Crónicas: 'Viajar o morir', de Paul Bowles


No disponia de lo mas basico para emprender la aventura, ni dinero, ni pasaporte. Pero no renuncio a dejarse llevar por el viento exponiendose a un destino que terminaria por tatuar los mapas de su propia piel.  -fragmento de mapas habitados por Javier Martín Domínquez-

"Lance una moneda al aire. Si salía cara, me iria, me iría a París. ; si salía cruz me tomaria una pastilla y terminaría con todo".


Primeros años: Francia y Nueva York

De abuelos alemanes por parte paterna, Bowles vivió un violento conflicto generacional con su padre, un odontólogo y músico frustrado, de quien era hijo único, tan maniático que le hacía masticar cuarenta veces cada bocado, y con su madre, de forma que, al arrojarle a esta un cuchillo en una discusión a los diecinueve años, decidió evitar males mayores y escaparse de su casa sin terminar los estudios.

Compró un pasaje de barco y acabó en París, donde conoció a la Generación Perdida, en especial Ezra Pound y Djuna Barnes. Como cuenta en su libro autobiográfico Memorias de un nómada (1972), publicó en París dos poemas surrealistas en Transition, una revista literaria internacional, que llamaron la atención de Gertrude Stein; ésta, sin embargo, desanimó su vocación de escritor y el joven bohemio se dedicó a la música.

Regresó a Nueva York para estudiar composición con Aaron Copland durante los años treinta. Con él hizo varios viajes, entre ellos aMarruecos. En los años siguientes compuso partituras para ballets y la música de muchas películas y obras de teatro. En Berlín trató aChristopher Isherwood y W. H. Auden. Residió en México cuatro años, donde conoció y quedó impresionado por el compositor Silvestre Revueltas, un año antes de que éste muriera alcoholizado.

Viajó además por Costa Rica, Guatemala y Colombia con Jane Auer, con la que en 1938 se casó, por lo cual desde entonces fue conocida como Jane Bowles, autora de teatro y novelista bisexual autora de Dos damas muy serias. Leyó con mucha pasión a Franz Kafka, cuyas obras le afectaron fuertemente.

Jane lo animó para que volviera a escribir y Bowles produjo relatos y crítica musical para el Herald Tribune entre 1942 y 1945. En el Broadway de los años cuarenta conoció a Orson Welles, Joseph Losey, John Huston y Salvador Dalí.

Establecimiento definitivo en Tanger

En 1947 el matrimonio se instaló en Tánger, una ciudad del entonces Marruecos moderno. En Marruecos están ambientadas la mayor parte de las narraciones de Bowles, como por ejemplo su primera novela, El cielo protector (1949), llevada al cine con éxito en 1991 por Bernardo Bertolucci; como afirmó el autor, en ella la acción transcurre en dos planos, el desierto africano exterior y el desierto interior de los protagonistas. La obra es en parte autobiográfica y el filme supuso el redescubrimiento del autor en su propio país, sacándole de las estrecheces económicas que empezaban a asediarlo.

Después publicó las novelas Déjala que caiga (1952) y La casa de la araña (1955). En estas obras Bowles gusta de instalar en la extraña cultura musulmana a europeos o norteamericanos que terminan inmersos en auténticas crisis de identidad al encontrarse descontextualizados y alienados por una nube de drogas, alcohol y ambigüedad emotiva, y en el paisaje del desierto, donde lo único que existe es el arriba y el abajo. Se representa así la disolución de la identidad en el mundo moderno.

En Tánger, Jane empezó una larga relación lésbica de veinte años con una sirviente doméstica marroquí, de quien su marido sospechó a veces que la había envenenado o endemoniado. En los años cincuenta Bowles se relacionó con la Gay Society (Luchino Visconti, Tennessee Williams, Truman Capote) y con la Generación Beat (William Burroughs, Allen Ginsberg), sin llegar a pertenecer a ninguno de estos grupos. Sirvió de cicerone en Tánger a la práctica totalidad de la Generación Beat y gay: Tennessee Williams, Truman Capote, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gore Vidal, Gregory Corso, Djuna Barnes o Cecil Beaton, e introdujo a algunos de ellos en curiosas drogas marroquíes como el majoun.

En 1972 publicó sus movidas memorias, Whitout stopping, que se tradujeron como Memorias de un nómada en 1990. En 1973 murió su mujer en un hospital de Málaga tras un largo internamiento de 16 años por demencia. Ese mismo año traduce al inglés El pan desnudo, del escritor marroquí Mohammed Chukri. El Diario de Tánger 1987-1989 (1991) ofrece una crónica de su vida en Marruecos. Publicó además el libro de viajes por África titulado Cabezas verdes, manos azules (1963). Recopiló sus relatos en Delicada oración (1950), El tiempo de la amistad (1967) y Relatos completos de Paul Bowles (1979). Cultivó asimismo la poesía y tradujo cuentos tradicionales africanos. Otros libros suyos son Una vida llena de aprietos (1964), La tierra caliente (1966), Misa de gallo (1981) y Dos años al lado del estrecho (1990).


Como compositor su producción incluye, entre otras obras, la ópera Denmark Vesey (1937) y otra sobre Federico García Lorca titulada The wind remains, Reliquia del viento, estrenada en 1943 por Leonard Bernstein y basada en Así que pasen cinco años del poeta granadino. Durante los ochenta su obra se revalorizó, tradujo y republicó en todo el mundo.








Paul Bowles - The Cage Door is always open. Kinotrailer HD



Leer para viajar, viajar para leer

MIGUEL ÁNGEL VILLENA 


No tiene dudas Pilar Rubio al definir la literatura de viajes cuando indica que requiere "una visión subjetiva sobre el lugar que se visita y un viaje físico que incluya un trayecto". "En la narrativa de viajes", añade esta periodista y responsable de la librería Altair, de Madrid, "se mezclan hoy las dos grandes tendencias que arrancan de finales del XVIII y del XIX, y que son apoyarse en la realidad, beber de la realidad, y al mismo tiempo fabular con una mirada subjetiva". Ahora bien, la literatura de viajes ha perdido en esta época de transportes masivos e invasiones turísticas buena parte de su aureola, de su carácter aventurero y de su capacidad de descubrimiento. Por ello, la gente apasionada de los viajes cree distinguirse de los simples turistas en que se desplaza con un libro en las manos. ¿Cuántos lectores se han acercado a Italia por las descripciones magistrales de Goethe, a las islas griegas por las impagables crónicas de Lawrence Durrell, a los Balcanes por las historias escalofriantes de Rebeca West, a Hungría por las elegantes novelas de Sándor Márai?

La literatura de viajes requiere beber de la realidad y al mismo tiempo fabular con una mirada subjetiva.

Los apasionados de los viajes creen distinguirse de los turistas en que se desplazan con un libro en las manos

A juicio de Manel Martos, editor de Península, el sello que ha dedicado más atención a la literatura viajera en los últimos años, "este género es un viaje alrededor del espacio físico, una visión del mundo en suma, del que obtenemos un placer y del que salimos satisfechos y enriquecidos mental y moralmente gracias a la fuerza de un relato". Para Anik Lapointe, de RBA, "como en toda buena literatura lo fundamental es la calidad de la narración, la expresividad del autor. Tenemos que atender a la mirada del escritor, a su capacidad de transmitir al lector la curiosidad que siente por mundos lejanos. En la literatura de viajes el escritor es observador atento y actor privilegiado".

Vistas así las cosas, podría dar la impresión de que la fabulación viajera no encaja muy bien con esta época de tour-operadores, ofertas de fin de semana, playas atestadas o excursiones de jubilados que han convertido algunas ciudades y parajes en auténticos parques temáticos. Podría pensarse que en la actualidad todos los viajeros son turistas porque llevan un billete de avión en el bolsillo con fecha fija, según la definición de Paul Bowles en El cielo protector. ¿Es posible, pues, descubrir nuevos enfoques y fabular sobre los puentes de Praga, la sabana africana, los templos budistas o los bosques de Canadá?


"Las guías de viajes y la literatura se complementan, no son excluyentes porque ser un buen viajero es viajar con todos los sentidos y todos los libros despiertan los sentidos", asegura Pilar Rubio. Asegura que la clave de mantener la sorpresa en un mundo globalizado y adocenado radica en la mirada del escritor. Le gustan los periodistas que a la vez son escritores de viajes, "porque se trasluce su mirada, aunque no se vean sus ojos. Esta actitud obedece a esa tradición periodística que indica que al lector no le interesan las peripecias, las alegrías o los sinsabores del reportero, sino aquello que abarca su mirada. Entre estos periodistas yo citaría al inglésColin Thubron, representante de esa magnífica escuela anglosajona, o al polaco Ryszard Kapuscinski". En este sentido, Anik Lapointe comenta que "es cierto que la literatura de viajes que se escribe hoy no pretende alcanzar mundos desconocidos, sino que persigue el acercamiento a otras culturas, a otras sociedades, entender algo más del hombre".

Sea como fuere, el género está arraigado en los países anglosajones o centroeuropeos, aunque en España apenas ha comenzado a contar en los gustos de los lectores desde hace un par de décadas. Los motivos de este frenesí viajero de los españoles aparecen claros y van desde el aumento del nivel económico del país a la proliferación de las líneas aéreas de bajo coste pasando por la mejor preparación de unas generaciones que hablan varios idiomas. Aunque Manel Martos rechaza que se haya producido un auge del género en España. Lo que ocurre, afirma el editor de Península, "es que hay una imparable proliferación de originales debido a que la gente no lee para viajar o viaja para leer, sino que viaja para escribir. El resultado es aberrante tanto por la multiplicación de originales como por su calidad media". Martos se muestra pesimista sobre el éxito en España de un género que sólo sostienen "tres o cuatro editoriales, media docena de autores y unos pocos periodistas y libreros".

Es indiscutible que han surgido algunos autores españoles que han combinado calidad literaria con cierto éxito de público y que han seguido la estela de llaneros solitarios durante años como el Nobel Camilo José Cela y el periodista Manuel Leguineche. De cualquier forma, el inesperado best seller de los últimos tiempos llegó del brazo de Javier Reverte: El sueño de África. A partir de la historia de esa zona de África Oriental, Reverte combinó la sociología, la geografía humana, las culturas y las leyendas para tejer una obra sobre Kenia y Tanzania. La buena acogida de este libro, que ha sido reeditado en varias ocasiones, hizo creer que se había abierto un nuevo filón literario. No obstante, salvo los casos de periodistas reconvertidos en escritores de viajes como Xavier Moret (A la sombra del baobab), Alfonso Armada (El rumor de la frontera) o Enric González (Historias de Nueva York),pocos españoles se han asentado con firmeza en el género. La editora Anik Lapointe también apunta otra causa que ha impedido una mayor proliferación de la literatura de viajes: "Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 el género parece haber acusado los mismos efectos negativos que los ataques tuvieron sobre los viajes".



Paul Bowles, cien camellos en el patio


A finales de los años cincuenta, durante uno de sus frecuentes viajes, Paul Bowles llegó a Las Palmas de Gran Canaria. Allí le entregaron un telegrama anunciándole que su mujer, Jane, había tenido una hemorragia cerebral. Una década después, cuando estaba escribiendo sus peculiares recuerdos (Whitout stopping, publicado entre nosotros con el título igualmente preciso, pero más evocador, de Memorias de un nómada) anotó que aquel aviso era un inquietante mensaje: “Yo no lo sabía entonces, pero los buenos tiempos habían terminado”. Le quedaba todavía mucha vida por delante (¡más de cuarenta años!), que ocupó, como antes, en su existencia errante, en sus libros y obras musicales y en aspirar la fragancia extraña de una ciudad, Tánger, que había dejado atrás para siempre sus años de gloria, como creía que pasaría con el tiempo que a él mismo le restaba por vivir.

Ahora, que hace una década que Bowles nos dejó, y un siglo desde que, en diciembre de 1910, naciera en Nueva York, podemos verlo en las imágenes del documental de Gary Conklin, rodado en 1970, en el breve cortometraje de Mohamed Ulad Mohandy, de 1993 (Un americano en Tánger), y en los cuarenta minutos que grabó Jennifer Baichwal en la casa del escritor, poco antes de que éste muriera, donde Bowles nos habla de su vida, de sus fracasos, de la gente con la que se relacionó, de su vida nómada. También lo vemos en las fotografías de su casa, o en el pequeño ático de Nueva York, y en un burdel marroquí abandonado, y en la playa de Merkala, o escribiendo en la pequeña isla que compró en Ceilán; y en el retorno a Nueva York en 1995, o en las imágenes que se guardan en la Universidad de Delaware. Fue músico durante toda su vida. Compuso óperas y zarzuelas, ballets, música para el teatro y para el cine, música de cámara y obras para piano, y muchas canciones (entre ellas, siete “españolas”: hablaba castellano perfectamente y siempre estuvo muy interesado en García Lorca). De hecho, Bowles compuso hasta el final de su vida. Sin embargo, lo recordamos más como escritor, sobre todo desde que la película de Bernardo Bertolucci, El cielo protector, estrenada en 1990, pusiese sus libros de renovada actualidad para el público.

Paul Bowles tuvo una infancia peculiar, obligado a la fletcherización (¡tenía que masticar cuarenta veces cada bocado!), forzado a soportar a un padre tiránico e intolerante que le maltrataba, y que consideraba que todo placer era el camino hacia la destrucción. Tenía ascendencia alemana por una rama de su familia, y una de sus abuelas tenía inclinación a la teosofía. Pese a todo, su abuelo paterno era un hombre aficionado a la lectura, que aprendió francés e incluso castellano, y que había luchado en la guerra civil norteamericana, por lo que explicaba a su nieto el constante cambio de lugares que soportó: “Hubo años en los que no dormí dos veces en la misma ciudad”. Algo de esa peripecia vital quedó grabado en la infancia de Bowles, que pensaba que eso, no dormir dos veces en el mismo lugar, debía ser la vida perfecta. Su infancia transcurre entre la casa neoyorquina de De Grauw Avenue y el pueblo de Jamaica, en Long Island, rodeado de otros personajes singulares, como su tía Adelaide, hermana de su padre, que trabajaba en la biblioteca pública de la Quinta Avenida y vivía en un “apartamento japonés” en Greenwich Village, y cuyos bibelots excitaban la curiosidad del niño Bowles. Le alcanzó la epidemia de “gripe española”, como a toda su familia, que, por fortuna, pudo superar, aunque se llevó a la tumba a su apreciada tía Adelaide.

Bowles se interesó pronto por los atlas, por el jazz, aunque no sin la férrea oposición de su padre, que consideraba una bazofia esa música, y por la literatura (leyendo a Gide, por ejemplo, siendo apenas un muchacho), o escuchando a Stravinski, cuyo Pájaro de fuego le entusiasmó, y a Prokofiev o Duke Ellington. El entusiasmo juvenil le llevó a enviar poemas a una revista francesa, transition, que, para su gran sorpresa, se los publicó, cuando tenía apenas dieciocho años, y, poco interesado en los estudios, empezó a trabajar como recadero en un banco, mientras se deleitaba con largos trayectos en las líneas de metro que circulaban por pasarelas elevadas en el bajo Manhattan. Ya tenía el veneno de la literatura y de los viajes inoculado en su cerebro.

Ingresa después en la universidad, en Virginia, y su peculiar e impulsiva forma de entender la vida le lleva a jugarse la existencia con el lanzamiento de una moneda: un lado de la pieza le llevaría a ingerir un frasco de Allonal (un fármaco analgésico, sedante e hipnótico que se fabricaba desde hacía pocos años); el otro, supondría que viajaría a Europa de inmediato. El destino hizo que la moneda se inclinase por Europa: vendió todas sus pertenencias y se embarcó en un buque holandés, el Rijndam, que zarpaba de Hoboken, al otro lado del Hudson, con destino a Boulogne-sur-Mer, en el canal de la Mancha. Iba sin un céntimo, pero con un libro de Gide, y con otro que se titulaba La hoz y el martillo, como si anunciase la decisión que tomaría unos años después. Cuando llega a París, donde gracias a algunas cartas consigue un pequeño empleo como telefonista en el Herald Tribune, se dedica a pasear por la ciudad, viviendo en hoteluchos llenos de chinches, en una existencia despreocupada y sin objetivos inmediatos, más allá de viajar y ver el mundo. Su ansia de conocer Europa, y la vida, le lleva a abandonar el trabajo y vagabundear por Francia, Suiza, la costa azul, la Selva Negra, y, cuando vuelve a París, consigue otro trabajito en el Banker’s Trust, y conoce a Kay Cowen, una joven norteamericana que le presenta después a Tristan Tzara y que, sobre todo, le inicia en los secretos de una ciudad misteriosa llamada Marraquech, cuyas fotografías le atraen. Tal vez ahí esté el origen de su temprana pasión por el mundo musulmán. También entonces, Bowles inicia su vida sexual, en ambas orillas del ser humano, con un cierto desdén (“la defecación y el coito hacen completamente ridículo al ser humano”, escribiría), diríase que casi sin pasión. Después, vuelve a Nueva York, pero ya había empezado la comezón de sus viajes, que no se detendrían, aunque tendría un asidero permanente en Tánger.

De vuelta en París, conoce a Gertrude Stein en la rue de Fleurus. También, a Ezra Pound, Jean Cocteau, y, en fin, André Gide. En 1931, realiza un viaje a Berlín, una ciudad que le parece “desagradable, vagamente siniestra”, donde conoce a Christopher Isherwood y Stephen Spender, e incluso a Jean Ross, la chica que ha quedado en nuestra memoria como la Sally Bowles del Adiós a Berlín, una joven que siempre estaba “fumando Muratti y comiendo bombones”. Aprovecha el tiempo, y conoce a Naum Gabo, a Walter Gropius, a Kurt Schwitters, que era “el alemán al que más deseaba conocer” Bowles, y a quien acompaña incluso a seleccionar materiales en un vertedero.

En medio de esa vida improvisada de juventud, Gertrude Stein le recomienda ir a Tánger para pasar el verano, ciudad que la escritora conocía. Bowles decide ir: espera que allí podrá encontrar alguna casa, tal vez alquilar un piano y disfrutar del sol todos los días. No necesita nada más. Cuando llega a Ceuta, tras pasar por Orán, constata que un sentimiento de euforia se ha apoderado de los españoles: hacía apenas unos meses que se había proclamado la Segunda República. Recorre el Rif, y ve que si los españoles son como “italianos locos de remate”, los marroquíes son todavía más apasionados. Tánger le atrapa para siempre: es una “ciudad de sueño”, donde no hay tráfico, ni radio, ni delincuencia, y su Estatuto Internacional configura una peculiar comunidad, cosmopolita y provinciana al mismo tiempo, donde puede escucharse a las cigarras sentado en un café en el centro de la ciudad. Viaja también a Fez, y se emociona ante las murallas de Fez el Jedid, el jardín de Djenane es Sebir, las norias precarias que gimen mientras recogen agua. Después, recorrerá el país en autobús, verá las increíbles procesiones de miles de personas atrapadas en un éxtasis religioso que lloraban y temblaban en medio de la furia de tambores y que podían tardar dos días en recorrer una distancia de mil quinientos metros en Fez. Es apenas un muchacho, pero se da cuenta de que su vida se encuentra en esas poblaciones que parecen buscar el desierto.


Vuelve a Francia desde Tánger, atravesando España, y en Sevilla acompaña a unos norteamericanos que recorren la ciudad en carruaje arrojando monedas a la población pobre, para burlarse y divertirse; visita el Museo del Prado, en Madrid, en esos meses que estaban construyendo una esperanzada república española. Otra vez en París, en casa de Stein, conoce a Joan Miró, a quien más tarde irá a buscar en Barcelona, a su casa del Passatge del Crèdit. En esa nueva visita a España, otra vez de camino a Tánger, Bowles encuentra los signos de vitalidad y alegría en la población. Cuarenta años después, en 1972, cuando recuerda esas escenas para escribir sus memorias, anota “España estaba viva entonces; no ha vuelto a estarlo.” Conoce también el viejo “barrio chino” barcelonés, donde queda “satisfecho de su depravación”.

Recorre el Sáhara, Túnez, Argelia, sin apenas recursos, descubriendo paisajes, durmiendo en casuchas o apriscos, atrapando piojos, husmeando extrañas formas de vida: así, descubre que un hombre puede acostarse con una muchacha en un burdel por apenas quince francos, pero que si renuncia a la cópula y quiere sólo verla bailar desnuda, le costará setenta y cinco; observa la vida diaria de la gente y, también, a los leprosos, a los sifilíticos, a la legión de mendigos que frecuentan algunos lugares, a los desgraciados a quienes han amputado las manos en cumplimiento de la ley coránica.

Cuando regresa ocasionalmente a su país, lo hace forzado por la falta de dinero, y para ello se embarca a veces en viejos buques, soportando incomodidades y bazofias, o vuelve por trabajos que le surgen, relacionados con la música. Pero retorna siempre a África. Viaja por Venezuela, Colombia, recorre California, Nevada, Utah, Nebraska, Wyoming, y llega a Chicago, conociendo una parte de su propio país.

En 1935 se encuentra en Nueva York, y su futuro personal parece comprometido: no tiene trabajo, quiere vivir componiendo música, pero no encuentra oportunidades, y ni siquiera puede viajar. Entretiene su tiempo con largos paseos por los muelles que dan al East River. Sin embargo, su vida está a punto de cambiar. Al año siguiente, gracias a los recursos que Roosevelt había puesto en circulación con el New Deal para combatir la crisis económica, el Programa Federal de Música organiza un concierto con “las mejores composiciones de Bowles”. El estallido de la rebelión fascista en España le lleva a participar en el Comité pro España republicana, que estrena una pieza teatral para recaudar fondos —¿Quién libra esta batalla?— escrita por Kenneth White y con música de Bowles, que fue dirigida por Joseph Losey. Consigue después trabajo en el programa 891 de teatro federal, colaborando con Orson Welles. Además, en 1937, conoce a Erika Mann y a “una chica pelirroja muy atractiva” que se llama Jane Auer, de una familia de ascendencia judía alemana y húngara. Con ella, se marcha a México, no mucho después. Ya no se separará nunca de esa joven, aunque se separe, aunque los dos vivan en casas distintas, aunque ambos permanezcan durante meses en continentes diversos, aunque Paul tenga que sobrellevar la ostentación lesbiana de Jane.

Por sorprendente que nos parezca ahora, el pacífico Bowles hace imprimir panfletos en Nueva York (¡que piden la muerte de Trotski!) para llevarlos a México, donde el dirigente bolchevique se hallaba exiliado. Bowles reparte los pasquines por las calles de Monterrey, y participa en las manifestaciones que reclaman la expropiación de las tierras latifundistas. En Ciudad de México, Jane Auer abandona la expedición, y Bowles acaba en Veracruz y Tehuantepec. Todavía tendrá tiempo, a su regreso en barco, de proseguir las tareas de agitación política comunista durante una breve estancia en La Habana. Compone música en su guarida del 2 de Water Street, en Brooklyn, y, en 1938, se casa con Jane Auer, para asombro de muchos, puesto que era lesbiana, y ambos se embarcan en el Kano Maru rumbo a América central. Después, seguirán hasta París, cargados con baúles gigantescos y casi veinte maletas. Jane Bowles, como se llamará siempre a partir de su boda, sigue a su marido en su existencia errante. Tiene también inquietudes literarias.


Los paisajes de Panamá le sirven a Jane para escribir Dos damas muy serias (en el original, Two serious ladies, que se publicó en 1943 con muy malas críticas), y, después de recorrer otros lugares de América central llegan a París, aunque vuelven a Nueva York, reclamado Bowles por Orson Welles, y trabaja en su ópera Denmark Vesey. Los problemas económicos que padecen se agudizan, pero hay otras cuestiones que reclaman más su atención: ambos deciden entonces ingresar en el CPUSA, el partido comunista norteamericano, mientras organizan su vida, instalados en una vivienda de la calle 18. Viajan a México en julio de 1940, cuando el general fascista Juan Andreu Almazán amenaza con llegar a la presidencia, y presencian los enfrentamientos a tiros que se suceden en la capital durante la jornada electoral. En Acapulco, conocen a Tennesse Williams, con quien iniciarán una larga y profunda amistad.

En 1941, cuando ya Hitler había invadido la Unión Soviética, Bowles abandona el partido comunista, sin que en sus papeles mencione diferencias políticas o ideológicas. La razón que alega para hacerlo es singular: como era obvio que Estados Unidos entraría en guerra, “si íbamos a ser aliados de los soviéticos, tendría que dejar el partido”. Sin embargo, el gobierno de su país no iba a olvidar fácilmente su pasado comunista: casi un cuarto de siglo después, cuando recibe invitaciones para impartir cursos en algunas universidades norteamericanas, Bowles sabe que el FBI pondrá dificultades, y perderá oportunidades profesionales por ello. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, el ejército le llama a filas, pero el informe médico preceptivo lo declara no apto por “personalidad psiconeurótica”. Compone para Vigía en el Rin, de Lillian Hellman, y la ópera Así que pasen cinco años, con el texto de García Lorca, mientras Jane consigue terminar su novela Dos damas muy serias.

Estados Unidos entra en guerra, y el pánico entre la población norteamericana crea situaciones ridículas: la radio informa de que San Francisco y Los Ángeles han sido bombardeadas, como si la larga mano de los japoneses que había atacado Pearl Harbor pudiese llegar hasta sus costas del Pacífico. En los meses siguientes, Bowles se relaciona con Marcel Duchamp, Max Ernst, Peggy Guggenheim, y consigue una colaboración regular en el Herald Tribune, donde escribe un artículo diario haciendo críticas de conciertos, aunque sigue pensando que debe dedicar más tiempo a componer, y sueña con escribir, mientras recorre Manhattan con una bicicleta británica. Acaba un ballet, Colloque sentimental, que tuvo un desastroso estreno, y sigue relacionándose en el mundo artístico intelectual, donde conoce a personas como Paul Robeson, Jean-Paul Sartre (un hombre “famoso y de aspecto estrafalario”, en palabras de Bowles), John Huston, Thornton Wilder, Hans Richter. Hasta ese momento había compuesto música, traducido al inglés obras de Borges, de Ramón J. Sender, pero no se había atrevido a escribir, así que cuando la revista Partisan Review acepta publicar un cuento suyo (“Un episodio distante”), renace en Bowles el deseo de dedicarse a la literatura.

En 1947, ambos todavía viven en Nueva York (en un edificio del 28 West de la calle 10, precisamente el mismo donde también vivió Hammett después de la Segunda Guerra Mundial) pero una noche sueña con una ciudad mágica: la Tánger que había conocido en 1931, y firma un contrato con Doubleday para escribir una novela, recibiendo para ello un anticipo que le lleva a preparar de inmediato el viaje a Tánger. La trama y el argumento de su novela se le ocurren durante un trayecto en autobús por la Quinta Avenida, y el título surgirá de una vieja canción, Abajo entre las palmas protectoras, que había sido muy popular antes de la gran guerra. Bowles había decidido también que la novela se desarrollaría en el desierto del Sáhara: sería El cielo protector. Poco después, se embarcaba en el buque Ferncape hacia Casablanca. Seguiría componiendo música durante toda su vida, pero la literatura lo había atrapado ya para siempre.

Compra una casa en Tánger, y empieza a recorrer el norte de África, otra vez, descubriendo escenas singulares: en un trayecto en tren desde Oujda observó que, en los vagones de cuarta clase, los pasajeros hacían hogueras dentro para calentarse, por no hablar de la inquietante escena que presenció Jane cuando, en el curso de uno de sus viajes por Marruecos, aparecieron decenas de hombres con las caras ensangrentadas y los ojos en blanco que bajaban corriendo por la ladera de una montaña: eran peregrinos de un ritual durante el cual los devotos se comían a dentelladas a un toro vivo en medio de la excitación y la locura. Los primeros años de vida en África son de constantes viajes, sin recalar en ningún lugar fijo, aunque después Paul y Jane se asentarán definitivamente en Tánger, no sin frecuentes viajes a Estados Unidos, a París, Londres, incluso a Ceilán, donde Bowles llegará a comprar, en 1952, una pequeña isla, Taprobane, en la bahía de Weligama, en el extremo sur de Sri Lanka. Vivirá en Ceilán durante meses, y viaja por el sur de la India. A su vuelta, continúa con sus expediciones por el desierto, que en ocasiones duran varios meses, o se va a Bombay, con un amigo, porque consigue un pasaje barato en un buque polaco, y después siguen viaje a Madrás y Kerala, ¡cargados ambos con ochocientos kilos de equipaje! Tras recorrer otras zonas, vuelve a Europa en un carguero noruego que hacía la ruta entre Rangún y Oslo. Poco después, colabora con Visconti, en Senso, y con Tennesse Willians escriben los diálogos de la película.

El cielo protector, trasunto de una parte de su propia vida, iba a tener continuidad. Después de esa novela, en los años cincuenta escribirá obras como Déjala que caiga y La casa de la araña, y en los años sesenta publica también estampas de su vida en Marruecos, Una vida llena de aprietos, La tierra caliente, y un libro de viajes, Cabezas verdes, manos azules. Recopiló relatos como los recogidos en El tiempo de la amistad, de 1967, y después, en 1972, publica Whitout stopping, esas memorias de nómada que hasta 1990 no se tradujeron al castellano, y Relatos completos de Paul Bowles, en 1979, así como Misa de gallo, de 1981, y Dos años al lado del estrecho, de 1990. 

La relación con su mujer fue siempre difícil: Bowles ya había observado que Jane abusaba del alcohol, y, además, en 1942, intentó suicidarse, idea que también le rondará por la cabeza a principios de los años cincuenta; por no hablar de su sexualidad. Jane también intentó impedir que fuera a África en 1947 cuando el escritor inicia su romance definitivo con Tánger. De hecho, fueron una pareja en crisis permanente, como Port y Kit Moresby, el matrimonio de El cielo protector, unidos por la desazón, pero también la amistad, por las dificultades económicas, el horizonte ciego de un desierto que guarda los secretos de una vida plena. O, al menos, eso creía Bowles. Después, también Jane viajará a Tánger y se instalará allí, trabando relación con otras mujeres, intentando escribir, e incluso tomando alguna vez majoun —un pastelito, o mermelada, de cannabis—, perturbada con la falta de dinero, cuestión que durante los primeros años en Tánger llenará las cartas que envía a Bowles cuando están separados: “¿Hay servicio de correos en el desierto?”, llega a preguntarle Jane, siempre inquieta, siempre buscando a Bowles aunque esté obsesionada con conseguir a otras mujeres, y cuya peculiar psicología introducirá la locura y el deseo de una sexualidad libre en sus libros, creando un universo femenino donde los hombres son siempre personajes secundarios.

Porque Jane, a la que vemos ahora en las fotografías de Tánger, y que confundimos con Debra Winger, porque Bertolucci colonizó nuestra mirada, era una mujer de una sexualidad libre, como Bowles, aunque esa cuestión no tenga la menor importancia, más allá de las huellas que encontramos en sus páginas y de las dificultades que ello creó en su relación personal. Por eso, Jane se enamoró perdidamente de una joven marroquí, Cherifa, a quien llegaría a entregar la vivienda que poseían, y tuvo relaciones con otras mujeres, como con Helvetia Perkins, la misteriosa Cory (de quien desconocemos su apellido, que era una norteamericana casada y con hijos) o la princesa Martha Ruspoli de Chambrun, y lo intentó con otras como con Renée Henry. Podemos leer la novela de Jane Dos damas muy serias y sus relatos de Placeres sencillos, y recordar el afecto que le tenía Truman Capote, sus dificultades para escribir, su falta de disciplina personal, su inseguridad y miedo, su desconcierto. A finales de 1954, por ejemplo, viaja a Taprobane, donde Bowles está escribiendo su novela La casa de la araña, y Jane, que permanecerá varios meses en la isla, se dedica a emborracharse, y padece frecuentes episodios de histeria, soportando los murciélagos que invadían la casa y la isla al atardecer, en vez de trabajar en la obra de teatro que pretendía escribir. Huirá de Ceilán, desesperada.

Además, iría empeorando, y, tras sufrir la hemorragia cerebral, redactando cartas en las que ni siquiera consigue poner las palabras de forma correcta, pugnando por escribir una sola letra, hasta el punto de que, en 1967, Bowles tuvo que ingresarla en un hospital psiquiátrico de Málaga, de donde ya no saldría apenas, hasta su muerte, seis años después. Es a finales de esos años cincuenta, cuando Bowles siente que la vida ha cambiado por completo, aunque ello no impidió que siguieran frecuentando los círculos más cosmopolitas de Tánger. Allí, ambos se relacionaron con escritores norteafricanos como Mohamed Mrabet (de quien Bowles traduce su novela The Lemon) o Mohamed Chukri, y, a lo largo de los años, con amigos como Abdelwahaid Boulaich y Mohammed Temsaman, además de con Truman Capote, William Bourroughs, Allen Ginsberg, Tennesse Williams, Gore Vidal, el fotógrafo Cecil Beaton, Ruth Fainlight, Allan Sillitoe, Jean Genet, Juan Goytisolo, entre otros.


Durante los meses más tensos previos a la independencia marroquí, Bowles y Jane se fueron a Ceilán, donde conocieron a Arthur C. Clarke. Incluso Bowles pudo visitar Japón durante quince días, viendo Kioto, y también, en ruta, Singapur y Hong Kong. Siempre, vuelve a Tánger, y allí recibe a Isherwood, a Francis Bacon, a William Burroughs. Volverá de nuevo a Ceilán, con intención de deshacerse de la isla que había comprado, en un largo viaje que le lleva a rodear África en un barco de la British India Steam Navigation, el Chakdara, oportunidad que le permite conocer la Ciudad del Cabo, y, a su vuelta, en otro barco, recalar en Nairobi y Zanzíbar. Pero, aunque seguirá viviendo en Tánger hasta el final de su vida, todo estaba cambiando. La ciudad había iniciado en 1923 el Estatuto Internacional, pero fue, sobre todo, en la posguerra, cuando Tánger se convierte en un lugar lleno de magia, donde toda suerte de recursos sexuales, drogas, incluso venenos, junto con las lujosas fiestas y toda suerte de excesos, le otorgan un renombre internacional que hace que muchas celebridades acudan. En abril de 1952, los disturbios (que sorprenden a Bowles en la costa malabar de la India) anuncian ya el fin de su Estatuto Internacional, hasta su plena integración en Marruecos en abril de 1960.

Era, en efecto, el final de los buenos tiempos, porque, en 1957, después de una bronca con Cherifa, la mujer que se había convertido en su amante, Jane, que sólo tiene cuarenta años, sufre una hemorragia cerebral, y empezará a frecuentar hospitales, con períodos de internamiento, en Londres, en Nueva York, y, aunque Bowles continúa componiendo y escribiendo —e incluso recibe algunas ofertas de trabajo en Hollywood, donde vivirá unas semanas, y, otra vez en Nueva York para componer la música de la pieza teatral de Tennessee Williams, Dulce pájaro de juventud, que dirigió Elia Kazan en 1959—, debe permanecer vigilante y proteger la vida de Jane. El escritor también viviría una temporada en Bangkok, en 1966, para intentar escribir un libro sobre la ciudad, idea que finalmente abandonará, y allí comprueba que la llegada de los marines norteamericanos había corrompido por completo la ciudad, que Bowles definió como “las peores callejuelas del Bronx, situadas en un pantano de Florida”. Siempre fue muy crítico con el papel desempeñado por su país en el mundo. Durante los años de la guerra de Vietnam, recordando los criminales bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, Bowles escribió que sintió “una gran amargura por ser ciudadano de un país de tan escasa integridad y ética; empecé a preguntarme cuántos años tardarían los asiáticos en aplicar el mismo tratamiento a Estados Unidos. Quizá esta idea nos haya impulsado a consagrarnos tan afanosamente, desde entonces, a reducir su número.” 

Tánger, esa ciudad donde Paul y Jane deambulaban por el Cinema Rif, de la plaza del 9 de abril; por la playa de Merkala, por la vieja legación americana, por el Café Central de la medina, y por el Hotel Continental en Bab-el-Baroud, cerca del puerto, que vio alojarse desde Churchill a Maugham, era una ciudad que hablaba en árabe y castellano, en francés e inglés, y que, a partir de 1960, dejaría de representar ese mundo exótico, sofisticado e internacional que atrajo a Bowles, y donde era posible que una caprichosa millonaria como Barbara Hutton ofreciera una fiesta para la que hizo viajar a treinta camelleros desde el Sáhara, a más de mil kilómetros de distancia… para que formaran con sus animales el grupo de recibimiento para sus invitados.


Gertrude Stein calificó al joven Bowles de “salvaje manufacturado”, y muchas de las personas con las que éste se relacionó creyeron siempre que era un hombre frío en sus relaciones amorosas, y, muchos otros, que era homosexual y había fijado una relación cómplice con Jane que a los dos convenía. Tal vez, aunque eso no tenga la menor importancia. Quienes le conocieron en sus últimos años recuerdan el sombrío edificio en el que vivía, arruinado, con un ascensor renqueante, la mínima vivienda, el desorden de maletas y recuerdos acumulados, el humo del hachís. A Bowles tampoco le importaba, porque cada día lejos de Estados Unidos era “un día más fuera de la cárcel”, de la vida que rechazaba; no en vano, él, que era un neoyorquino, había considerado siempre a su ciudad como un agujero de “ruido, mugre y desolación”.

En esa Tánger, “ciudad azul, barrida por el viento”, que veía arruinada en sus últimos años, Bowles fue quedándose por casualidad, y en su vejez se daba cuenta de que la ciudad por donde pasaron Delacroix y Matisse vivía de recuerdos, de los años en que el palacio de Sidi Hosni, donde vivió Barbara Hutton, congregaba fiestas y excesos de cocaína, alcohol y sexo. Tánger perdió ese carácter, pero ya había atrapado a Bowles para siempre. Después, llegaron los años en que él mismo ya había perdido los deseos de viajar. Port, el personaje de El cielo protector que es una de las máscaras de Paul Bowles, dice en la novela: “La muerte está siempre en camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llega parece suprimir la finitud de la vida. Lo que tanto odiamos es esa precisión terrible. Pero como no sabemos, llegamos a pensar que la vida es un pozo inagotable.” Bowles sabía que la muerte está siempre en camino, y quiso esperarla en Tánger.

En Whithout stopping, el escritor dedicó casi la mitad de las páginas a reconstruir su infancia y juventud, y apenas la otra mitad para recoger el resto de su vida hasta entonces, los casi cuarenta años en que se convirtió en un hombre nómada, aunque estuviera refugiado en un patio de Tánger, alimentando para nosotros las fascinantes imágenes del desierto que nos dejó Bertolucci en su película gracias a él, y que nos traen esas escenas de viajeros perdidos en la bruma del siglo XX, que se adentran en los callejones de zocos árabes seguidos por porteadores que acarrean decenas de bultos y maletas, o en la arena interminable del desierto, siempre en busca de un lugar incógnito y feliz. A hundred camels in the courtyard se titula uno de los libros que publicó Bowles, un hombre resignado, apátrida, despojado y nómada, a veces equívoco, que miraba las callejuelas y las montañas de Tánger como si guardara cien camellos en un patio, siempre preparados para partir, para perderse en el Sáhara, para encontrarse, al fin. 

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NIGHT WALTZ-THE MUSIC OF PAUL BOWLES


PAUL BOWLES, LOS ROLLING STONES Y LA MAQUINA DE LOS SUEÑOS.-

1. Paul Bowles y la generación beat: La cultura occidental, con sus valores de seguridad, razón y egocentrismo materialista instalados en el trono de Dios –si es que para entonces Dios aun existe- ha dejado siempre en su lado salvaje y siniestro a gentes de vida bohemia, artística y contracultural que se salieron del sistema. Ya dentro del siglo XIX el movimiento simbolista se levantó contra la sociedad industrial –Rimbaud-, y a principios del siglo XX el surrealismo –Bretón- tomaría su relevo, proponiendo la liberación del subconsciente.


Pero esta historia comienza con Paul Bowles, el norteamericano que precozmente escapa del “american way life”, realizando frecuentes viajes por Europa hasta adentrarse en Marruecos, Sahara y Argelia. Conoció Tanger en 1931, enamorándose de la ciudad a la que sin embargo no volvió para establecer su residencia definitiva hasta 1947. Para entonces, la devastación de la II guerra mundial, el miedo a la bomba atómica, el mundo de rancios valores opresivos que proponía la sociedad tecnológica, revitaliza a un grupo de escritores norteamericanos que fueron conocidos como la Generación Beat: escritores bohemios amantes del jazz y la libertad que se reunían en EEUU defendiendo a los marginados, los malditos, defendiendo una espiritualidad libre que no rehuía el uso de las drogas, la sexualidad, la música de vanguardia, para redimir la conciencia, y que buceaba en los valoresorientales del hinduismo o el budismo… Conectaban con el existencialismo francés de la posguerra, si bien no con la exasperación nihilista y atea de Jean Paul Sastre. Para Kerouac, Burroughs, Ginsberg, etc., Paul Bowles sería un predecesor, alguien que se había adelantado en el “camino” (on the road) que proponía la novela de Keroauc, quizá el más célebre de todos los escritores “beat”.


En realidad, el camino de Bowles no terminaba en ninguna parte, según su célebre distinción entre turista y viajero: el viajero a diferencia del turista no sabe cuando va a regresar, y propiamente hablando, el viaje sólo terminaría con la propia vida, en la desembocadura de la muerte, dentro del fatalismo árabe del “mekroub” (está escrito).



La residencia de Paul Bowles en Tánger sirve de imán en los años 50 y 60 alos escritores beat, a pintores como Brion Gysin, o inclusive a otros compañeros de viaje como el excéntrico psicólogo Timothy Leary, que defiende y pone en práctica por sí mismo el uso de alucinógenos como el LSD para acceder a los estadios superiores de la mente. Marruecos, más cerca que la India, supone esa regresión a un mundo primario, natural, alejado de la ciencia y la tecnología que ha causado la guerra y la energía nuclear, donde además es fácil encontrar kiff. Y dentro de Marruecos, la ciudad de Tánger, con su estatuto de Zona Internacional hasta 1957, congrega una afluencia notable de europeos, turistas, bohemios, millonarios, buscavidasde cualquier tipo de aventura o de trabajo, incluso el de espía. El café de Rick dela película Casablancanunca existió, y el ambiente del film, situado en los años de la II guerra mundial, es más propio en realidad de Tánger que de la propia Casablanca; de hecho el cambio en el filme se debió a razones políticas de la II guerra mundial. Los bohemios occidentales pueden encontrar en la ciudad lo mejor de dos mundos, la naturaleza de los paisajes desérticos o montañosos de aires limpios y cielos azules, y la ebullición multicultural de la Zona Internacional de Tánger, la Inter-zone de que habla Will Burroughs en “El pan a secas” (traducción exacta propuesta por Juan Goytisolo). Todo aderezado con marihuana y guiso de murciélago.

La espiritualidad oriental puede encontrarse también en la música marroquí, en la músicas étnicas hasta entonces olvidadas en Occidente. Por ejemplo, no demasiado lejos de Tánger, en la villa de Jajouka, situada en un valle en las montañas rifeñas, cerca de Alcazarquivir (al Kar el Kebir).

2. Excursiones musicales a Jajouka.-

Esta historia tiene en su centro nombres propios, dos occidentales y dos marroquíes: El escritor Paul Bowles, el pintor Brion Gysin, el también pintor Mohamed Hamri, y el músico Bachir el Attar. Y alrededor de estos nombres giran los de otros músicos famosos: Brian Jones de los Rolling Stones y el propio grupo, el jazzista Ornette Coleman, Lee Ranaldo de Sonich Youth, etc.

Paul Bowles, aunque fuera luego más conocido por sus libros, era vocacionalmente músico. Discípulo de Aaron Copland, componía tanto música clásica como otra de consumo para Broadway. Como dijimos, en 1947 se estableció en Tánger ya de una manera definitiva –a despecho de su nomadismo vital que le llevó a viajar continuamente, tanto por Marruecos como por otros países- hasta su muerte en 1999. En esos años mágicos de la ciudad –hasta la independencia de Marruecos- se instalaron en la ciudad europeos adinerados que organizan renombradas fiestas que duraban hasta el amanecer, en los que los artistas eran amigos e invitados especiales. Paul Bowles describió estos ambientes tangerinos en su segunda novela, “Déjala que caiga”.

Pero en ese mismo año de 1947, mientras se encontraba en la estación de tren de Tánger, observó que un chico de 15 años mataba el tiempo dibujando en la tierra con gran habilidad. Era Mohamed Hamri, nativo de Jajouka, que había venido a la ciudad buscando trabajo. Paul Bowles y su mujer Jane le contrataron como cocinero y le estimularon a convertirse en pintor, en lo que Hamri tendría gran éxito con exposiciones en América y Europa. Bowles llegaría en su compañía en esos años hasta la aldea de Jajouka, para escuchar la música legó a Tánger en 1950, hospedándose en su casa. En una parada de tren de un viaje que realizaban los dos amigos hasta las Cuevas de Hércules escucharon música de un festival veraniego donde tocaba el grupo de Jajouka, que impresionó tremendamente a Gysin.Bowles le habló de Hamri y de su villa natal, de donde provenía ese grupo musical, y en 1951 al regresar a Tánger Hamri le condujo hasta allí, lo que confirmó el interés de Brion Gysin en esa música, hasta el punto de que tras establecerse en Tanger abrió un restaurante afamado, “Las 1.001 noches”, en el que empleó a Hamri, y cuyo objetivo era también permitir que los Músicos de Jajouka tocaran cada noche en el local para los europeos –y los marroquíes que también acudían- y obtuvieran algunas ganancias económicas, que les hacían buena falta en esa época de posguerra. El restaurante era el mejor de Tánger según Bowles, y en esa etapa dorada de la ciudad, anterior a la independencia de Marruecos –Tánger era zona franca libre de impuestos- las fiestas de la ciudad tenían por escenario también al restaurante de Hamri, Gysin y los Jajouka. El restaurante se mantuvo abierto entre 1953 y 1957, pero tras la independencia de Marruecos perdió gran parte de su clientela europea y hubo de cerrar. Antes de ellos, también Bowles y Gysin hablaron de Jajouka a Borroughs, que igualmente acudió a la aldea a presenciar sus festivales., lo que descubrió a su manera en sus experimentales libros donde hablaba de la Interzona –la Zona internancional libre de Tanger-.

Por su parte, Paul Bowles volvió a Jajouka en mayo de 1952, hablando elogiosamente de esas gentes que “aun se vestían como Pan”, y significando que el viaje había merecido la pena a pesar de las dificultades que existían para llegar, los caminos tortuosos y la avería del coche que había sufrido. No parece que a Bowles –como a otros- la música de Jajouka fuera la que más le interesara de Marruecos, pero sin duda la apreciaba con sinceridad, aunque estaba lejos del entusiasmo de Brion Gysin. Quizá la explicación se encuentre en que Bowles, siempre un eje central entre el mundo de occidente y de oriente, tenía claro que un europeo o un norteamericano no puede integrase totalmente en la mentalidad magrebí; sus novelas y relatos describen esa distancia, que existe incluso para quien como él residiría casi toda su vida en Tánger. Bowles no era un turista sino un viajero, pero desde luego tampoco un nativo bereber o árabe.

Sin embargo, con la marcha de la mayor parte de los europeos y el cierre de “Las 1001 noches” sobrevienen años de declive en Tánger y para los músicos de Jajouka se cierra esta primera etapa de apertura al mundo occidental. Claro es que ni Bowles ni Gysin les han olvidado. La música de los Jajouka es circular, hipnótica, cada ejecutante superpone su frase a la de los demás, produciendo un sonido continuo que induce al trance, y se relaciona con los ritos religiosos del BOUJELOUD , del dios Cabra –un joven con una cabeza de cabra baila hasta la extenuación y a veces hasta la muerte-, que Gysin relaciona con el mito mediterraneo de Pan, si bien tiene también relación con la filosofía religiosa islámica del sufismo, de origen persa. Los músicos de Jajouka tienen una antigüedad de al menos mil años, sucediéndose los conocimientos de generación en generación, y según la tradición, en siglos anteriores ejecutaban su música para los sultanes de Marruecos.

Bowles distinguía los caracteres de las dos culturas existentes en Marruecos, la árabe y la bereber, teniendo en cuenta que muchas zonas experimentaron la mezcla de las dos culturas. La música árabe es individual, pretende “por medios sensibles generar un estado favorable a la especulación filosófica”, y la bereber, la tradicional que proviene ya del neolítico, es colectiva, de participación incluso masiva, propia de lugares exteriores, “cuyos efectos psicológicos estaban dirigidos con frecuencia a provocar estados hipnóticos”. La música bererer se habría mantenido con pureza sólo precisamente en zonas montañosas del norte, como las montañas del Rif y de la Yebala, tal cual la villa de Jajouka. La música rifeña es un “arte con mucha percusión, con complicadas yuxtaposiciones de ritmos, una limitada gama de escalas –a menudo sólo tres tonos adyacentes- y una única manera de vocalizar.

La música de Jajouka, en particular, se basa en la conjunción de instrumentos de percusión y de viento típicos del folclor rifeño: ghaita (la versión árabe como un enorme oboe), un instrumento de sonido estridente entre el oboe y la trompeta, no adecuado para exteriores, la lira (flauta de bambú) y el guimbri (laud de tres cuerdas), así como el tambor de doble cabezal típico de todo marruecos. Y el carácter continuo y repetitivo, hipnótico, de la música le separa de la del resto de la música rifeña, aunque su carácter de música de trance la acerca en cambio a la música de los gwana de raza negra que ejecutan en la zona de Marrakech.

Bowles advirtió sin embargo, con esa actitud cautelosa ante la cultura marroquí que le separaba del entusiasmo algo efervescente y superficial de los beat, que un occidental que ha recibido una educación racionalista, letrada, no puede despojarse en un imposible retorno de esa conciencia para sumergirse en los ritmos tribales del subconsciente del mismo modo que los nativos, que han crecido con esa música primaria y tribal. Se puede conseguir cierta aproximación, pero no una completa inmersión en las sensaciones de quienes danzan desde generaciones al son de esa música. Como ya dijimos, el turista occidental, o incluso el viajero o residente, no pueden integrarse definitivamente en esa cultura. Lo que no les impide disfrutarla.


En cuanto a la vida artística de Tánger, en los primeros años 60 se instalan en Tánger los escritores beat, que tenían a Paul Bowles -y a Gysin- como precursores. En Tánger está invasión supone que los extranjeros residentes sean por un lado los últimos extranjeros acaudalados, especialmente anglosajones, que viven en la zona de la Vieja Montaña, y no abandonaron Marruecos tras la independencia, y los residentes “beatniks”, con sus costumbres liberales y sus excentricidades que causan la alarma de los anteriores residentes, al prever que los musulmanes, de costumbres tradicionales, identificarán a toda la colonia con los recién llegados. El propio Bowles, a pesar de compartir la identidad homosexual con muchos de los “beatniks”, y de hacerse amigo de Burroughs o de Gynsberg, es un escritor de maneras reposadas y elegantes, que no comulga con el estilo de este grupo, y relata a su padre como “cada día se ven más barbas y tejanos asquerosos, las chicas…son lunáticas con su lápiz de labios blanco y negro alrededor de los ojos, y el pelo enmarañado por encima de los hombros”.

Pero a la postre, de esta marea primero de los escritores beat y luego del movimiento de masas hippy, que se basaba en sus postulados, ha de llegar el resurgimiento para los músicos de Jajouka, al ponerse de moda la música “exótica”, lo que un día se llamará la “World music”.

A partir de aproximadamente 1961 los europeos retornan a Tánger si no ya para establecerse sí al menos como turistas. Y en America, los hippies, retomando las enseñanzas de los beat, adoptan ahora formas psicodélicas, cósmicas, y de influencia hindú –Taj Mahal, etc.-, preconizando el amor, la sexualidad, la espiritualidad, la naturaleza… En el verano de 1966 Brion Gysin, que ha vuelto a pasar temporadas en Tánger después de su marcha a fines de los años 50, acompaña al psicólogo Timothy Leary a Jajouka, de donde es expulsado por ofrecer LSD a los jóvenes de la villa… Pero Brion continúa su labor de publicista de las excelencias de esa música y de ese lugar, justo cuando los músicos de rock, los grupos más pujantes del rock, bajo la eclosión hippy –que a diferencia de los “viejos bohemios” de la generación beat, han adoptado el rock en vez del jazz como estilo musical-, quieren introducir elementos orientalistas o africanistas en su música que vayan más allá del corsé del rithm and blues. Los Beatles se acercan a la India, y George Harrison enseña el sitar a Brian Jones, uno de los líderes de los Rolling Stones, que se siente atraído por este tipo de músicas occidentales, pero fijará su atención no en la India sino en Marruecos…


3. Rolling Stones , Marruecos y Jajouka.

Relatemos los viajes de los Rolling a Marruecos.

a) En agosto de 1965, Brian Jones (guitarrista de los Rolling Stones) y su novia, la espectacular Anita Pallenberg, pasaron unos días en Tánger, en el más lujoso de sus hoteles, El Minzah. El lujo del hotel no impidió que el colérico Brian pegara a Anita, hasta acabar él mismo golpeándose el puño contra el marco de hierro de la ventana, y rompiéndose dos huesos de la mano. Durante este mes de agosto Brian se encontró con Brion Gysin, que le habla a Brian Jones del misterioso pueblo de Jajouka, las fiestas rituales y la música alrededor del kif durante toda la noche. Brian quiere visitar la aldea, y arranca a Gysin la promesa de que le conducirá allí en otro viaje.

b) En el invierno de 1967, los RS, que llevan meses envueltos con sus novias y amigos en fiestas londinenses donde además de cocina marroquí –tienen incluso un cocinero nativo- consumen drogas, especialmente marihuana y LSD, son objeto de la percusión policial, redadas que derivan en escándalos de prensa y en procedimientos judiciales. Los abogados les aconsejan que desaparezcan de Inglaterra por un tiempo. Así que se dirigen a Tánger. Mick Jagger y su novia Marianne Faithfull llegan en avión, mientras que Brian Jones, su novia Anita y el otro guitarrista de los Stones, Keith Richards, plantean algo mucho más aventurero, un viaje en coche París-Tánger, en el automóvil Bentley propiedad de Keith que ellos apodan “Blue Lena”, con el amigo Tom Keylock de conductor. La bella Deborah Dixon se añade al cuarteto. Sin embargo, en mitad del viaje, a la altura de Tolouse, Brian, que ha consumido todo tipo de drogas y alcóhol, sufre una crisis respiratoria y ha de ser hospitalizado. Alentados por el propio Brian los demás siguen viaje, y en el trayecto Anita –novia de Brian- hace el amor sin reparos en el asiento de atrás con Keith, ante el asombro del conductor, Keylock, lo que acabará más tarde en un cambio de pareja por parte de Anita, guitarrista por guitarrista, y estropeará las relaciones de Brian y Keith. Al llegar a Marbella, telegramas de Brian Jones –que aun no sabe la aventura de su novia- instan a Anita a volver a Londres con él, y ella se apea del viaje. El Blue Lena alcanza Tánger, el Hotel El Minzah, el 5 de marzo de 1967, donde ya esperan a los viajeros que han concluido el tormentoso y tórrido viaje Mick Jagger, Marianne, y el pintor Brion Gysin, entre otros.

Gysin, que ha conocido a los músicos de Jajouka de la mano del pintor Hamri y de Paul Bowles, ha llevado hasta la aldea a William Borroughs y Timothy Leary, y ahora desea hacer lo mismo con los Rolling, aunque precisamente el más interesado, Brian Jones, se ha caído del equipo. Pero las minifaldas de Marriane y Anita, y las excentricidades y bromas de los Stones hacen desistir a Brion. En un determinado momento ha entrado en la casa Paul Bowles, que al ver a “esos monstruos disfrazos se marcha corriendo en estado de conmoción” según escribió Brion Gysin. Gysin además tiene respeto por la atmósfera tradicional de Jajouka y no quiere que ocurra como el año pasado con Timothy Leary, que acabó siendo expulsado de Jajouka por los jefes tribales. “Yo no llevo a Jajouka a este circo” comenta Brion. Así que opta por lo sencillo y van todos a Marrakech, ciudad de clima desértico más atractiva en esta época de invierno, donde además hay también muchas músicas, y se juntaron ya con Anita y Brian Jones, que ha tenido la original idea de traer su magnetófono para grabar música tribal. En Marrakech se intensifica el flechazo entre Anita y Keith, y se suceden broncas y escenas de celos con Brian Jones. Brian consigue dos prostitutas bereberes y pretende que Anita se una al trío, a lo que esta se niega. La situación es tan tensa que los Stones deciden huir en el Blue Lena sin Brian Jones, encargando a un ignorante Brion Gysin el que se lleve a Brian a la plaza de Marrakech, la célebre Jemaa el Fna, para grabar música con el magnetófono. Cuando regresan, el grupo ha huido en el coche… Mientras en marzo de 1967 el Blue Lena regresa por carretera por España, Francia hasta llegar a Inglaterra cruzando el canal en ferry, Brian ha vuelto por avión desde Casablanca.

El viaje se reflejó en el tema editado en single “We love you”, que ha sido calificado de himno marroquí,donde se plasmó colaboración entre los Stones y los Beatles.

Al retorno a Londres, Anita ha iniciado ya relación con Keith Richards dejando a Brian Jones. Este admitiría que “le robó la novia”, pero también hemos de considerar el maltrato y la violencia con que Brian se comportaba con las mujeres.

En junio de 1967 Keith Richards y Mick Jagger fueron condenados por posesión de drogas y pasaron una noche en la cárcel, y editan su disco más psicodélico “Their satanic majesties request”.

c)Diciembre de 1967. Keith y Anita vuelven a Marrakech a pasar las navidades. Brian Jones junto con Linda Keith prefiere continuar su exploración personal y musical en Ceilán, siendo acogido por el escritor Arthur C. Clarke. Marianne Faithful lee “El almuerzo desnudo”, novela experimental de William Borroughs, que tiene a Tánger como referente geográfico –la Interzone- y le entran deseos de convertirse en yanqui.

d)Abril de 1968. Brian Jones está insatisfecho con la mera psicodelia del disco “Their satanic majesties….” Y pretende aumentar la influencia étnica de la música de Stones con los ritmos marroquíes. Pero en esta ocasión no se dirige todavía a Jajouka sino que pretende grabar la música gwana que tocan los negros del sur de marruecos; los gwanas son de la raza de los bambara y también practican música de trance, hipnótica, basada aparte de otros instrumentos magrebíes, en uno peculiar, los crótalos, unas grandes castañuelas de hierro. Le acompaña su nueva novia Suki, a la que también pega, y el ingeniero de sonido Glyn Johns. Tras un paso por Tánger (nuevamente en el lujoso hotel El Minzah), llegan hasta Marrakech, pero no logran realizar la grabación por problemas técnicos del magnetófono Uher de Brian Jones.

e) Julio de 1968. Brian Jones, que está ya bastante distanciado del grupo Rolling Stones, regresa a Tánger en verano, esta vez con la firme decisión de grabar la música de los Maestros músicos de Jajouka, la aldea al sur de Tánger. En realidad, el mejor momento para ver el espectáculo de los Maestros Músicos es durante la fiesta de Aid-el-kebir, fiesta grande musulmana del Cordero, que se celebra tras finalizar el ramadán, en primavera. En ese momento se celebran en la villa los ritos de Bou Jeloud, que duran siete días, en que un chico del pueblo es disfrazado con las pieles y cabeza de cabra y baila empujado por el influjo del dios Pan, los ritmos musicales y el kif, horas e incluso días enteros, a veces hasta la muerte.

La gran originalidad de la idea de Brian Jones era la grabación de la música. Hasta entonces no se había grabado música étnica con fines de edición. Existían grabaciones privadas, no comerciales como las que había realizado el propio Gysin para su uso o el mismo Paul Bowles ya en los años 50, grabando música de distintos lugares de Marruecos, que no tenían como finalidad la edición de discos.

Tras solucionar problemas con el magnetofón Uher de Brian Jones, y cortar el pelo y vestir con ropas masculinas a la novia de Brian Jones, todos se dirigen a Jajouka, 120 kilómetros al sur de Tánger. En Larache se les une Mohamed Hamri, cuya madre era de Jajouka, y que les va a servir de guía. El pueblo se encuentra en un llano a mitad de una montaña, carece de agua corriente y electricidad, y en aquella época no recibía turistas.

Los músicos de Jajouka, ya que no era la época de Bou Jeloud, interpretaron para la grabación distintas partes de resumen de la que ejecutaban en la semana de las fiestas.

Brian Jones tuvo un comportamiento apacible, fue estimado por los músicos y la gente del pueblo, hasta el punto de que le invitaron a volver el año siguiente para las fiestas del Cordero. Permanecieron día y medio en la villa, realizando numerosas horas de grabación, y luego volvieron a Tánger.

Está confirmado que Brian Jones durante su estancia tuvo una premonición al presenciar el sacrificio de una cabra, y agarrándose el cuello empezó a gritar: “¡Soy yo, soy yo!”.

Más controvertido es el hecho de que Brian Jones mantuvo relaciones con dos prostitutas, las cuales arrastraban la maldición en el pueblo de que quien hacía el amor con ellas moría poco después.

Partiendo de esta base, se ha especulado de modo algo forzado con la similitud de la trama de la primera novela de Paul Bowles “El cielo protector” (The saltering sky) y la trayectoria de Brian Jones: pareja perdida en el exotismo marroquí, relaciones con una mujer y posterior muerte del protagonista. Eso sí, la novela de Paul Bowles fue escrita veinte años antes de todos estos sucesos, y mientras que la muerte del protagonista de la novela es causada por el tifus, el fallecimiento de Brian Jones es todavía misterioso.

Al volver a Londres, Brian Jones ideó grabar un disco con riff de guitarra eléctrica sobre la música étnica de Jajouka, pero el resultado no era correcto –muchos años más tarde se lograría una adecuada integración en discos de World music-, así que durante el verano Jones y el ingeniero de sonido se limitaron a añadir algunos ecos y sintetizadores a la música, realizando el máster de un disco. Pero Decca no tuvo interés en editar el disco.

Brian Jones se fue distanciando más y más de los Stones, y en abril de 1969 le decía al ingeniero Chkiantz (con el que había viajado el año anterior a Marruecos) “Ahora es la fiesta de Jajouka, deberíamos estar allí bailando”. Fue tal vez el último sueño de esperanza para Brian. Dos meses después, el 9 de junio, fue expulsado de la banda Rolling Stones, en la que de hecho ya había dejado de participar hacía tiempo.

Semanas después, el 2 de julio de 1969 apareció muerto, aparentemente ahogado en la piscina de su casa.

En septiembre de 1971 los Rolling Stones decidieron editar en su nuevo sello como primer disco “Brian Jones presents the pipes of Pan at Jajouka”, el que es reconocido como el primer disco occidental de música étnica.

Este disco, aunque tuvo una transcendencia limitada en ese momento, fue un homenaje a Brian Jones y sirvió de impulso a los músicos de Jajouka. El disco salió con un cuadro en portada realizado por Mohamed Hamri, el chico de 15 años que allá en 1947 había encontrado Paul Bowles dibujando en la tierra… Y describe a Brian Jones entre los músicos.

Hamri se convirtió en manager de los Maestros Músicos de Jajouka, que poco después pudieron grabar su propio disco, en 1973 (“The Masters musicians of Jajouka”), al hilo de la visita que en dicho año de 1973 realizó el músico de jazz Ornette Coleman a la villa, a propuesta del escritor Robert Palmer; villa en la que grabó el disco “Dancing in your herat”. El grupo de Maestros aparece en el tema “Midnight sunrise” tocando junto a Coleman, y el resto del disco está grabado en la población, aunque sin su participación.

f)1986. Tras los discos de 1973 sucede un nuevo período de silencio, los músicos de la aldea siguen viviendo y tocando para las fiestas populares, pero no hay nuevas grabaciones. En 1982 muere el director del grupo, Hads el Attar, que ya lo lideraba en la época de las grabaciones de Brian Jones. Su hijo Bachir el Attar asume la dirección del grupo, con una proyección al exterior más decidida, aunque no exenta de polémica, ya que deja de lado la tutela del pintor Mohamed Hamri, con el cual permanecen algunos de los músicos más viejos (que en adelante se llamarán Maestros de Joujouka para diferenciarse de los de Jajouka de Bachir), defendiendo la pureza y el tradicionalismo de su música. Bachir, tras entablar relaciones sentimentales con la fotógrafa norteamericana Cherie Nutting se plantea relanzar en occidente la música de los Maestros de Jajouka, lo cual comentan a Paul Bowles, amigo de ambos, y que éste describe en su libro “Diario de Tanger 1987-1989”, en que a Cherie la llama cariñosamente “Jerez” (por la ciudad española Jerez de la Frontera).

Son años luminosos también para la fama de Paul Bowles, ya que su obra se ha puesto de moda, yBernardo Bertulucci está interesado en llevar al cine su novela “El cielo protector”, lo que ocurrirá en 1989.

En mayo de 1988, cuando los Rolling Stones están intentando salir del bache de los últimos años 80 que les ha llevado casi a la desaparición como banda, reciben una carta de Bachir Attar, que reparte su tiempo entre Maruecos y Nueva York, solicitando ayuda para los músicos de Jajouka que él dirige ahora, recordando la visita de Brian Jones de 1968 y el disco de 1971, del cual los derechos de autor los están cobrando los propios Rolling Stones y no los necesitados maestros de Jajouka, aunque les advierte que los propios músicos están divididos en dos grupos, tradicionalistas y renovadores. Mick Jagger lee la carta y se interesa por el tema, que no deja de tener su lado comercial también para ellos. Bachir se ofrece para tocar en la gira que planean los Stones. En vez de eso, Mick Jagger plantea introducir la música de los marroquíes en un tema neosufí que él y Keith Richards han compuesto poco antes con un teclado sintetizador Korg, “Continental Drift”, en su encierro de la isla de Barbados, donde proyectan su nuevo disco “Steel wheels”.

Para llevar a cabo el proyecto, los Stones proyectan desplazarse a Tanger y grabar allí el tema con los Músicos de Bachir; de paso, realizar una grabación con la BBC para airear el acontecimiento.

Paul Bowles y los demás amigos de Bachir y Cherie remueven obstáculos para que el equipo televisivo atraviese la aduana, inclusive llamando a la princesa Fatima Zohra. Por desgracia, el máximo mentor de los músicos de Jajouka ante todos los foros occidentales, Brion Gysin, ya no puede intervenir en este nuevo episodio: enfermo de cáncer, ha fallecido en París en 1986. Tampoco está Hill Borroughs, que ha perdido interés en Marruecos desde su visita de 1973 junto a Ornette Coleman (ahora le parece un sitio turístico y masificado, y no comprende como Paul Bowles permanece aun en Tanger). Ni por supuesto Brian Jones.

Sí vive todavía Mohamed Hamri (que fallecerá en 2000) pero es apartado de esta historia, de esta segunda parte de los Stones en Jajouka, controlada por Bachir Attar. De hecho, tras las disputas que se originan por el control de los derechos del disco de Brian Jones de 1971, que es cedido finalmente por los Stones al grupo de Bachir en 1991, Mohamed Hamri declara la enemistad entre Paul Bowles –que ha tomado partido por Bachir y su esposa- y él, en una carta pública al público de California. Le acusa de no saber nada de la aldea de Jajouka desde que acudió con él cuarenta años atrás… Lo cual no es totalmente cierto, ya que Paul Bowles visitó Jajouka sin Hamri al menos en 1952. Lo real, por desgracia, es que que la historia de amistad y ayuda que nació en 1947 en la estación de trenes de Tánger toca a su fin por problemas de celos y tal vez económicos. El problema de los derechos de autor del célebre disco de Brian Jones, que se encuentra según muchos en el eje del problema, termina en litigios en los tribunales entre el grupo de Hamri y el de Bachir.

En 1995, el disco de Brian Jones es reeditado con el sonido original, eliminando los ecos y efectos añadidos; pero también es eliminada la portada original con la pintura de Hamri, y las notas de Robert Palmer . Además, la nueva portada, en el sello de Philip Glass, lleva una foto de Bachir, que en realidad era un bailarín que sólo tenía pocos años en el momento de la grabación de Brian Jones…

Pero, volviendo a la grabación de Continental Drift para el disco de los Stones, Bachir y su entorno, que incluye a Paul Bowles, organizan la grabación de música por los Maestros de Jajouka (sector de Bachir, mayoritario) que servirá de fondo al tema de los Rolling. Desde Jajouka se desplazan a Tanger dieciséis músicos, y se graba la música en el palacio Ben Abou. Mick Jagger charla brevemente con Paul Bowles, todo lo cual es grabado para el reportaje de la BBC que acabará saliendo con el título “Rolling Stones en Marruecos”; también Keith Richards saluda a Bowles. El escritor no da demasiada relevancia a nada de lo que ocurre, que le parece un montaje comercial, a excepción de la propia música de los de Jajouka.

Posteriormente los Rolling visitan la aldea de Jajouka con Bachir, toman los famosos higos, visten chilabas…




Cuando salga finalmente el tema dentro del disco Steel wheels, la música de los de Jajouka se samplea dentro del tema rock (el citado Continental drift) que describe la danza de Bou Jeloud bajo la luna llena. El tema acaba entre flautas de caña y sonidos de pájaros sufíes, en un recuerdo agridulce y postrero de las inquietudes de Brian Jones y los años del flower-power hippy.

“Continental drift” (Deriva de los continentes):

“Deriva de los Continentes
El amor viene a la velocidad de la luz
el amor viene a la velocidad de la luz
el amor viene con extraños disfraces
el amor viene
abrí la puerta y deja que entre la luz
abrí la puerta y no me dejes afuera
abrí la puerta y deja entrar la luz
escucha mi grito
abrí la puerta y deja entrar la luz
abrí la puerta y no me dejes afuera
abrí la puerta y deja entrar la luz
el amor viene a la velocidad de la luz
el amor viene
es tan puro como la plata
es tan puro como el oro
es un río bravo
déjalo que corra sobre mí
es tan puro como la plata
es tan puro como el oro
déjalo que corra sobre mí
el amor viene
el amor viene a la velocidad de la luz
el amor viene a la velocidad de la luz”.


Pese a todo, es realmente escaso el balance de la influencia marroquí en la música de los Stones. Los deseos étnicos de Brian Jones hubieron de encontrar eco “post mortem” fuera de la música de la banda, en su disco sobre los Maestros Músicos, y el liderazgo de Jagger-Richards llevó la música de los Rolling por otros derroteros, casi siempre lejos de la World music, aunque posteriormente introdujeron los ritmos reggae de Jamaica muy del gusto de Keith (disco Black and blue, etc.).

Pero a los Stones, o mejor dicho, a su colíder Brian Jones, le corresponde el honor de haber acercado la música de Jajouka a los oídos occidentales. No en balde una foto de Brian se encuentra en casas de Jajouka, como agradecimiento a ese extraño europeo rubio que en la villa rifeña visualizó su propio sacrificio caprino once meses antes de morir.

Otros músicos del jazz y del rock han viajado a Jajouka, aparte de Ornette Coleman, Rollings, etc. Randy Weston, que ha dedicado un tema a la villa, y ha grabado también con músicos gwana y vivido temporadas en Tánger. Peter Gabriel, paladín de la música étnica en su fusión con el rock. Lee Renaldo, que destacó las similitudes entre aspectos del rock y de la música rifeña… Pero sin duda es la doble visita de los Stones la que ha contribuido a la fama del grupo de las montañas de la Yebala.

4. Final. A fines de siglo, precedidos mucho antes por Brion Gysin, van falleciendo los escritores beat y muchos de los protagonistas de esta historia: Burroughs en 1997, Allen Ginsberg también en 1997, Paul Bowles en 1999, Mohamed Hamri en 2000… Pero la música hipnótica de Jajouka, y la música de rock de los Stones, aun permanece. Y como Bachir ha sostenido, los efectos hipnóticos y curativos de la música de Jajouka ni siquiera precisan del consumo de droga alguna para producirlos: los produce la propia música.

Los Jajouka fieles a Hamri editan varios discos en los años 90, y en 2006 el nuevo disco Boujelou. En su disco Black Eyes de 1995 dedican un tema a Brian Jones (“Brahim Jones, very stoned”).

Por su parte, el grupo de Bachir edita también distintos discos, incorporando sintetizadores, etc. RICARDO MOYANO.



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