'El regreso', relato de Giancarlo Andaluz Queirola


“como no sabías disimular me di cuenta enseguida que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos”.
(Julio Cortázar; “Rayuela”)
 
 
Y pensar que no fue ayer sino hace ya muchísimos calendarios cuando jugábamos a enamorarnos infantilmente, ese juego de miradas risueñas sin pecado, cada uno, desde el marco de su ventana, gastando el tiempo que agrupa el atardecer. Caminaba bajo las millones de hojas aunándome con la sombra proyectada en el asfalto de la callecita que nos vio nacer y crecer, días de parques y solsticios, de largas tardes de otoño que se prolongaban hasta abrazar suave al invierno gris de la ciudad, breves miradas que se prendían de la brisa que acariciaba nuestros límpidos rostros de niñez, libres de los tormentos propios de la adolescencia y de la malicia mayor de edad que fue la que al final arruinó está fiesta, esta celebración diaria de lo que para nosotros era amor.
 
Ahora que cavilo despreocupado sobre el qué dirán los siempre murmuradores vecinos, pienso que tal vez, si eso dependía sólo de nosotros, las cosas pudieron arreglarse esa noche en la colina junto a un mar inmenso de estrellas y rodeados por una luna peculiar. Una imagen llega a mi memoria como una tromba apresurada por el final de temporada, tú sobre el césped verde de la colina mirando el oeste desentendidamente dejando tus cabellos libres al son de los vientos como esperando algo que tardó mucho en llegar, una lluvia que nos fue esquiva por tantos años, la sequía propia de nuestra edad, aún puedo verte sobre el verde como una ninfa de los bosques, y a lo lejos yo y entre los dos un largo camino espinoso que nunca me decidí a cruzar. Solía ser el que siempre torcía su orgullo para iniciar la larga charla de las noches, tú nunca pudiste hablar primero anticipándome como sólo yo lo hacía, preferías mirarme y ser mirada como nadie lo podía hacer, como sólo yo lo podía hacer. Ahora que regreso de un avance cuantioso y vuelvo la cabeza varios años atrás como ignorando el tiempo transcurrido, puedo verte desde mi vieja habitación que hoy no es más mía, que le pertenece a una máquina de coser que sirve sólo de tarde, justo cuando la horizontalidad de nuestros ojos nos unía en esa larga charla visual que siempre interrumpía la hora de la cena. He regresado al viejo mirador que me conectaba con otra realidad, una idealizada por los dos, he pedido a mamá que me permita pasar las pocas noches que esté en casa en mi vieja habitación, ya habrá tiempo de recordar entre el mover la pesada máquina y acomodar por tonalidades los muchos hilos y ovillos que usurpan el suelo de mi cuarto.
Mamá no me ve hace varios años, la comunicación nunca fue fluida entre los dos, más lo fue con papá, pero ahora él es el motivo de mi regreso a casa. Estos días los he pasado entre el hospital y la casa, no he tenido tiempo de visitar a nadie ni volver a los viejos lugares de antes, sólo he reconocido el viejo puesto de periódicos de don Lucho y dulcería de las hermanas de la caridad. No he visto a nadie de los antiguos pobladores, salvo a una que otra inmortal vieja maldiciente que obviamente no ha visto con buenos ojos mi regreso a casa. Aún no me he cruzado con ninguno de los muchachos. Sé que Jhonny y Gracia se casaron y viven ahora en la lejana Grecia, departiendo amor a borbotones entre ruinas helénicas e islas soñadas, lo sé porque alguna vez he intercambiado palabra con ellos gracias a mi cercanía con la isla, y aún así no he podido ir a su encuentro a pesar que oportunidades y tiempo ha habido, pero el dinero, el vil dinero… pero eso es otra historia.
 
Me dijeron que Alma había vuelto de Venezuela debido a que su marido había muerto de un paro cardíaco, conozco su historia y es mejor para el bien de todos y el de ella en especial dejarla en el olvido. Pero ese no es el motivo de esas palabras, ahora que tú no estás aquí, siento que te debo una explicación aunque tardía. El viejo jardinero me ha contado que ya nadie vive en tu casa desde hace varios años, que una vez que murió tu madre, los hijos decidieron dejarla vacía y cada uno partió a su vida propia, dejando atrás lo que alguna vez significó estas calles para los de Souza. De ti no se nada, sólo que ya no estás aquí y que cada día que recuerdo la forma que te perdí, me lamento el no haber sido totalmente sincero contigo.
 
He reordenado mi habitación, aún cuelgan mis aviones del techo, pero creo que me falta uno. Cada tarde de no hacer nada entre dos horas cualesquiera miro por la ventana esperando un contacto, ya nadie camina por estas calles, que lástima, ahora más que nunca el dorado de las hojas reverdece ese paisaje olvidado en este pintoresco pueblito, la brisa que susurra paz por las calles, esa sensación de estar en otro mundo, extraña sensación aun cuando el pueblo no está del todo alejado de la realidad mundana. Ahora vivo en todas partes y en ninguna, como ya sabrás, me dedico al vil oficio de alejar a la gente de su diario andar por el mundo, de limpiarle las legañas a esos ojos abatidos por los problemas infaltables, debes saber que me va bien, seguramente has oído de mí en algún momento, y sé que debe de alegrarte muchísimo mi triunfo. Pero a pesar de lo ocupado de mi vida no he podido dejar de pensar aunque sea por un instante en qué sería si estuvieras a mi lado, tal vez hubiésemos alcanzado lo que tanto hablamos los últimos momentos que estuvimos juntos, no lo sé, y tú tampoco, quizá no hubiéramos pasado de una par de meses bajo las mismas sábanas, esos amores tan fuertes tienden a extinguirse antes de los pensado, no lo sabré yo, experto en rupturas bimestrales. Ahora que ya no hay nadie frente a mi cuarto, ahora que no sé nada de ti, maldigo el no haberlo intentado siquiera, qué más daba si durábamos un día o unas semanas, te aseguro que en nuestras mentes lamentamos el no haberlo intentado, y sé que ahora estás pensando en mi desde un lugar cualquiera, bajo la noche y un manto de amor, agradeciendo a Dios por ese sólo segundo de unión física, sin pedir un minuto más.
 
Mi viejo está mal, lo dicen los doctores y lo digo yo que soy el que más está con él en la clínica. Esa cruz es muy pesada como para que la cargue solo, por eso que no puedo razonar las palabras que te escribo, mil cosas tengo en la mente como para tratar de formar un frase acorde a las subsiguientes, pero estoy seguro que me entenderás. La cosa es que le dan poco tiempo, es cuestión de días, dice el doctor, con esa frialdad de la experiencia, lo sé, no hace falta ser un genio para saberlo, hace años cuando me fui del pueblo supe que nacía en él una penosa enfermedad, más bien me impresiona que haya durado tanto, pobre el viejo, siempre fue un tipo silencioso y fuerte, capaz de resistir cualquier peso con tal de no molestar a nadie a su alrededor.
Acabo de llegar hace unos minutos de la clínica para seguir con las líneas que dejé hace dos días, la verdad es que no tengo tiempo para pensar, la preocupación por la cuenta regresiva ya iniciada me aturde, me diluye en este mar de incertidumbre tan profundo y poco diáfano, espero comprendas algunas repeticiones desmedidas y sin sentido, pero… tú sabes lo que es cargar esa cruz que a todos nos toca cargar en algún momento, ese momento ahora es mío, ahora me toca a mí estar en tus zapatos.
 
Estoy mal, mejor dicho me siento mal, no sé si estas líneas las leerás alguna vez, no sé si todavía existes para mí, tengo tanta rabia que no puedo cavilar bien. A pesar de tanto dolor que me abraza tengo tiempo para extrañarte un poco más, para extrañar esos ojos al otro lado de la calle, entre las hojas de los nogales y los cables de luz que ensucian los postes. Quisiera que estuvieras aquí conmigo, y no estás, pero eso no te lo puedo reprochar, también te fallé cuando más me necesitaste, y me odio por no haber estado contigo ese negro día. Ahora que ya todo acabó en esta esfera para mí, que ya no tengo motivo para regresar en buen tiempo, siento que ahora sí se avecina un firme adiós, el adiós que nunca quisimos darnos, pasado mañana viajo a España a participar en una conferencia en Barcelona, mamá viene conmigo, y es posible que no regrese más, lo que me deja a mí sin la necesidad de cruzar tanto cielo para regresar a un pueblo que vive en el olvido, que vive igual hace tantos años, ya no tengo motivos para recordar que estuvimos alguna vez tan juntos en un perdido calendario.
    
Hoy sale mi vuelo y mamá está más tranquila que de costumbre, al parecer le hacía falta dejar tanto recuerdo atrás, de refrescar su vida con nuevas aguas, de dejar abandonada la soledad de una casita de madera llena de vivencias. Mi avión sale a las cinco de la tarde, para esa hora esta carta estará bajo tu puerta seguramente, deshaciéndose en el tiempo, esperando en vano que algún día la tomes con esperanza y que al empezar a leerla broten lágrimas de felicidad de tus cansados ojitos azules que tanto admiré. Pero seguramente se quedará ahí, haciéndose una con el desolado paisaje de polvo y cucarachas, viajando en el torrente del abandono, sin que tú sepas que alguna vez decidí decirte todo sin palabras, sino como mejor lo sé hacer. Está es la última línea que me une a ti. Sólo para decirte que nunca dejaste mi mente a pesar de tanta carga que en ella llevo, sé que no sirve de nada que te lo diga ahora, pero qué más da, la carta está echada literalmente; ahora cruzaré por última vez esta intransitada calle hasta el umbral de tu desvencijada casa y al agacharme para pasar estas palabras por debajo de tu puerta me habré ido del todo, del barrio que ahora además me verá partir, de los vecinos, de la tranquilidad que siempre se hizo sentir, de ti, sobre todo de ti, y volveré a mi vida sin mirar atrás, me espera un largo camino al aeropuerto y un pesado vuelo de más de ocho horas por nuevos aires.
    

Giancarlo Andaluz Queirolo(Lima-Perú, 1978) Comunicador social dedicado a la creación literaria.

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