pueden aparecer como algo definitivo, se ensamblan formando regularidades regidas por una ley.

  Pero tú, que eres un insomne crónico, ¿piensas hablar ahora de la imagen del mundo del insomnio o de la del cansancio?

  El camino natural es ir de la del cansancio a la del insomnio, o, mejor dicho, en plural: voy a hablar de las diversas imágenes del mundo de los distintos cansancios. 

Como para tener miedo fue, por ejemplo, en cierta ocasión, la forma de cansancio que pudo producirse junto a una mujer. No, este cansancio no se produjo, ocurrió, como un acontecimiento físico, como escisión. Y además nunca me alcanzaba a mí sólo, sino que al mismo tiempo alcanzaba siempre a la mujer, como si, al igual que ocurre con los cambios de tiempo, viniera de fuera, de la atmósfera, del espacio. Estábamos allí, tumbados, de pie o sentados; un momento antes, de un modo evidente, estábamos formando una pareja, y un instante después estábamos separados irremisiblemente. Un momento como éste era siempre un momento de miedo, a veces incluso de terror; como cuando uno se cae de un modo violento: «¡Alto, no, no!». Pero no había nada que hacer; los dos estábamos cayendo ya, cada uno por su lado; cada uno a su cansancio más propio y particular, no al nuestro, sino al mío de aquí y al tuyo de allí. Puede ser que en este caso el cansancio fuera sólo un nombre distinto para designar la carencia de sentimientos o la extrañeza, pero, por la presión que gravitaba en el entorno, era el nombre adecuado a la cosa. Aunque el lugar del suceso fuera, por ejemplo, un cine climatizado, se convertía en algo cálido y angosto. Las filas de butacas se curvaban. Los colores de la pantalla tomaban una tonalidad de azufre y luego palidecían y desaparecían. Cuando por casualidad nos tocábamos, una desagradable descarga eléctrica apartaba de una sacudida las manos de cada uno. «A media tarde del… un cansancio catastrófico irrumpió en el cine Apolo desde un cielo claro y despejado. Víctima de él fueron un hombre y una mujer, que, unidos hombro con hombro unos momentos antes, fueron catapultados, cada uno por su lado, por la onda expansiva del cansancio y, al final de la película, que por cierto se titulaba Sobre el amor, sin mirarse siquiera ni decir una sola palabra, siguieron cada uno un camino distinto que les separó para siempre.» Sí, estos cansancios que separan le golpean a uno siempre con la incapacidad de mirar y con la mudez; no, no le hubiera podido decir: «Estoy cansado de ti», ni siquiera un simple «¡cansado!» (lo que, como grito común, tal vez nos hubiera podido liberar de nuestros infiernos particulares): estos cansancios nos quemaban la capacidad de hablar, el alma, sin dejar rastro. ¡Si realmente hubiéramos tenido la posibilidad de seguir caminos separados! No, aquellos cansancios hacían que los que por dentro estaban escindidos, por fuera, como cuerpos, tuvieran que seguir estando juntos. Y luego ocurría que los dos, poseídos por el demonio del cansancio, empezaban ellos mismos a tener miedo.

(Fragmento de Ensayo sobre el cansancio, por Peter Handke).

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